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(Daniel)

El director está de pie al lado de mi pupitre. Han colocado el pupitre en su despacho para que pueda hacer mis temidos exámenes.

No debí haber vuelto al instituto. Yo asistía a las clases del DOC; era parte del programa para presos jóvenes.
Los exámenes no son el problema. Es la manera en que me está mirando, como si nunca hubiera visto un ex-convicto antes. Su atención innecesaria me está volviendo loco.

Me concentro en el último examen de la mañana. No estoy a la altura de los exámenes por ahora, pero tampoco he suspendido.

— ¿Has terminado?—pregunta.

Me falta una pregunta más de álgebra, pero con el señor pendiente de mí es casi imposible concentrarse. No queriendo suspender, estoy haciendo todo lo que puedo para responder correctamente.

Me cuesta cinco minutos más de lo que debería, pero finalmente estoy listo para el siguiente examen.

— Ve a almorzar, Oviedo—ordena después de recoger el examen.

¿Almorzar? ¿En la cafetería con la mitad del instituto? Ni hablar hombre.

— No tengo hambre.

— Tienes que comer. Alimenta ese cerebro tuyo.

¿Qué ha querido decir con eso? Deja de ser paranoico, me digo a mí mismo. Ese es uno de los efectos secundarios de haber estado en la carcel. Siempre analizas las palabras y expresiones de la gente como si ellos estuvieran jugando contigo. Una broma con el ex-convicto, ja ja.

Me paro. Más allá del despacho del director hay cerca de cuatrocientos estudiantes esperando ver al chico que fue a la carcel.

— Continúa—manda—. Tienes tres examenes más así que muévete. Vuelve en veinticinco minutos.

Pongo mi palma sudorosa sobre el pomo de la puerta, la giro, y respiro profundamente.

Una vez dentro de la cafetería, ignoro todas las miradas. Café. Necesito un fuerte café, que tranquilice los nervios y me mantenga despierto el resto de la tarde. Escaneando la sala, recuerdo que no hay café para los alumnos. Apuesto a que ellos tienen una máquina de café en la sala de profesores, seguro.

Veo a mi hermana sentada sola. Ella solía sentarse con Mery y sus amigas, riendo y ligando con mis amigos.

Eso es lo que detesto de tener un mellizo del sexo opuesto. Odiaba cuando a mi hermana le gustaban mis amigos y los invitaba a ir a casa. En ese caso ella se cubría de maquillaje y actuaba risueña y coqueta...todavía tiemblo cuando pienso en eso. Lo que fue peor era cuando me di cuenta de que la corriente había cambiado y que mis amigos en realidad querían meterse en los pantalones de Lore.
Me pasé todo el verano amenazando con cortar sus partes íntimas a mis propios amigos. Siempre me aseguré de que mi hermana estuviese protegida, su reputación igual que su estatus social.

Ha pasado un año.

Como han cambiado las cosas. Ahora ni siquiera nadie mira hacia Lorena.

— Hey, her—digo, sentándome a horcajadas en el asiento de la cafetería contrarío al de ella.

Lorena enrolla sus spaguettis alrededor de su tenedor, el almuerzo especial del día.

— Escuché lo de los exámenes—dice.

Dejo salir una corta risa cínica.

Dejando Paraiso ||Completada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora