84.- Me lo ha quitado todo.

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Miranda


Había pasado una semana después de haber regresado del hospital, y tan solo en unos días había bajado un par de kilos de peso y parecía haber envejecido varios años, dependía totalmente de un suero en inyecciones que dolían bastante, pero prácticamente eso era lo que me mantenía con vida <<si es que se le pude llamar vida a esto>> dijo mi subconsciente y le daba toda la razón. Henry había tratado de disculparse de todas las maneras posibles, pero yo me negaba a dirigirle la palabra, me negaba si quiera a mirarlo. Y con justa razón me había arrancado a lo que más amaba sin ninguna consideración y hoy en día aún tenía golpes del día en que caí por las escaleras, golpes en la frente, las costillas y las piernas amoratadas y adoloridas.

—Señorita saque el busto—decía la diseñadora que se había encargado de diseñar mi estúpido vestido de novia, obedecí de la mala gana resoplando. La boda seria en dos días y el vestido estaba casi listo, solo me lo estaban probando para hacer los últimos arreglos. Henry por otro lado estaba entusiasmado con la idea y yo solo quería morir en el intento de casarme con él, no me importaría morir de una manera estúpida si eso evitaria que me casara con él, prefiero morir antes que ser su esposa. Prefiero morir antes que tener que fingir frente al altar que lo amo, cuando no hay en mí ni una pizca de amor por él, ni siquiera por el hecho de ser un humano, lo único que guardaba para él dentro de mí era odio y resentimiento. Un odio y un resentimiento que me superan de muchas formas.

— ¿Puedo irme ya? —pregunte malhumorada bajándome de la base alta donde me tenían de pie.

—Un momento más, señorita Anderson—suplico la diseñadora.

—No tengo un momento más, no se da cuenta que lo último que quiero es que siga diseñando el estúpido vestido que sellara mi desdicha de por vida—dije sacándome el vestido quedando en ropa interior, Doris me extendió una bata y camine hacia la puerta para abrirla—Ahora...largo—dije segura señalándole la salida a la diseñadora, que me miro compadecida, recogió sus cosas y cuando paso a un costado de mi susurro—De verdad lo siento mucho señorita Anderson.

—Lo siento mucho más yo—musite desanimada y cerré la puerta detrás de ella, camine hacia el tocador y me mire un momento en el espejo, estaba muy delgada, mis clavículas se notaban mucho y mis pómulos empezaban a notarse, no me importaba, lo que quería era alcanzar a Alec y a mi bebé, en ese paraíso divino donde se encontraban. No me resignaba a la idea de tener que vivir sin ellos en mi vida. Cuando Alec falleció, la satisfacción de estar embarazada de él me mantenía con vida, ilusionada, pero ahora no tenía nada.

Estaba al borde del colapso, no podía con la presión psicológica que esto me había traído, había llorado a mares los anteriores días y no dejaba de hacerlo inconscientemente, incluso ahora unas lágrimas solitarias salían de mis ojos, levante la vista para mirarme en el espejo y ver resbalar por mis mejillas las lágrimas, hasta caer en la fina madera del tocador. Doris estaba detrás de mí, mirándome compasiva y con mesura.

—Señorita...no...no llore más—me dijo haciendo pausa entre cada palabra, como pidiéndome autorización para hablar, me mantuve en silencio mirándola a través del reflejo del espejo—Desde que llego a esta casa, no ha hecho más que llorar—dijo acercándose más.

—El...el me lo ha quitado todo...me ha quitado cada una de las razones que tenía para mantenerme fuerte, para seguir viva. Estoy viviendo en automático Doris, estoy siendo desdichada como nunca antes...ya no puedo más—musite lo último logrando que Doris acercara su mano a la mía y le diera un apretón de comprensión.

—He trabajado para la familia Wilson toda la vida, soy leal a ellos, pero no puedo hacer oídos sordos y ojos ciegos a tanto sufrimiento que le está ocasionando el joven Henry, he vivido en la casa de una de las fuerzas de la mafia más influyentes en San Francisco y ninguna tortura que haya visto antes tiene comparación con todo el dolor que hay en sus ojos señorita Anderson.

—No creí que Henry pudiera llegar a tanto conmigo, a causarme tanto dolor y con cinismo decir que me ama...no es amor Doris...no puede ser amor.

—Realmente quisiera hacer algo por usted señorita, pero estando aquí dentro me es imposible, incluso yo soy vigilada las 24 horas del día.

—Gracias Doris—musite volviendo a mirar mi reflejo en el espejo, sintiendo pena y vergüenza por mí, sería la señora de Wilson y eso solo me hacía acariciar suavemente el deseo de preferir morir antes de que eso pasara.


Alec

Me encontraba parado en el balcón de la habitación de Miranda, impregnándome del olor que desprendía su habitación, a ella, ese exquisito olor que llevaba extrañando más de un mes y que de a poco se disolvía. Llevaba puesto un traje que Patrick había elegido para mí. Era el día de la boda de Miranda con Henry y nosotros asistiríamos. Patrick tenía razón Henry había querido hacer la ceremonia lo más publica posible y por la misma razón sabíamos dónde se llevaría a cabo aunque también sabíamos que el lugar estaría protegido y custodiado de sus hombres más calificados para evitar cualquier altercado pero habíamos trazado un plan minucioso estudiando cada consecuencia y cada posibilidad de cada una de las decisiones y acciones que se tomaran en el momento. Me sentía enojado y lleno de ira, pero esa combinación me daba la convicción y la seguridad de saber que mi único objetivo era traerla de vuelta con mi precioso bebé en su vientre. La adrenalina se estaba apoderando de mis venas con una rapidez impresionante, me sentía poderoso, decidido y la imagen de ella estaba rondando en mi cabeza constantemente recordándome que ella era mi único objetivo impedir la maldita boda y devolverle la vida que Henry, Samanta y Tania se habían empeñado en arrebatarle. Cada noche trataba de llegar hasta ella con el pensamiento para hacerle saber que estaba vivo, que estaba desesperado y que la estaba buscando, que no descansaba en el intento de traerla de vuelta, la idea de perderla para siempre me hacía acariciar la locura y era el fin de mi cordura, tenía que tranquilizarme si no quería que esto terminara en desgracia. Pensar en ella sufriendo por saberme muerto, me hacía pensar en que sentiría yo si yo creyera que ella estaba muerta y el sentimiento que emanaba mi cuerpo al pensarlo, me erizaba la piel, me detenía el pulso y me daba una jaqueca infernal, el solo hecho de imaginarlo me asesinaba en vida, no podía concebir la vida sin ella, después de ella, simplemente me negaba a hacerlo y tampoco quería hacerlo. Sacudí la cabeza intentado dejar de lado esos malos pensamientos, dejando la furia pura de un instinto animal me llenara para poder asesinar a todo aquel que se me cruzara en el camino, a todo aquel que me impidiera recuperarla, a todo aquel que se atreviera a hacerle daño de nuevo. Me gire para encontrarme con la mirada decidida de Patrick que había entrado en la habitación, con la mirada sombría y decidida.

—Llego la hora—dijo seguro metiendo el arma en su espalda, para acomodar la solapa de su traje elegante.

PREFIERO MORIR ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora