Capítulo 8

11.1K 939 25
                                    

Una semana después

Las gotas de sudor recorrían su cuerpo durante horas, debido a la intensidad de los entrenamientos. A pesar de tener ya una semana, las cosas no se habían relajado en lo absoluto. Sus horas de entrenamiento seguían siendo igual de matadoras, pues a primera hora de la mañana se encontraba fuera del recinto, y hasta entrada la noche podía regresar a su habitación.

Eran cerca de las diez de la mañana cuando la pelinegra caminaba por pasillos que no conocía, llegando en poco tiempo a un lugar subterráneo. Era un pasillo muy bien iluminado, con paredes blancas y algunas puertas a los lados. Cuando el pasillo estaba a nada de terminarse, encontró la puerta que le habían indicado, tocó la puerta, pero nadie respondió del otro lado. Con cierto temor abrió la puerta con lentitud, mas parecía no haber nadie dentro de la habitación.

Era un espacio totalmente blanco, tanto que llegaba a encandilar el mirar la pared. Se encontraba en el centro de la habitación, simplemente esperando que alguien llegara para el siguiente entrenamiento, mas no esperó que alguien la atacara por la espalda.

Su cuerpo había impactado en el suelo debido a la fuerza, pero la pelinegra se puso de pie a los pocos segundos. Un hombre corpulento la miraba con seriedad, como si fuera una criminal que acababa de intentar atacarlo. No entendía que había pasado o si se trataba de un malentendido, pero no bajó la guardia en ningún momento.

-¿Quién eres?-preguntó, mientras retrocedía lentamente.

Sus ojos ya se encontraban teñidos de un tono guinda a causa de la confusión y el inesperado temor que la llenó. El hombre frente a ella no respondió a su pregunta, solo lanzó un suspiro pesado, como si estuviera calculando lo que estaba por hacer, haciendo que Gaia sintiera cómo se le erizaba la piel.

Mientras el hombre seguía acercándose a ella paso a paso, la ojiazul retrocedía, pero al sentir la pared detrás de su espalda sintió el pánico reinar en ella. El desconocido estaba a escasos metros de ella, y en el momento en que ya estaba a pasos de ella, alzó su puño, intentando golpearla, mas esta logró moverse de lugar antes del impacto.

El sonido de su puño chocando con la pared retumbó en toda la habitación y sintió un escalofrío al pensar qué habría pasado si su puño impactaba en ella. El hombre la miró segundos después, con su semblante aun serio, y Gaia supo que eso apenas estaba comenzando.

-¿Qué mierda te pasa?-preguntó alterada, sin recibir respuesta de regreso.

Nuevamente el hombre caminaba hacia ella, pero repentinamente paró en seco, confundiéndola demasiado. La tensión de no recibir siquiera una palabra la estaba desquiciando, pero no sabía qué hacer. Pronto, el desconocido puso sus manos a los lados de su cuerpo, y Gaia pudo presenciar cómo poco a poco brotaba una llama en ellas, hasta que el fuego era demasiado intenso.

Por instinto, Gaia retrocedió, intentando llegar a un lugar seguro, pero la imagen del hombre con fuego en sus manos la había tomado por sorpresa. Sin esperarlo, el desconocido lanzó las esferas de fuego hacia ella, por lo que esta solo atinó a crear un escudo con su energía para así evitar que el fuego la envolviera. Al dejar de sentir el calor desprendido del fuego, miró al hombre frente a ella, quien la veía fijamente.

La pelinegra comenzaba a enojarse ante el hecho de estar sufriendo un ataque de parte de alguien que siquiera conocía, por lo que sus ojos empezaron a cambiar de color. Un rojo sangre llenó su mirada, haciéndola ver temible. En su arranque de enojo, Gaia lanzó un par de esferas de energía, lanzando lejos al hombre frente a ella. El sonido del cuerpo impactando contra la pared la sorprendió, pero su enojo no se había ido.

Como si nada hubiera sucedido, el hombre se puso de pie nuevamente, y lanzó dos esferas de fuego hacia ella, mas Gaia las frenó en pocos segundos, para después dirigirlas hacia sus manos, e incrementar tres veces el tamaño de aquel fuego que ahora ella controlaba. Sin muchos esfuerzo, lanzó las esferas hacia él, impactando en su pecho. Los gritos de dolor llenaban la sala, pues el fuego comenzaba a dejar su piel al rojo vivo.

Mystic: The little AvengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora