Abrí la caja con cierto recelo. ¿Qué habría dentro? ¿Y por qué me llamaba en sueños? Estas y muchas más preguntas recorrieron toda mi cabeza a medida que destapaba esa especie de cofre. Tal vez mi movimiento fue muy brusco, porque vi salir algo disparado hacia arriba. Este misterioso algo chocó contra el techo, por lo que rebotó y empezó a caer. Durante su caída arrastró consigo una manta que impedía que pudiese ver de que se trataba. Aunque visto así, se podría confundir con un pequeño fantasma.
─Perdón. ─ me disculpé antes de acercarme. ─ ¿Estás bien? ─ ayudé a ese misterioso ser a sacarse aquella polvorienta manta de encima. A medida que se iba descubriendo me fui relajando, en cierta medida. Justo delante de mí, como si fuera un duende o un gnomo, se encontraba una especie de niña de ojos saltones. Su cabello era largo y sedoso, además lo llevaba adornado con un bonito lazo blanco que encajaba perfectamente con su delicado vestido. Debo admitir que su tamaño me sorprendió, pues se asemejaba a los de los peluches medianos que había en mi habitación. ¿Pero como podía ser eso posible? Una vez logramos, entre ambas, quitarle aquella sabana de encima, la niña se empezó a elevar gracias a algo que había escondido en su espalda, aunque no tardé mucho en identificar que era. ¿Pero habría visto bien? Eso era imposible, ¿no?
A medida que aquel pequeño ser iba ganando altura, mis dudas se fueron aclarando. No me había equivocado, aquella niña tenía alas. ¡Estaba volando! Pero las hadas no existían. Me lo habían repetido tantas veces cuando era pequeña que no me quedó más opción que creerles, sin embargo ahora, justo enfrente de mis ojos, ese ser fantástico que no debería de existir se encontraba flotando, mejor dicho volando. ¿Eso era imposible? Pero no había duda, era un hada.
La miré atentamente, analizando cada rincón de su ser. Buscando alguna explicación, pero no lograba hallarla. Era tan inexplicable como el hecho de que pudiera usar magia, así que decidí dejar de buscarle cinco pies al gato. Y sé lo que me diréis, el dicho es "dejar de buscar tres pies al gato", pero eso no tiene lógica a mi parecer. ¡Un gato tendrá 3 patas mires como lo mires, ya que tiene 4! Es por eso, por lo que decidí cambiar el dicho.
El hada se me quedó mirando unos segundos, analizándome con sus profundos ojos azules. Era como si tratara de identificar algo, como si su cabeza se encontrara llena de recuerdos que no la dejaban reaccionar. Aunque ese estado no duró mucho, ya que cinco segundos después se me había lanzado encima al tiempo que lágrimas de felicidad caían de sus orbes.
─¡¡Yui!! ─ gritó antes de aferrarse a mi camiseta ─ ¡Sabía que vendrías! ¡Te he echado de menos!
─¿Yui? ─ la miré extrañada ─ Lo siento, pero yo me llamo Yuïji.
─Eh ¿No eres Yui? ─ al mirar su rostro noté como mi corazón se rompía en mil pedazos. Su reciente felicidad se había esfumado en un segundo remplazándose por unas ganas irrefrenables de llorar. Ganas que trataba de contener a toda costa.
─No, lo siento. ─ pude ver su desilusión brillar en sus ojos, por lo que trate de arreglarlo. ─Mi nombre es Yuïji y tengo 15 años. Encantada de conocerte. ─ le tendí mi mano ─ Estás buscando a una tal Yui, ¿no?
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El Juego de las Mil Cartas
Фэнтези¿Nunca te preguntaste por qué en el colegio no hay clases divertidas? ¿Qué pasaría si una clase te llevara a otro mundo? Si acabaras separado de tus amigos, ¿qué harías? Si quieres saber que haría yo, acompáñame durante este viaje en un mundo de jue...