Una noche de amigas

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Esto sucedió hace ya muchos años, estaba con unas amigas durmiendo en la casa de campo de una de ellas. Todos los fines de semana la pasábamos allí, junto con su abuela y sus papás.

Valentina (una de mis amigas) por ser la más miedosa de las tres, dormía en la cama que estaba en el medio de las otras dos del cuarto del primer piso, Martina (dueña de la casa) dormía del lado de la puerta, y yo, dormía junto a la ventana.

Ese sábado, su abuela nos había estado enseñando algunos pasos de baile, la clase cual terminamos al rededor de la una de la mañana, con su abuela exhausta y nosotras bailando para los padres de Oriana.

Al cabo de unos minutos de que nos fuimos a dormir, los padres de Oriana nos avisaron que la abuela se sentía mal y que la llevarían al hospital, que no nos preocupemos y que siguamos durmiendo que ellos luego volverían. ¿Cómo podríamos dormir con semejante noticia y con esa tormenta que se estaba desatando afuera?

-Chicas, ¡tengo mucho miedo! ¡Por favor prendan la luz!-decía Camila muy asustada por los primeros truenos.

Estuvimos de acuerdo en prender los veladores que estaban al lado de la cama de Camila, y por lo tanto también pegados a nuestras camas. De pronto parece como si la naturaleza se pusiera de acuerdo para erizarnos la piel, porque en ese momento un rayo hizo cortar la luz.

-¡Basta chicas, prendan la luz!

-Yo no fui.

-Yo tampoco fui, chicas.

-¡Ya sé qué hacer para no asustarnos!

Nos tapamos hasta la cabeza con las mantas, cerramos los ojos y nos agarramos de las manos para sentirnos más protegidas.

-Está bien, hagámoslo.


Todas nosotras hicimos lo que Camila dijo. Al sentir nuestras manos entrelazadas nos dormimos en paz.


A la mañana siguiente la abuela se sentía mejor y nos llevó el desayuno a la cama y nos preguntó como pudimos dormir con una tormenta así.

-Nos tapamos las caras así, cerramos los ojos y nos agarramos de las manos.

La cara de horror de todos los presentes se dió porque a las camas de los extremos habría que correrlas unos 20cm para que nos pudiésemos tocar siquiera la punta de los dedos.

¿Será que, en las noches de tormenta, los fantasmas también tienen miedo, y necesitan la compañía de unas manos para sentirse mejor?.


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