No Bajes Al Sótano

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  No he bajado al sótano de casa desde hace dos años, poco después de la muerte de mi hermano, mis padres me lo tienen estrictamente prohibido. 

 De hecho, procuran que nunca me quede sola en casa para evitar que tenga cualquier tentación de desobedecerles. Supongo que en cierta manera es normal, después de lo que le pasó a Julio...

Julio era mi hermano pequeño. Tenía diez años cuando sufrió un accidente en nuestro sótano. Uno de los tantos muebles que teníamos allí amontonados se le cayó encima mientras jugaba. Mis padres lograron sacarlo aún con vida de allí abajo y se lo llevaron corriendo al hospital, pero no se pudo hacer nada. Murió a causa de graves lesiones en la cabeza. Fue muy duro para todos, sobre todo para mi madre, porque Julio era su ojito derecho.

Yo a veces tenía celos de mi hermano por ser un niño mimado, pero lo quería, por supuesto, y jamás deseé que le pasase nada. Pero aquella tarde habíamos discutido, ya ni siquiera recuerdo por qué... Seguramente por tener el mando de la tele o cualquier tontería de ese estilo. El caso es que lo último que hice con mi hermano fue gritarle e insultarle.


  Imaginaos cómo me quedé cuando le pasó aquello. Todavía no he logrado quitarme del todo este amargante sentimiento de culpa. El caso es que hace tiempo que en casa se escuchan algunos ruidos muy extraños, que parecen proceder del sótano.

No les he dado mucha importancia porque se han escuchado desde siempre. A veces se cuelan gatos o ratas allí dentro, por una ventana que no se puede cerrar del todo, y no es raro que en algunas de sus persecuciones dejen caer algún mueble con el consiguiente estruendo. En definitiva, estamos acostumbrados a esos sonidos. Pero escuchar lamentos ya es otra cosa...

Algunas noches, cuando todo en casa se queda tranquilo y los perros de los vecinos dejan de ladrar, he escuchado una especie de lamento que proviene de la parte inferior de la casa. Al principio pensé que sería el viento, o cualquier otra cosa. Pero no. Con el tiempo noté que aquel lamento me resultaba extrañamente familiar. Y llegué a la conclusión de que era el de mi hermano. ¿Cómo no reconocerlo con las veces que le había hecho llorar de rabia?

Aquella conclusión me llenó de miedo, pero también de curiosidad. ¿Sería el fantasma de mi hermano el que lloraba así en el sótano? Según lo que había leído por Internet, no era descabellado pensar que el alma inocente de un niño podría haberse quedado atrapada en el lugar en el que murió. ¿Sería esto posible? ¿Me estaba volviendo loca? 

 El caso es que he tomado la determinación de averiguarlo por mí misma. Quiero saber qué es lo que hay allí abajo, si es que hay algo. Así que esta tarde que sabía que mis padres debían salir, les he dicho que yo también iba a estudiar a casa de una amiga, y que volvería ya por la noche. De esta manera me aseguraba que se fueran los dos, ya que si yo me quedaba en casa, seguro que alguno se quedaba conmigo.

Llego a casa y abro la puerta con cuidado. No hay nadie. Tal como había planeado, tengo total impunidad para bajar al sótano. No sé qué espero encontrarme allí. Por una parte tengo mucho miedo, miedo de ver algo extraño, inexplicable... Pero por otra... Confío en que si el alma de mi hermano sigue ahí, pueda por fin disculparme con él. Pedirle perdón por haberle gritado aquella tarde. No sé si es una locura, pero necesito hacerlo.

Por si acaso, agarro una escoba del cuarto que hay junto a la cocina y me aproximo con sigilo al sótano. La puerta esta cerrada con llave, eso lo había planeado. Consigo abrirla con una horquilla, tal como me ha enseñado Javi, mi compañero de clase.

Si salgo de esta, tengo que invitarle a una cerveza. Y tal vez nos convirtamos en ladrones profesionales. Abro la puerta del sótano y todo está oscuro abajo. Le doy al interruptor, pero no hay luz. No pasa nada, soy previsora, así que saco la linterna y voy iluminando mis pasos, para no descalabrarme por las escaleras. Avanzo poco a poco, con miedo y curiosidad. Por ahora no escucho más que mi respiración acelerada...

Cuando me interno un poco más en el sótano, escucho un ruido que proviene de unos metros más allá, a mi derecha. Enfoco con la linterna y solo veo una sombra que se esconde. Tengo miedo. Mucho miedo. Creo que hay algo aquí abajo, conmigo.

Cuando consigo salir un poco de la parálisis provocada por el pánico, me doy la vuelta para salir corriendo escaleras arriba. Pero él esta ahí. Enfoco con la linterna su cara y se la tapa como cegado por la luz. Cuando la bajo un poco, puedo ver a una especie de niño con ropas usadas y raídas, las piernas pequeñas y delgadas, unos brazos largos y desnutridos... Y esa cabeza...

Dios, está totalmente deforme, abollada. Un ojo le sobresale más que otro, y la boca también está deforme, se abre mostrándome una hilera de dientes puntiagudos y escalofriantes, como si fuese a decir algo.

- Hola, hermana.

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