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(Mery)

Me doy cuenta de un movimiento a mi lado, no estoy sola. Mi cabeza se bloquea. Hay un tipo parado enfrente de mí, el dueño de mis pesadillas. No es producto de mi imaginación. Es realmente él, Daniel Oviedo de carne y hueso, mirando hacia arriba como buscando algo importante. Un gran soplido automáticamente se escapa de mi boca.

Él me escucha y rápidamente se centra en mí. No se mueve, ni si quiera cuando sus ojos fríos como el hielo hacen contacto con los míos.

Ha crecido en el último año. Actuaba como un duro en aquel entonces, pero ahora Daniel tiene una mirada amenazante. Su pelo es corto, la camisa desabrochada, mostrando su musculoso pecho. Eso, combinado con los pantalones ajustados que lleva puestos, son gritos de peligro.

No puedo apenas respirar. Estoy paralizada. Con la ira. Con la ansiedad. Con miedo.

Estamos en un callejón sin salida, ninguno de los dos puede hablar. Con la mirada fija. Ni si quiera creo que sea capaz de abrir y cerrar los ojos. Estoy congelada en el tiempo.

He estado cara a cara con él muchas veces, pero ahora todo ha cambiado. Apenas parece el mismo, excepto por su recta nariz y la postura de confianza que ha tenido, y supongo que siempre tendrá Daniel Oviedo.

— Esto es poco práctico.—dice, rompiendo el largo silencio. Su voz es más profunda y más oscura de lo que recordaba.

Esta vez no sólo lo veo por la ventana de mi habitación.

Estamos solos.

Y está oscuro.

Y es, oh, tan diferente.

Siento la necesidad de volver a la seguridad de mi habitación, trato de ponerme de pie. Algo caliente asciende por mi pierna y hago una mueca de dolor.

Veo con horror y shock como da pasos hacia delante y me sostiene del codo.

Oh. Dios. Mio. Automáticamente doy un tirón alejándome de él. Los recuerdos de estar atrapada en una cama del hospital sin poder moverme después del accidente pasan por mi mente mientras me pongo recta.

— No me toques.—le digo.

Tiene las manos en alto como si le acabara de decir "manos arriba".

— No tienes que tenerme miedo, Mery.

— Sí...si debo.—le digo, presa del pánico.

Lo oigo dejando escapar un suspiro y luego dando un paso atrás. Pero no se va, solo me mira raro. — Éramos amigos.

— Eso fue hace mucho tiempo—le digo—. Antes de que me atropellaras.

— Fue un accidente. Y he pagado mi deuda con la sociedad por ello.

Es un momento totalmente subrealista, y uno que no quiero que dure más de lo que tiene que hacerlo.
Temblando por el nerviosismo le digo: — Es posible que hayas pagado tu deuda con la sociedad, pero ¿qué pasa con tus deudas hacia mi?

Después de que las palabras salgan de mis labios, no podía creer lo que acababa de decir. Me aparté y fui de vuelta a casa cojeando, sin mirar atrás. No paré hasta que abrí la puerta de casa.

Cuando llegué a mi habitación, me senté dentro del armario y cerré la puerta como hacía cuando no quería escuchar las peleas de mis padres. Todo lo que tenía que hacer era cerrar los ojos y poner las manos presionando las orejas....y tan solo escuchaba un zumbido.

Cerré los ojos. La imagen de Daniel, de pie frente a mí con esos ojos marrón intenso, era como una marca en mi cerebro. A pesar de no tenerlo cerca, puedo escuchar su oscura voz. La noche del accidente, el dolor que sufrí, mi vida entera cambiando, todo volvía a atormentarme.

Empecé a tararear.

Dejando Paraiso ||Completada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora