Los pasillos de Hogwarts.

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Cuando subía las escaleras, tuvo que detenerse a medio camino y apoyarse en la gruesa y fría barandilla de piedra. Se encontraba totalmente mareada y sentía unas náuseas horribles. Cogiendo una gran bocanada de aire, intentó erguirse, sin éxito alguno. Le temblaban las piernas como flanes y todo a su alrededor comenzó a volverse negros. No sabía por qué, pero tenía absolutamente claro que ese era el momento previo a sufrir un desmayo y, en un momento de lucidez, su mayor miedo fue caerse por esas malditas escaleras en constante cambio. Intentó agarrase como pudo y perdió el control total de sus piernas.

Justo antes de caer al suelo y, como consecuencia rodar por las escaleras, alguien le sostuvo por los brazos y le sacó de la escalera en brazos. Seguía viendo todo borrosamente oscuro.

- No es buena idea un desmayo en las escaleras de Hogwarts, querida. Puedes acabar cayendo al vacío o siendo aplastada por alguna - dijo una voz masculina, proveniente de su salvador, justo antes de que la chica perdiera el conocimiento.

Despertó en uno de los fríos bancos del pasillo y poco a poco consiguió recuperar la visión y, con ella, el control de su cuerpo.

Se incorporó y vio a Dumbledore, que le miraba de pie, a su lado, con las manos cruzadas a la espalda. Estaba un poco sorprendida de que un hombre de unos 150 años hubiera conseguido cargar con ella.

- Menos mal que ha despertado. Si hubiera permanecido inconsciente más de un par de minutos, tendría que haber vuelto a la enfermería de cabeza. Por suerte, no ha sido más que un leve desfallecimiento.

- Gracias, profesor - susurró Sophie, a duras penas.

-Oh, no debes darlas, amiga mía. La situación requería de mi intervención. ¡Por las barbas de Merlín! Demos gracias a que me encontraba cerca y pudimos evitar una tragedia o, como mínimo, una situación la mar de incómoda.

A Sophie aún le daba vueltas la cabeza y la anticuada y curiosa forma de hablar del director solo pudo obtener como respuesta una leve sonrisa cansada.

- Debes tener cuidado - continuó -. Es normal que, en tu estado, te ocurran estas cosas.

- Pero yo creía que ya estaba fuera de peligro, señor.

- Estos médicos de San Mungo, siempre diciendo las cosas a medias - se quejó -. Una maldición nunca desaparece del todo, Sophie. Siempre dejan su sello en la víctima, sea cuál sea el caso. Debes tenerlo en cuenta. ¿Te encuentras con fuerzas para caminar o prefieres ayuda? - dijo, acercándose a la joven.

La chica intentó levantarse y, al ver que no tenía ningún problema para hacerlo, hizo un gesto al profesor para que no se preocupara.

- Bien, paseemos un poco para que te despejes entonces. Lo cierto es que no era casualidad que estuviera por aquí. Estaba buscándote - comenzó, retomando el paso por los pasillos -. ¿Cómo llevas el curso? ¿Te gustan tus asignaturas? - Sophie asintió lentamente -. Oh bien, eso está bien. ¿Y qué tal los amigos? He notado que pasas mucho tiempo con Harry y la señorita Granger.

- Sí, señor. Nos hemos hecho buenos amigos.

- Eso es maravilloso... Sophie, quiero que sepas una cosa. Lo que ha pasado, el que consiguieras sobrevivir, me refiero... No es habitual. Ni una casualidad, al fin y al cabo. No eres como el resto, Sophie. Quiero que lo tengas en cuenta.

- Señor, yo... Perdone, pero no entiendo a qué...

- Existen cosas, Sophie - le interrumpió -. Cosas que van más allá de lo que podemos comprender. No puedo decir mucho más. Solo quiero que prometas confiar en mí. Y que mantendrás cerca a tus amigos.

Sophie, que seguía sin comprender, no dijo nada y se limitó a asentir muy despacio. Harry confiaba ciegamente en Dumbledore, así que intentó convencerse de que, si él lo hacía, ella también debía.

La historia de la serpiente y la leonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora