32

1.7K 134 10
                                        

(Mery)

Abro la puerta y de repente, está aquí, frente a mí con una mirada indescriptible en la cara.

— Quería verte—es toda la explicación que me da—. ¿Tu madre está en casa?

— No. Se fue a trabajar hace cinco minutos—Dani y yo solo somos amigos.

Está bien, somos más que amigos. Es raro y complicado, pero es la única amistad que me queda.

Vamos a mi habitación y lo dejo esperando mientras traigo algunas bebidas y bocadillos. Nos sentamos en el suelo y comemos. Hablamos sobre el instituto y su equipo de lucha, y nos reímos sobre la época en que éramos pequeños y las niñatadas que hacíamos.

Entonces jugamos con las cartas que mi madre me compró cuando estaba en el hospital. Él no dice ni una sola palabra sobre besos. Nisiquiera me mira con esa necesitada mirada con la que lo hacía el otro día. Sé que tiene algo en mente. No sé que puede ser, pero lo está distrayendo.

Después de un rato, baja sus cartas y dice:

— Te quiero ayudar Mery.

— ¿Con qué?

— A que vuelvas a jugar a tenis. Siempre te veo mirando hacia el armario como si allí viviera un monstruo, así que lo he abierto mientras ibas a la cocina.

No me muevo. Mi corazón comienza a acelerarse mientras me alejo de él.

— Nunca voy a volver a jugar.

— No trato de hacerte daño Mery. Intento ayudarte.

Le doy la espalda.

— No puedo jugar.

— Solo inténtalo, Mery. ¿Qué daño te puede hacer?

— No voy a ser tan buena como antes.

— ¿Quién dice que tienes que ser buena?

Él no sabe que ser buena en tenis siempre ha significado más que lo que su propio nombre indica. Es mucho más profundo que eso.

Quiero que Dani se sienta orgulloso de mí. Él intenta curar cualquier daño que me haya podido causar. Yo también quiero ayudarlo.

— Esta bien, lo intentaré—digo.— Pero no esperes mucho.

Quince minutos después estamos detrás de nuestro instituto, en las canchas de tenis. Esto me trae recuerdos de esa época en que trataba de probarme a mí misma.

Respirando profundamente, le sigo hacia la dura y verde superficie. Cuando Dani saca mi raqueta, me congelo. Nisiquiera quiero sostenerla.

Así que después de que el saque su raqueta y algunas pelotas, lo lleva todo, sin quejarse, mientras caminamos hacia el instituto.

Ahora me está ofreciendo mi raqueta.

Me contengo.

Cogiéndome la mano, envuelve mis dedos alrededor del mango de mi raqueta.

— Estoy asustada—admito.

— Yo también.

Levanto una ceja.

— Si—dice.— De que me ganes. Tengo que cuidar mi imagen de tipo duro.

Dejando Paraiso ||Completada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora