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(Mery)

Mi madre está apoyada en la puerta de mi habitación mostrándome un par de pantalones de fieltro y una chaqueta. —Mery, mira lo que compré para tí. —la dependienta me dijo que todos los adolescentes llevan esto. Son muy, muy, muy modernos.

— Ya nadie dice moderno

— ¿Genial?

Cojo la ropa. Es un conjunto de marca, muy suave y nada comparado con mi ropa habitual. — Mamá esto debe de haberte costado muy caro. Es genial, pero no podemos permitírnoslo.

— No te preocupes por el dinero. He hecho algunas horas extras y he conseguido un pequeño extra este mes. Además el instituto empieza el Lunes y quiero que tengas algo moderno, genial o como sea.
Pruébatelo —mamá hace un corto baile mientras espera.

Mi plan era que al irse a trabajar llamaría a Carla para decirle que no iba a la fiesta. —Mamá, ¿no vas a trabajar?¿No crees que el Sr. Pérez estará enfadado si llegas media hora tarde?

Ella sonríe, su emoción no ha disminuido. —Cariño, estoy esperando a que Carla te recoja.

Mi estómago se hunde hasta las rodillas. —¿Por qué?

—Porque me haría muy feliz verte salir y que te diviertas.

Siento la presión reuniéndose y entrando por mis pulmones.

Me visto con mi ropa nueva ante la atenta mirada de mi madre. —Oh, estás guapísima.

Tengo que admitirlo, el conjunto es precioso. Pero yo no lo soy. Quizás los pantalones escondan mis horribles cicatrices pero ninguna gran cantidad de dinero puede hacer que un conjunto esconda la torpe inclinación mientras camino.

Me cepillo mi abundante cabello café oscuro y me aplico algo de maquillaje.
Y ahora, estoy esperando a mi prima.

— Si tienes algún problema llama a uno de estos números. —me da su móvil y un trozo de papel. El número de la cafetería, el de tu tía, la línea de emergencia del Dr. Pérez y por último el 112.

Imágenes de Inglaterra corren a través de mi mente. Me trata como si mi cabeza estuviera igual de dañada como mi rodilla. — Venga ¿el 112? Eso ha sido infundido en mi cabeza desde infantil.

— Las personas olvidan los números cuando están bajo estrés, Mery.

Abro mi bolso y guardo el diminuto papel. — Estaré bien. —le aseguro, aunque yo misma no esté tan segura.

¿Por qué se preocupa hoy más de lo normal? Claro, ¿como no se me ha ocurrido antes? — ¿Tú sabes que Daniel Oviedo volvió hoy, no es cierto?

Su mirada cambia insofacto. — Quizás alguien lo mencionó en la cafetería ayer...

— ¡Mamááááá!

— Cariño no pienses en eso. Tan solo haz como si los Oviedo no existieran.

Creo que ahora sería el mejor momento para hablar sobre lo mucho que echo de menos a mi ex mejor amiga, justamente uno de los Oviedo. Oigo el sonido de un coche aparcando. Es Carla.

Salgo a la puerta, contando los días que faltan hasta que vaya a Inglaterra. Creo que unos ciento dieciocho días, obviamente nada pronto. Al llegar al coche de mi prima dice: —Bonito conjunto.

Carla conoce perfectamente nuestro esfuerzo financiero y mi ropa es uno de los gastos que no podemos permitirnos.

— Gracias —recorro con mis dedos los suaves pantalones una vez más.

Y esa es toda la conversación que mantuvimos hasta que Carla aparca enfrente de la casa.

Escucho música a todo volumen y respiro sonoramente. Allí van a estar bailando. Bailar implica movimiento y chocar con otras personas. ¿Y si me caigo? Peor, ¿y si no puedo levantarme y se ríen de mí?
Estoy lista para salir corriendo de vuelta a casa y esconderme hasta que vaya a Inglaterra. Pero Carla ansiosamente abre la puerta antes de que pueda decir nada.

Mientras recorremos los pasillos soy consciente de que soy el centro de atención. ¿Tendré un grano del tamaño de un aguacate en la nariz? ¿De verdad mi cojeo es tan malo? Sea lo que sea, odio la atención.

— ¡Oir chicos, es Mery Dail que vuelve de la muerte! —chilla un chico del equipo de fútbol.

—Daniel Oviedo también ha vuelto —un tipo llamado Carlos dijo.

— Eso he escuchado. —estoy sorprendida de sacar las palabras cuando mi garganta está a punto de cerrarse.

— Pero él casi te mata. ¿No estuviste en silla de ruedas , como por, cuatro meses? —dice otro al que no conozco.

Ciento veintitrés días para ser exactos, ¿pero quién está contando?         

—Supongo.

— Gente, darle espacio para respirar. —giro hacia la voz. Es Claudia. La ex novia de Daniel. Nosotras solíamos salir con la misma gente pero nunca fuimos amigas. Ella me recuerda a una falsa muñeca de plástico. Sorprendiéndome tira de mí sacándome hacia el jardín. Con mi cojera es difícil mantener su ritmo sin tropezar pero ella parece no darse cuenta. O preocuparse.

— ¿Lo has visto? —susurra.

Claudia me sacude, y por fin ya he vuelto en mi.

— ¿Lo has visto? —por la forma en que me mira sus ojos son dardos dispuestos a lanzarse para derrumbarme.

— ¿A quién?

Ella está furiosa, su rizado y rubio cabello rebota con cada movimiento.  

— A Dani.

— No.

— Pero él vive justo a tu lado—dice desesperándose.

— ¿Y? —yo nunca hice tilín con Claudia. Ella lo sabe, yo lo sé. Pero poca gente lo sabe; hemos sido buenas fingiendo.
Me siento como en un enfrentamiento, ella exije información que cree que tengo. Pero no la tengo, ni si quiera tengo la satisfacción de ocultársela.

Un chico la llama y ella se va. Dejándome sola.

Estoy bien sola. Estoy acostumbrada ya. Intento no pensar en lo que era cuando no lo estaba, cuando formaba parte del escenario social. Cuando Claudia y yo no éramos amigas o enemigas, pero íbamos con las mismas personas.

Las fiestas no hubieran sido lo mismo sin mí.

Ahora no son lo mismo conmigo.

Minutos después la gente se multiplica y salen a bailar al jardín. Sigo sola, pero dentro de la multitud.

Mis ex amigas y mi prima empiezan a montar su propio espectáculo sobre el trampolín recordándome al reality show Gandia Shore y ya me encuentro completamente fuera de lugar.

Decido llamar a mi madre.

— Hola mamá, soy yo.

— ¿Pasa algo?

— Que va, estoy genial. —digo mientras cojeo lejos sin saber ni a dónde voy. A algún lugar privado...silencioso... donde no tenga que pensar todo lo que echo en falta. Un lugar donde pueda cerrar los ojos y pensar en mi futuro.

Un futuro sin Paraíso.

Puedo imaginar la interminable sonrisa de mi madre mientras dice: — Mira...y tú qué estabas preocupada por no encajar, ¿no te sientes tonta ahora?

— Absolutamente. —¿la verdad? Me siento absolutamente tonta de tener que mentir a mi madre.

Dejando Paraiso ||Completada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora