Capítulo 4.

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NICHOLAS.

—¡No quiero, no por favor! —exclame entre lágrimas, mi vista se estaba nublando y ya no tenía fuerzas para continuar.

Siento un calor en todo mi cuerpo, me estoy sofocando dentro de mis sabanas. Abro mis ojos poco a poco mirando la habitación oscura... Ella no esta aquí, sólo fue una maldita pesadilla que me persigue. Me siento, jalo mis cabellos frustrado y siento lo mojado que se encuentra mi cuero cabelludo.

«Eres fuerte, soy fuerte. No dejes que ella te dañe Nicholas, eres mas fuerte... Ya no soy un niño».

Por mas que no pueda las imágenes se repiten en mi mente y siento ese miedo de cuando era un niño. Frotó mis manos sin saber que hacer, he perdido el sueño. Sobre mi mesa de noche hay un reloj donde claramente muestra las tres y quince de la mañana. Siento la necesidad de escribirle a Mía, aunque recuerdo que eso haría que tampoco durmiera ella.

Decidido, me levanto de la cama ignorando que estoy en solo mi bóxer negro de Calvin Klein, hasta mi ropa interior tiene el nombre de mi detestable hermano. Pisé el suelo frío, no apetecía de buscar un par de zapatos como si fuera a salir cuando solo iría por un vaso de leche y quizás unas galletas.
Salgo de mi habitación, el pasillo esta en completa oscuridad a excepción de una lampara encendida que esta frente a una habitación. Bajo las escaleras y cruzo la sala,luego el comedor para terminar en la cocina. No dejo de pensar que la casa del tío de Mía es bonita y acogedora, es como si tuviera una historia con éste lugar. Antes de entrar enciendo las luces que iluminan la gran cocina de porcelanato. La cocina esta decorada con colores blanco y rojo, a pesar de que no me gusta esa combinación, el que diseñó la cocina se merece mis aplausos. El tío de Mía era un hombre de dinero y luego lo perdió todo...en una susbasta donde por culpa de su carácter perdió a su familia y por eso alquiló la que era su casa por una más pequeña. Abro la nevera gris de dos puerta, dentro hay cualquier producto que imagine sin embargo no es mio, son de la mujer con quien comparto casa. La mujer paranoica que no deja de llamarme ladrón por nada del mundo. Encuentro el envase de vidrio donde yace la leche de vaca.  Con mi mirada encuentro un vaso de vidrio donde sirvo mi bebida, vuelvo a dejar el envase de vidrio en la nevera para cerrarla con cuidado.

El frío de la leche pasa por mi garganta dejandome satisfecho y tranquilo. Esto era lo que necesitaba, un vaso de leche para olvidar aquella terrible pesadilla.
—Señor —escucho en murmuros. El vaso en mi mano comienza a temblar ya que mi mano lo hace, siento como no puedo respirar y la leche hace que me ahogue.

Volteo lentamente encontrándome a un niño de cabello castaño mirándome con sus ojos grises, intentando analizarme.

—¿Q-quien eres tú? —pregunto lo mas serio, el niño cruza sus brazos.

—¿Quien es usted? ¿por qué esta en mi casa? Acaso...¡usted es un ladrón! —me apunta, abre su boca pero de un salto cierro su boca con mi mano desocupada.

—¡No no! —niego dejando el vaso de leche en el suelo y me pongo a su altura —Soy el nuevo inquilino de ésta casa...también vivo aquí, niño —él asiente entendiendo todo —¡Oye,no soy ningún ladrón! ¿quien diablos eres tú?

Debía acostumbrarme a que me llamaran de esa forma. ¿Acaso tengo pinta de robar?

—Tommy Parker —alza la mano en su aire y supongo que es para que la estreche, sonrío de medio lado y la estrecho —Vivo aquí con mi madre y mi hermano pequeño.

—Lowey, Nicholas Lowey pero algunos me llaman Nick. —revuelvo su cabello para levantarme y levantar mi vaso con leche.

—¿Eso es leche? —pregunta con sus ojos brillosos.

A la Medida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora