(Mery)
La Sra. Pardo está esperándome en el columpio del patio trasero con el muumuu en la mano, justo como ha hecho desde mi primer día de trabajo. En aquel entonces rechacé la prenda, sin éxito. Así que directamente me lo pongo, aún pareciendo una completa idiota.
No es como si necesitara preocuparme de verme bien, de todos modos. Daniel y sus amigos dijeron que la única forma de que yo consiga una pareja para el baile de graduación es por internet. Los escuché en el Festival de Otoño hablando de mí. Esa noche me harté a llorar, porque no puedo poner el reloj marcha atrás y borrar lo que pasó. Daniel se quedo inmóvil junto a los chicos como si él no tuviera nada que ver con que ahora esté así. Su falta de reacción me hirió más que las palabras de Alberto.
— Hoy vamos a limpiar el ático.—la señora Pardo me informa.— Ten esta escoba. Yo traeré el recogedor y el cubo.
— ¿Ya no vamos a plantar bulbos?—pregunto.
— Ya me he cansado de ver bulbos.
¿Podemos continuar plantando mañana?Ella me lleva hacia el ático. — No cierres la puerta, o nos encerrarás dentro.
— Eso es peligroso —digo—. Y aterrador, como sacado de una película de miedo.
Es un pequeño y oscuro lugar lleno de cajas, fotos y...telarañas. — ¿Sra. Pardo?
— ¿Qué pasa María?
— Le tengo miedo a las arañas.
— ¿Por qué?
— Porque tienen ocho horripilantes patas, muerden, y tienen una cuerda pegajosa que sale de sus traseros para capturar insectos y chupar su sangre.
Pensaba que la anciana se iba a reír de mí. Pero no lo hace. En vez de eso dice: — Las arañas controlan la comunidad de insectos. Son necesarias y eso es lo que importa.
Aunque eso sea verdad, siguen sin gustarme. Pero eso no la detiene para guiarme aún más lejos por dentro del ático polvoriento. Este lugar es absolutamente aterrador —con largos troncos en una esquina y cajas de mudanza en la otra.
La mujer encuentra una vieja silla y se sienta en ella. — Puedes empezar quitándole el polvo a los troncos.
Menos mal que están a mitad de la habitación, sin ser tocados por telarañas. Rocío la cumbre del tronco de madera, limpiándolo hasta que brille.
— Ábrelo—dice señalando una pequeña caja.
La miro, insegura.
Desengancho el candado, levanto la tapa, y miro dentro.
Lo primero que veo es una foto enmarcada de un hombre y una mujer. — ¿Es usted?
— Sí, con mi esposo fallecido. Que en paz descanse.
En la foto hay una Señora Pardo mucho más joven, con un vestido hasta las rodillas y guantes que suben por encima de sus codos. Su marido nisiquiera está mirando a la cámara, mira a su mujer como si ella fuera un valioso diamante.
— ¿Se casaron jóvenes?
— Yo tenía veinte y él veinticuatro. Estábamos muy enamorados.
Le devuelvo la foto a ella. — Me encantaría que mis padres se quisieran. Están divorciados.
— Si, bueno, la vida sigue, ¿no?
— Sip—incluso después del accidente cuando supe que nunca sería capaz de caminar con normalidad o jugar a tenis otra vez, confiaba con que la vida iba a continuar.
Aunque no quisiera.
La anciana se inclina y estudia más fotos. — Un día estuve con tu madre y pude ver que es una chica encantadora.—comenta mientras observa una foto de un niño pequeño.
— Gracias—digo, orgullosa de mi madre. Ella es divertida, incluso siendo madre. Sólo desearía que mi padre pensara que ella es lo suficientemente encantadora como para seguir casado con ella.
La señora me pasa la foto del niño pequeño. — Es mi hijo.
Casi inicio guerra de risas. ¿Quién pensaría que este niñito un día sería el jefe de mamá?
— Él estuvo casado. Su mujer murió de cáncer de ovarios cinco meses después—suspira.
— ¿No tuvieron hijos?—pregunto.
Ella sacude la cabeza. — Bien, ya vale de holgazanerías. Tengo un puñado de cajas que necesitan ser limpiadas. ¿Por qué no las amontonas en una esquina? En algún sitio hay cajas etiquetadas como —impuestos||—ella señala hacia una de las esquinas del ático—. Creo que están por allá.
Camino hacia las cajas y escaneo el pequeño espacio en busca de telarañas. Mierda. Muchas telarañas se alinean en las esquinas del techo, esperando que un desprevenido insecto vuele por ahí. Nisiquiera veo las arañas. Es como si fueran espías encubiertas hasta que su presa quede atrapada, sin esperanza, en la telaraña.
Me estremezco solo pensándolo.
Menos mal que no soy un insecto.— ¿María?
— ¿Si?
— Me vuelvo más vieja con cada segundo, ya sabes, date prisa.
Pongo las manos escondidas entre las mangas del muumuu y empujo las cajas hacia un lado. Estoy intentando no pensar en mi débil pierna y en cómo voy a maniobrar las cajas con arañas observándome desde el techo.
Hago como un camino con la pila de cajas y me coloco detrás de ellas. Veo un contenedor naranja de plástico hecho para parecer una cesta de picnic. — ¿Qué tipo de cajas son? ¿Para guardar cosas o de mudanza?
— No me acuerdo, pero estoy segura de que están etiquetadas.
— Bien—empiezo a darle la vuelta a las cajas esperando encontrar la palabra IMPUESTOS.
Escuché algo detrás de mí y grito.
Dándome la vuelta, vi que solo era la señora Pardo.
— Ay, cálmate. ¿Has encontrado alguna?
— Eso creo—levanto una caja marcada como IMPUESTOS 1944.— ¿Es esta?
Ella aplaude, como una profesora haría si un estudiante tiene la respuesta correcta. — Si. Ponla en la puerta. Hay tantas por limpiar que creo que esto podría llevarnos unos cuantos días.
Tan pronto como coloco la caja en la pila de —tirar— el timbre suena. La anciana no lo escucha. — Alguien está llamando al timbre—digo.
Ella frunce el ceño e inclina la cabeza para escucharlo. — No lo escucho pero, de nuevo, mis oídos son tan buenos como mis ojos. Se un amor y contesta ¿vale?
— Claro—me dirijo hacia la puerta por las escaleras. El timbre suena dos veces más antes de que pueda llegar a la puerta. La abro rápidamente, y luego doy un largo paso hacia atrás. Porque la última persona que esperaba ver de pie frente a mí es Daniel Oviedo.
Y, por segunda vez desde que volvió, se acerca de nuevo para tocarme.

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Dejando Paraiso ||Completada.
FanfictionNada ha vuelto a ser igual desde la noche en que Daniel Oviedo salió de una fiesta, se puso al volante y terminó atropellando a Mery Dail. Tras meses de dura y dolorosa rehabilitación Mery ha vuelto a caminar, pero le ha quedado una cojera de por v...