22

1.7K 122 1
                                        

(Mery)

Hoy, Lunes, me dirijo al autobús al acabar las clases. Conforme paso por el pasillo de éste, veo a Daniel ya sentado en la parte de atrás. Ya lo pasé suficientemente mal trabajando juntos en ese pequeño desván la semana pasada. Si tengo que volver a trabajar con él dimitiré.

Pero entonces no iré a Inglaterra.

Y si no voy a Inglaterra, no me iré de Paraiso.

Y si no me voy de Paraiso el próximo trimestre, Daniel y sus amigos estarían riéndose de mí el día de la graduación mientras yo estoy en casa y les demuestro que estaban en lo cierto.

Quizás no vaya a casa de la Sra. Pardo hoy y me estoy yendo por tangentes innecesarias sin razón.

Quizás trabaje en algún otro lugar haciendo chapuzas. Pero conforme me sigue al patio de la casa de la anciana, mis miedos se hacen realidad.

— Entrar. Tengo tarta para vosotros.—la Sra. Pardo entra a la casa, sin darse cuenta de que ni Daniel ni yo la seguimos.

— Habéis tardado en entrar chicos. Es tarta, los adolescentes amáis la tarta—dice la mujer cuando entro en la cocina—. Tened.

Me siento y me quedo mirando la tarta. Normalmente habría empezado a comer incluso antes de tenerla frente a mí, pero no puedo.
Daniel entra y se sienta frente a mí.
Centro mi atención en dirección contraria a él, como si el cuadro de un frutero fuera lo más interesante que han llegado a ver mis ojos en toda la vida.

— María, ¿te acuerdas que me dijiste que debería reconstruir la glorieta?

— Si—respondo cautelosamente.

La Señora Pardo mantiene la barbilla en alto. — Bueno, pues Daniel lo va a hacer. Puede que tarde unas cuantas semanas pero...

¿Unas cuantas semanas? — Si él se queda, yo dimito—digo firmemente. ¿Unas cuantas semanas?

Escucho el ruido del tenedor de Daniel golpear contra el plato, luego se levanta y se va corriendo.

La Sra. Pardo pone sus manos en cada lado de subcara y dice: — María, ¿a qué viene esta estupidez de dimitir? ¿Por qué?

— No puedo trabajar con él señora Pardo. Él me ha hecho ser lo que soy—grito.

— ¿Que ha hecho él, niña?

— Fui a la carcel por atropellar a Mery cuando iba borracho—dice Daniel reapareciendo por la puerta.

La Sra. Pardo hace unos ruidos chasqueando la lengua. — Mmm, estamos en un buen lío ¿no?

La miro con ojos suplicantes. — Solo haz que se vaya.

Puedo casi afirmar que va a hacerlo, va a decirle que se vaya.

La mujer camina hacia Daniel. — Tienes que entender que mi primera prioridad es María. Llamaré al centro de menores y haré que contacten con tu oficial del servicio comunitario para que te manden a otro sitio.

— Por favor, Señora Pardo—Daniel le dice, con voz suplicante—. Solo quiero acabar con el trabajo y...poder ser libre de nuevo.

La anciana vuelve a mirarme, sus sabios ojos dicen más de lo que con palabras se podría decir. Perdonar.

Yo no puedo perdonar. Y mira que lo he intentado. Si él inconscientemente hubiera perdido el control de su coche, hubiera podido llegar a perdonarle. Pero no sé cuánto de inocente fue ese accidente. Dios, mi corazón no puede creer que conscientemente me atropellara. Pero demasiadas preguntas han quedado sin respuesta.

Dejando Paraiso ||Completada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora