Capítulo 18

6.8K 385 22
                                    

Mis manos comenzaron a sudar. ¿qué le diría? ¿qué le diré a Samuel?
Llegamos a mi departamento. Mis manos temblaban, trate de abrir la puerta pero estaba cerrada. No recordaba si la había cerrado.
Le susurré a Samuel un lo siento por mi torpeza.
Busqué las llaves en mi bolsa, la cual aún detenía Samuel.
Las saqué y abrí. Cerré los ojos.

Pasé al igual que Samuel. No dijo nada. Me extrañó. Los abrí. Todo estaba en su lugar. Todo estaba limpio.

¡No! ¡No! ¿Qué demonios le pasaba? Estaba mal. Cerré la puerta con seguro.

- ¿Estás bien, Anna?- asentí. Me senté en el sofá. Se sentó a mi lado.

-¿Me podrías traer un café de la pequeña cafetería que está a dos cuadras, por favor?- le dije. Me miro extrañado.

-Ah, sí claro. ¿Del que sea?- asentí. Se levantó del sofá y salió de mi departamento.

En cuanto cerró la puerta, me levanté y me dirigí a mi cuarto. Ahí, encima de la cama estaba el liguero. Con una carta. La tomé y la arrugue. Escuché como se cerraba la pierta de entrada.

Fruncí el cejo. Tal vez a Samuel se le olvidó algo. Salí de mi habitación. Y justo en medio de la sala estaba él.

Mi respiración se entrecortó. Mis puños se cerraron y mis nudillos me comenzaron a doler.

-Hola, vecina. Toqué pero nadie abrió y pensé que tal vez estabas ocupada. Tal vez leyendo o algo- dijo. Si voz era gruesa. Era un poco más gruesa en persona que por teléfono.

-¿Qué quieres?- pregunté en seco. Rió. Y dió un paso hacia mi.

- Sólo quería saber si me podías regalar un poco de azúcar- su mirada era demasiado intimidante. Tenía media sonrisa en la cara. Como si se estuviera burlando de mi.

Estaba nerviosa, muy nerviosa.

-Alejate. No te daré nada.- di un paso hacia atrás. Y el dió otro paso hacia mi dirección. -¡No, maldita sea!

-Anna, ¿me tienes miedo acaso?- y su sonrisa se hizo aún más burlona.

-¿Por qué yo?- le pregunté. Me sentí mal. Quería gritarle. Pero, tenía miedo. Demasiado miedo.

-¿No me vas a agradecer por haber recogido tu departamento?- levantó los brazos. Como director de orquesta que demuestra su trabajo.- Vamos, querida, ¿por qué no me modelas el hermoso liguero que compré pensando en ti?- me miró. No le contesté. No hice.- ¿Por qué no lo haces antes de que llegué el hijo de puta de Samuel?- sabía su nombre. Sabía todo.

-Dime que quieres de mi.- apreté mis puños. Ya no sentía nada. Sólo el dolor en medio de mi pecho. El nudo en la garganta.

-Te quiero a ti, Anna. Es simple.- dió otro paso. Comencé a llorar.

-¡No te acerques a mi, maldito enfermo de mierda!- grité con todas mis fuerzas.

-No quiero que llores por mi, princesa- se acercó a mi.

Me comenzaba a faltar el aire. Recargué mis manos en las rodillas. No podía respirar. Bajé la mirada y miré sus zapatos.

Sentí su mano en mi espalda baja. Una sensación extraña recorrió mi cuerpo. Traté de quitar su mano, pero no pude. No tenía fuerzas. Comencé a desvanecerme. Él me acomodó bien. Y comencé a ver borroso.

-Gracias por hacerme las cosas más fáciles, amor.- y dejé de sentir.

Psicópata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora