Depressive Girl

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-Basta...-susurra la chica tomándose de la cabeza, al escuchar a su madre y a su padrastro pelear nuevamente. Todas las noches es lo mismo: su padrastro llega borracho y le grita a su madre que si Natalia no hubiera nacido, todo estaría perfecto. Su madre por otro lado, la defiende, y eso hace que el cariño que Natalia siente por su progenitora aumente cada día más. Es la única persona que realmente le importaba.

Pone llave rápidamente. No quiere que lo ocurrido la noche anterior volviera a repetirse. Estaba durmiendo plácidamente, cuando siente una mano subir y bajar por su pierna lentamente, acariciándola. Natalia permanece con los ojos cerrados, pero sabe que es su padrastro, seguramente borracho (como siempre). Siente unas palabras susurrarse en su oído: "Lástima que eres mi hijastra", luego una puerta abrirse y cerrarse.

Unas lágrimas humedecen sus ojos al recordar eso, y se tira en la cama mientras llora silenciosamente. No es una chica inocente; sabe lo que eso significa, y también sabe de lo que es capaz esa persona. Si no tiene precaución, en el momento menos esperado podría llegar a abusar sexualmente de ella. Y Natalia no quiere eso, por supuesto que no.

Enciende la luz, iluminando la oscuridad de su cuarto, y se mira al espejo. Ésta es Natalia Thomas, de ojos verdes aunque realmente cansados, con ojeras. Cabello rubio oscuro sin mucho brillo que ni se molesta en peinar. Era normalita, como todas las niñas de su edad. Dotada con una gran inteligencia, la agilidad de un gato (aunque a la vez no podía hacer mucho ejercicio físico), y la capacidad de dibujar de Picasso. Aunque... tenía unos pequeños defectos: sufría de asma, y de acoso escolar.

Si, podrá sonar muy cliché, pero la pobre chica estaba desmoronándose. Su único amigo no lo notaba, o eso aparentaba, y siempre ocultaba esa depresión detrás de una radiante sonrisa. Su madre tampoco parecía darse cuenta de que estaba muriendo lenta y dolorosamente. A Natalia no le importaba eso; ambos tenían bastantes problemas que solucionar. Su madre con su padrastro, y su mejor amigo tenía que preocuparse por levantar sus notas.

Sonríe al recordar a su mejor amigo. Es como un hermano para ella, a pesar de que él la quiera como algo más que una amiga. Se llama Mark, y es un chico normal con una ligera obsesión por el deporte. Suele defenderla constantemente de los abusadores escolares de Natalia, y sabe de su depresión. Sin embargo, no la juzga como los demás, y eso hace que la chica le quiera cada día más. Resumiéndolo, es una gran persona.

Se limpia las lágrimas en sus mejillas al escuchar la puerta abrirse y se voltea hacia ella; es su madre, quién le sonríe con una quebrada sonrisa-Nati, es hora de cenar-avisa. Natalia logra divisar en su mejilla un golpe. La mira interrogante, y su madre al darse cuenta de eso, se cubre el moretón con una mano.

-¿Y eso?

-Solo un golpe.

-Si, eso dices de todos los demás. Mamá, ¿cuando vas a aceptar que es un mal hombre?-pregunta Natalia. Su madre suspira, y se adentra en la habitación, cerrando la puerta detrás de si-. Ma, ya no lo aguanto más. Tiene que irse, porque sino se va él, me voy yo. Y no me interesa que me digas, no me interesa tener trece años.

-No exageres, Natalia. Mientras tu no salgas lastimada, todo va a estar...

-¿Y por eso tienes que salir lastimada tu? Mamá, no aguanto verte sufrir, tienes que decirle que se vaya, por favor-pide la chica con un nudo en la garganta. Su madre la abraza fuertemente mientras acaricia su cabello.

-Será pronto, cariño, será pronto-promete. Y ambas bajan las escaleras hasta llegar al comedor, la cena transcurre en silencio como de costumbre. La chica apenas prueba bocado, sintiéndose observaba por su padrastro. Cuando levanta la mirada lo nota observándola con una extraña sonrisa. Natalia se siente confusa. Sin embargo, sabe que detrás de esa sonrisa, no se esconde nada bueno.

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