Visitante nocturno

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Esta es la historia de una familia compuesta por tres miembros: la madre, Claudia, y sus dos hijos: una niña de diez años llamada Camila y Eugenio, un hombre de veintisiete y con una enfermedad mental que lo obligaba a estar -todo el tiempo- en su silla de ruedas.

Una noche de sábado, Claudia partió a una fiesta de reencuentro con sus ex compañeros del colegio secundario, dejando a sus hijos en la casa y con una invitada más: Martina, la mejor amiga de Camila. Si bien apenas la última tenía diez añitos, su madre no dudaba de que ya era lo suficientemente madura como para cuidarse sola, esto es... "No le abras a nadie, ¿quedó claro, hija?". Pero ¿quién llamaría a la puerta de esa casa en esos momentos y tan alejada de la ciudad como se encontraba?

Al salir la madre y después de escuchar el sonido del auto alejándose por el camino de tierra, Camila, Martina y Eugenio comenzaron a cenar (al menos al último le daban la comida con una cuchara y con el babero colocado para que no se manchara la ropa, igual que a un bebé).

Después de hacerlo, Camila le propuso a su amiga:

-Tengo una idea: ¿qué tal si invocamos a un espíritu?

-¿Cómo? -preguntó, inquietada, Martina.

-Es fácil -prosiguió la primera-, vamos a mi habitación, apagamos todas las luces, encendemos las velas y, con los ojos cerrados, invocamos a un fantasma... como en las películas de miedo.

Después de que su amiga confirmara, ambas comenzaron el "juego".

La tormenta afuera parecía querer formar parte del espectáculo: nubarrones espesos que taponeaban la luna, el viento que silbaba con sus atonales melodías y -cada tanto- un relámpago que fotografiaba a las chicas que ya se encontraban -bien sentadas una enfrente a la otra y en el suelo- a la tenue luz de las velas.

-¿Y ahora, qué? -protestó Martina.

-Ahora invocamos al espíritu -respondió su amiga-. Cerrá los ojos...

Ella le hizo caso.

-Si hay alguna presencia en esta casa, queremos pedirte que te muestres entre nosotros, que nos des alguna señal -su voz, por supuesto, no era aterradora en absoluto. Pequeñita como era, su garganta chillaba casi.

Martina empezó a reírse al impulso de la gracia que le provocaba tal situación. Camila se enojó. Indescriptible el escalofrío que recorrió sus espinas dorsales cuando vieron -iluminada por un relámpago- a una niña como ellas en la cocina y vestida de blanco... ¿Quién sería? Camila no tenía hermanas, ni mucho menos una que provocara tanto espanto.

-C-Cami... -balbuceó Martina-. H-Hay una nena en la cocina... Tengo miedo, Cami...

La niña de la cocina comenzó a correr hacia ellas, a la par que daba unos alaridos ensordecedores.

Imagínense la sorpresa que se habrá llevado Martina, la invitada, cuando el "fantasma" no resultó ser otro que la excelente actriz de su compañera de curso: Azul.

-¡Ja,ja,ja! -se reían Camila y Azul. Ellas habían planeado todo-. ¡Tu cara! ¡Jajaja! Azul había estado ocultándose toda la noche para cuando llegara el momento de asustar a Martina. Inolvidable el susto que le habían dado entonces las dos despiadadas.

En breve, las chicas se durmieron casi riéndose todavía.

Pero ya ninguna de ellas volvió a reírse cuando escucharon, a la mañana siguiente, un grito casi desgarrado de horror que emergió de la garganta de Claudia, la madre, que acababa de regresar de la fiesta.

Cuando las tres corrieron a ver qué sucedía, ella solo atinó a decirles:

-¡No entren al baño! ¡No entren, por favor!

Impulsadas por el miedo y la curiosidad, las tres pequeñas forzaron a la madre, escapándose por debajo, y lo que vieron las dejó heladas y no les permitió realizar el más mínimo movimiento.

Eugenio, el hermano de Camila, colgaba de la ducha mediante un cinturón rosado fuertemente ajustado a su cuello.

Azul y Martina se alejaron de la espantosa escena mientras Camila y su madre se abrazaron, a más no poder, y -juntas- lloraron hasta casi agotar las lágrimas. La familia se mudó de casa.

Nunca se supo a quién pertenecía ese cinturón, por qué alguien habría elegido a un pobre hombre discapacitado como víctima ni -mucho menos aún- cómo había logrado entrar aquel visitante nocturno, cerrada como se encontraba la casa que -dicen- todavía sigue buscando a alguien que la adquiera, a pesar del bajísimo precio que la inmobiliaria le ha dado.


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