Capitulo 6.

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Estaba despavorida. Tenía miedo, mucho miedo. ¿Qué demonios? Un liguero color negro se encontraba reposando en mi mano. Regalo de un maldito demente. Era mi límite, se acabó. Aventé el liguero a alguna parte de la habitación. Me paré y caminé hasta donde se encontraba el teléfono fijo. Justo cuando iba a marcar a la policía cuando sonó. Me lo llevé al oído.

-¿Hola?- contesté.

-Ni se te ocurra llamar a la policía, princesa- respondió una voz que claramente estaba distorsionada. Mi respiración se volvió irregular. Dios. Me quedé si palabras, no sabia que hacer ni que decir. Por dios, ¿cómo demonios lo supo? - ¿Muñeca, estás ahí?

-Si-. Tartamudeé. Mis manos comenzaron a temblar, y ya pronto comenzarían a sudar.

-:¿Te ha gustado mi regalo, princesa?- . ¿Cómo se atrevía a preguntar eso? Que cínico. Claramente este tipo estaba mal la cabeza.

-Estás cometiendo un delito, lo sabias, ¿no?- le dije. Articulando cada palabra tratando de que mi labio no temblara. No mostrar debilidad era lo mejor que podía hacer, y, a decir verdad, no me estaba saliendo tan bien.

-No fue lo que te pregunté muñeca. Y sí, ya lo sabía. Pero no me importaría cometer otro delito si se trata de tenerte para mi. Sólo para mi- me tambaleé. Un nudo se fue formando en mi garganta. Miles de veces había leído todo este tipo de cosas en novelas, trabajos, las había visto en películas pero nunca pensé que me pasaría a mi- Y para serte sincero, me encantaría verte en ese liguero. ¿Por qué no te lo pruebas?- estaba segura que los colores habían abandonado mi rostro para dejar paso a un color blanco.

-N...o. No.- pero que tonta. ¡No mostrar debilidad, idiota! Me regañé. Escuché su áspera carcajada del otro lado de la línea. ¿Que le causaba tanta risa? Carraspeó. Bajé mi cabeza. Esto me estaba haciendo mal. Muy mal-. Dime que demonios quieres de mi.

- A ti-. Mis ojos se cerraron automáticamente, negué con la cabeza. ¿Por qué, por que, por que? ¿Por qué a mi? No, simplemente no podía con esto. Era mucho para mi. Colgué el teléfono con dedos temblorosos. En cuanto estuvo en su lugar comencé a llorar.

Me llevé las manos a los labios, tratando de ahogar un sollozo pero me fue imposible. Busqué con la mirada el maldito liguero, cuando lo encontré cerca del sofá, lo tomé entre mis manos. Lo rompí. Con todas mis fuerzas. ¡Maldito hijo de puta! Mi vista se nubló aun más por todas las lágrimas que no paraban de salir. Corté algunas lágrimas, secándolas con el torso de mis manos. Mi respiración estaba entrecortada. Mi nariz ya estaba tapada y se me dificultaba respirar. Divisé la caja en la que habían enviado el "regalito" y lo pateé. ¡Agh!

Psicópata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora