El libro muggle

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Cuatro días. Habían pasado cuatro días y Sophie seguía sin despertar.

Seguía respirando y con un pulso estable pero por el resto parecía no estar viva. Su piel se había puesto muy pálida y sus labios estaba empezando a tornarse en un tono morado.

Harry no soportaba verla así. Sus padres aún no habían aparecido y los médicos de San Mungo decían que, aunque no era necesario trasladarla, no sabían cuándo podía despertar.

Se sentó a su lado y después puso el nuevo girasol aparecido en el jarrón de la mesita. No sabía quién era, pero todas las mañanas, cuando Harry llegaba a la enfermería, una nueva flor estaba allí, al lado de una de las manos de Sophie.

Agarró una de sus heladas manos y la cubrió con las suyas. Vio los ojos de la chica agitarse debajo de los párpados, pero este era el único movimiento que realizaba. .

-Hola, Sof...-dijo el chico-. Otra vez te han dejado un girasol. Tienes un admirador, ¿eh? ¿Por qué girasoles? Son difíciles de encontrar, ¿tú sabes algo? - guardó silencio un momento, mirándola, como dándole tiempo para que respondiese. Suspiró y acarició su mano-. Ginny, Hermione y Ron te envían saludos. Más tarde vendrán a verte, ahora solo me dieron permiso a mí. Luna vino ayer, ¿te volvió muy loca con sus teorías? Neville no hace más que buscar plantas u hongos que sirvan para que despiertes. Hermione está muy triste, te echa mucho de menos. Creo que no se siente bien ella sola en la habitación con Lavender y Parvati.

La enfermera se acercó a Harry y le tocó el hombro suavemente.

-Querido, tienes que irte ya...

Harry asintió y la enfermera se alejó.

-Bueno, Sophie, nos vemos, como muy tarde, mañana. Aunque tal vez nos sorprendas a todos y aparezcas hoy por el Gran Comedor a la hora de comer - se acercó a la chica y le besó en la frente-. Despierta ya, por favor. Aquí te necesitamos. Mucho...

Y diciendo esto, se levantó y salió de la enfermería.

*****

Habían pasado cuatro días y seguía inconsciente. Y Draco creía que iba a volverse loco. Todas las noches iba a verla, para asegurarse de que estaba bien. Después, le dejaba un girasol. Durante todos los años en Hogwarts había visto como, por el día de su cumpleaños, sus padres le mandaban un ramo enorme de girasoles. En cuanto lo recibía, la cara de la Gryffindor se iluminaba. Parecían encantarle esas flores. Por eso se las llevaba. Tal vez, si ella notaba algo que le gustaba tanto, despertara.

Todo eso lo hacía por limpiar su consciencia, claro. Y porque si la chica moría, la investigación se haría más intensiva. Y no le interesaba que la verdad saliera a la luz. Por eso se preocupaba tanto por ella, por interés propio.

Pero, después de cuatro días, seguía igual. Si no fuera por la respiración, el pulso y ese aleteo en los ojos a veces, parecería que estaba muerta.

Vio a Potter entrar en el comedor y reunirse con el resto de sus malditos amigos. Estaban todos allí, así que posiblemente ella estuviese sola en la enfermería. Era jueves, y los jueves tenía una hora libre por la mañana. Quizá aprovechara para ir a verla.

Pronto, el Gran Comedor comenzó a vaciarse y él esperó, paciente, a que todo el mundo saliera. En cuanto los Gryffindor abandonaron el lugar, se levantó y salió también. Algunos alumnos aún corrían por los pasillos, en dirección a sus aulas, mientras que otros que, como él, no tenían clase, se dedicaban a ir paseando hacia los jardines. Se paró enfrente de la enfermería y, después de asegurarse de que nadie andaba por el pasillo, entró.

Madame Pomfrey no estaba en la enfermería, asi que Draco se relajó. Sería imposible explicar su presencia ahí. "Sí, vengo porque me duele la cabeza". "Me he perdido". Cualquier cosa que dijera sonaría absurda. Sacó su varita y realizó un pequeño encantamiento, transformando una pequeña flor silvestre que abundaba en Hogwarts en un enorme y vivo girasol. Se acercó a la cama de Sophie y dejó el girasol en su mano izquierda. La miró. En estos días su aspecto había mejorado, en comparación con el día del... accidente. Pero seguía teniendo la piel pálida y los labios algo morados. Estaba boca arriba, con los brazos extendidos a ambos lados de su cuerpo. Alguien le había peinado su larga melena oscura en una trenza que descansaba en uno de sus hombros. Parecía que dormía.

-Vaya, veo que sigues empeñada en no despertarte. Apuesto a que lo haces a sabiendas, para torturarnos a todos un poco. Te he traído otro girasol, ya van dos hoy, no te puedes quejar. Pero quiero que sea el último que te traiga, Slumber - dijo, en un tono propio de Draco Malfoy. Después suspiró y suavizó su voz-. Venga, sé que puedes dar más de lo que estás dando. Eres la persona más cabezota que conozco. Lo que te propones, lo logras. Así que proponte despertar ya, porque tienes que hacerlo - susurró, acariciándole la mejilla. Sintió un pequeño escalofrío y sonrió, casi sin querer-. ¿Qué estás haciendo conmigo, Slumber? ¿Por qué me preocupo por ti? - hizo una pausa-. La verdad es que no sé qué me pasa contigo, pero si no te despiertas no vamos a poder averiguarlo. Venga, Slumber, demuestra que eres una Gryffindor. ¿No sois los leones fuertes y valientes? Pues demuéstralo.

La chica, en esta ocasión, ni siquiera agitó las pestañas como otras veces. Draco se quedó mirándola. ¿Qué pasaría si no despertaba? Sacudió la cabeza, queriendo desechar esta idea. Tocó el bolsillo de su túnica y palpó un pequeño libro, con la tapa dura. Lo sacó. "El señor de los Anillos". Sonrió. Se había olvidado del libro.

-¿Te acuerdas del libro muggle que te quité? Pues mira lo que tengo aquí - dijo, agitando el libro en el aire-. Hagamos un trato. Te devolveré tu estúpido libro si tú abres esos ojos verdes césped que tienes, ¿vale?

La chica siguió sin inmutarse. Draco suspiró. Tenía que irse ya. Dejó el libro en la mesita de noche y se dio la vuelta, hacia la puerta. Si despertaba, ahí tenía su libro. Él había cumplido con su parte del trato.

"Qué estupidez" pensó. "Como si yo fuera a conseguir que despertara".

Salió y cerró la puerta.

*****

Tal vez las palabras de Draco no consiguieran despertarla pero, en el momento que cerró la puerta, Sophie apretó las manos y abrió lentamente los ojos, como si el portazo la hubiera despertado de un profundo sueño.


La historia de la serpiente y la leonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora