Capítulo 7.

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Escuchar su voz, fue algo realmente atemorizante. Es decir, ¡había hablado con él. Con mi acosador. Traté de dormir pero simplemente no podía. Escuchaba su voz una y otra vez en la maldita cabeza. Esto estaba realmente mal. Iba de mal, en peor. Me lo imaginaba de una y mil maneras. Calvo, panzón, viejo. Pero, ¿cómo demonios sabia que iba a llamar a la policía? Sobre todo, ¿qué estaba pensando cuando mando ese liguero, que lo aceptaría con gusto? Estaba enfermo. Realmente enfermo. Pensé en llamarle a Daniel, o a José, pero, ¿y si salen lastimados por mi culpa? No lo me perdonaría. Me dejé caer en el sofá exhausta, miré a mi alrededor admirando el desastre que había provocado. Ya no tenía lagrimas, había derramado todas por algunas horas. Traté de encontrar un lugar para poder dormir bin, creo que pasaban de las doce y mañana tenía universidad. Aun que, simplemente no tenía ganas para ello.
Recosté mi cabeza en un almohadón del sofá, y el Morfeo simplemente me ganó

Desperté con la respiración entrecortada, tenía gotas de sudor por toda mi frente y parte de mi cuello. Mis manos temblaban, y sufría un terrible frío. Me senté. Todo mi departamento estaba a obscuras. Sólo se alcanzaban a ver algunas luces que se filtraban desde la ventana. Toqué mi pecho. Como si eso, pudiera calmar mi respiración. Me levanté con un poco de dificultad ya que me dio un dolor punzante en mi espalda baja. Me toqué con cuidado. Gemí cuando toqué el punto proveniente. Cerré los ojos y di un fuerte suspiro. Dios santo. Caminé hasta la cocina, encendí la luz, recargué mis codos sobre la isla y mi rostro sobre las palmas de mis manos. Dormir me había tranquilizado un poco, pero no del todo. ¿Y si ahora mismo me estaba viendo? No lo dudo. Pero simplemente no me quiero preocupar, en este momento por eso.

Estaba en completa tranquilidad. Mi respiración era lo único que se escuchaba en el departamento.

Unos, dos, treses pasos. Tres pasos se escucharon recorrer por el living. Levanté mi rostro, mi corazón volvía a latir rápido. No, no, por favor. Tomé un largo suspiro. Lagrimas querían volver a salir. Uno, dos. Dos pasos nuevamente se escucharon. Me sobresalté cuando algo cayó al suelo. Me llevé la mano a la boca. Abrí el primer cajón que pude, y para mi suerte ahí tenía guardado los cuchillos, no me fijé exactamente cual agarré, pero caminé sigilosamente hasta el living. Asomé un poco la cabeza, pero toda estaba bien y en su lugar, y no se encontraba nadie. Me paré justo a la mitad del living, entre el sofá y la mesilla de centro. Y ahí fue cuando m di cuenta de que la caja y el liguero destrozado ya no se encontraban. Tragué saliva. Un portazo. Di un pequeño salto por semejante portazo que provenía de mi habitación. Camine hasta ahí. La puerta del baño se encontraba abierta, y con la luz encendida. Otro nudo se comenzó a formar en mi garganta. Tapé mi boca para evitar sollozar, mientras caminaba al cuarto de baño. Asomé por un mínimo de centímetros mi cabeza, las puertas del buró que sostenía el espejo, estaba abierta. Había un pequeño frasco derramándose en el piso, me acerqué más y pude leer con letras blancas, justo en frente del espejo; "Pequeña ramera". Me rompí a llorar. ¿¡Qué demonios le pasaba por la cabeza!? Aventé el cuchillo a no se donde. Y me hinqué, hasta estar sentada. Escondí mi rostro entre mis manos, mientras lagrimas salían sin parar de mis ojos. No se si pasaron segundos, o minutos. Pero sentí como si algo lentamente me tocara el cabello. Lenta y débilmente. Como si de una joya preciosa me tratara. Después de unos segundos paralizada, sentí una respiración caliente, entre mi oído y mi cuello. No podía moverme. Estaba en completo shock. Aspiró lentamente mi cabello y dejó salir el aire. Comencé a temblar.
La punta de su nariz recorrió mi toda mi oreja, después bajo por mi cuello hasta llegar a mi clavícula. Mis ojos se aguaron. Cuando sentí un poco más de distancia, me giré rápidamente. Pero, no sirvió de mucho. Ya que colocó un pañuelo con olor a alcohol entre mi boca y mi nariz.

Alcancé a ver unos ojos verdes demasiado frívolos que reconocía perfectamente. Y después lo único que vi, fue el color negro inundando mi vista.

Psicópata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora