Capítulo 5: Sombras en la noche

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Pasadas unas horas Johan cayó rendido en la cama y durmió profundamente. Poco después Sonia entreabrió la puerta con cuidado y me hizo unas señas para que saliera al pasillo.
-Ya llevas mucho tiempo aquí, tal vez deberías volver a casa -sugirió con cariño- Johan estará bien aquí.
-Cuando despierte dile que que venga a buscarme, ¿me harás ese favor?
-Por supuesto.
Sonia me acarició la cara, mirándome profundamente a los ojos. La parté suavemente la mano y bajé rápidamente las escaleras.

Conocí a Sonia a los quince años, desde que Johan empezó a visitar los prostíbulos de la ciudad.  Al principio creyó que era un cliente más, pero al verme azorado ante la vista de tanta mujer y el hecho de querer sacar a Johan rápidamente de allí le abrió los ojos. Después de tantas idas y venidas a causa de mi amigo, finalmente entable amistad con Sonia. Ella me contó su vida, sobre cómo había sido maltratada por su padre, un noble de la parte norte del muro y de cómo había abierto el negocio con dinero que le robó antes de escaparse. Por mi parte le conté toda mi infancia, y como me había sentido al ver durante años a mi padre llorar cada noche porque echaba de menos a mi madre. Incluso le conté como Johan y yo estábamos preparándonos para ir a la Universidad, pero ella se limitaba a reír, pensando que solo eran bravuconadas de un joven que quería impresionarla. Cuando le demostré que sabía leer y escribir, además de saber aplicar matemáticas  avanzadas quedó realmente impresionada.

Johan insistía una y otra vez en que Sonia se había fijado en mi y que tenía posibilidades con ella. Pese a que ella era aún joven y muy guapa, nunca había logrado conseguir que me interesara. De hecho, ninguna mujer había conseguido aún que me interesara por ella.
Había anochecido cuando salí, y pensé en ir a casa, pero no sabía qué le diría a mi padre. Ymir, su mejor amigo y padre de Johan, había muerto, yo había estado cerca de la muerte y había peleado contra un Khayam. No sabía como reaccionaría, pero no estaba listo para explicárselo.
Así pues me dirigí hacia la taberna de La piedra angular, cerca del mercado. Íbamos a esa tabernaporquee gracias a su localización no solían haber problemas, a diferencia de donde me encontraba yo en ese preciso instante.
La noche cada vez era más oscura. Empecé a andar rápido, con los sentidos agudizados. Por suerte los pequeños callejones parecían estar desiertos y sólo se oían lejanos gritos de gente borracha. De repente una niña salió de un callejón y me enseñó sus pequeños pechos.

No tendría más de trece años y parecía nerviosa.
- Por un dramin de vellón te lo hago con la boca, y por tres un completo-informó con la voz entrecortada.
-No...no, gracias.
No me gustaba tener que dejarla ahí, sabiendo que por lo general ninguna de esas chicas trabajaba por su cuenta y que en realidad sus ojos suplicaban ayuda. Pero si me quedaba mucho tiempo seguramente acabaría recibiendo una puñalada y me robarían.
-Por cuatro dramines puedo hacerte otras cosas-insistió la niña. Me había cogido de la chaqueta y miraba nerviosa por el callejón por donde había salido.
Me zafe de ella y aceleré el paso. Pero ya era tarde.
Dos matones aparecieron de un callejón por delante mio, armados con dagas de hierro poco afiladas, típicas de los suburbios. Me di la vuelta, pero la niña había desaparecido y en su lugar había otro matón más.
-Vaya, vaya...¿acaso no te gustan las mujeres? Seguro que la has hecho llorar, pobre -dijo uno de ellos. El resto rió con sonoras carcajadas- ¿Que cojones es eso?
Seguí su mirada y vi a lo que se refería. Llevaba la espada de mitrilo en la espalda, totalmente descubierta. Seguramente nunca habían visto nada hecho por ese material tan caro.
Cogí la espada y les amenacé.
- Marcharos, no tenéis nada que hacer aquí -Me giré y apunte con la espada al que estaba detrás mio-.Ni te acerques.
-El joven polluelo se pone gallito-murmuró.
Pese a que intentaba parecer amenazador, las manos me temblaban y sentía un nudo en el estómago. El que había hablado primero tomó una pose distendida que no conseguía  engañar a nadie.
-Vamos, solo queremos comer. Llevamos días sin probar bocado. ¿No te gustaría  que muriéramos de hambre, verdad?-dijo con tono amistoso. Vi por el rabillo del ojo cómo el que estaba detrás mío se acercaba lentamente- Solo tienes que darnos esa espadita, seguro que podremos sacar buena tajada. Anda, se bueno muchacho..
El matón de mi espalda cada vez estaba más cerca.
-Y si os doy mi espada, ¿como se que me dejaréis ir?-pregunté. Ya tenía un plan. Era arriesgado, pero no tenía alternativa.
-¡Ah, un chico inteligente! -exclamó el matón. Su compañero no hacía más que reírse a carcajadas- ¿Acaso no confías en nosotros?
Era el momento.
Cogí mi espada con fuerza y me di la media vuelta dando un tajo al matón de mi espalda, que ya estaba lo suficientemente cerca como para recibir el golpe. Intentó esquivar el golpe pero cayó hacía atrás y lo único que consiguió fue que mi espada rebanara una de sus manos. El hombre cayó al suelo entre alaridos sujetándose el muñón y los otros dos corrieron hacía a mi empuñando sus dagas.
Sin pensarlo dos veces corrí entre los callejones.
Pensé que no se arriesgarían a seguirme, pero lo hicieron. Esa parte de la ciudad era poco conocida para mi, y por la noche solo estaba iluminada por unos cuantos farolillos y las luces de algunas tabernas de mala muerte. Sabía que si pedía ayuda solo conseguiría atraer la atención de otros posibles ladrones, así que corrí sin decir nada.
Mis pasos resonaban en la noche y solo oía mi fuerte aliento al respirar.
Pasamos por delante de un centinela medio borracho que se limitó a alzar su lanza antes de continuar con su camino. Giré y enfilé una calle que me llevaba directo al mercado, donde estaría seguro. Los ladrones se dieron cuenta y aceleraron.
De súbito sentí un tremendo dolor en la pierna y caí al suelo bruscamente. Uno de ellos me había lanzado su daga y me había dado de lleno en el muslo. Intenté levantarme, pero era imposible.
-¡Ya te tengo maldito hijo de puta!
El ladrón que había estado hablando todo el rato me cogió por la perchera de mi chaqueta y me clavó un puñetazo en el estómago, seguido de otro en la cara que me hizo caer al suelo. Sentía la pastosa sangre en mi boca pero no podía reaccionar. Oía como el otro reía a carcajadas mientras su compañero me daba patadas. Sentía un dolor enorme en las costillas y vomité en el suelo.
-Vas a pagar lo que has hecho a Snod, maldito cabrón.
El matón se agachó para coger la espada de mitrilo tirada a mi lado, cuando oí un grito a lo lejos.
-Le están dando una paliza a alguien, ¡hay que ayudarle!
Me sorprendió escuchar la voz de Nolan. Oí cómo el hombre que estaba a mi lado renegaba al ver a mis amigos dirigirse hacía nosotros. Pese a mi horrible estado escuché perfectamente cómo una botella impactó contra la cabeza del hombre que me teníaagarrado, rompiéndose en mil pedazos y llenando la calle con el aroma del vino barato de frutas. El hombre dio un alarido y soltó la espada, agarrándose la cabeza llena de trozos de vidrio.
-¡Eres una perra con suerte!-dijo el que hasta ahora no había dejado de reír. Cogió a su compañero y se intentaron por una de las calles paralelas. .
-¡Oh cielos, es Balwind! ¿Me oyes?-Era Nime. Volví a vomitar por las nauseas que me provocaba el olor del alcohol- .Tenemos que hacer algo.
-Deberíamos llevarlo hasta Owen -sugirió Kachess. Su voz sonaba pastosa y pegada, como si estuviera algo bebido.
-Esta bien, vamos.
Nolan me colocó en su espalda mientras que Kachess cogía mi espada y empezaron a andar. Nolan era fuerte, pero yo era un peso muerto y pronto sentí su pesada respiración y su cuello sudado. Aún así no se detuvo ni una sola vez.
Llegamos a la taberna donde vivía Owen. Nime lanzó un puñado de piedras a la ventana del segundo piso, donde dormían el maestro y su mujer, tratando de despertarlos.
Finalmente Owen asomó la cabeza, con su pequeña mata blanca de pelo completamente despeinada.
-¿Que clase de estupidez es ésta?-exclamó con desagrado el maestro.
-¡Necesitamos ayuda !-gritó Nime.
Rápidamente el viejo maestro bajó a abrirnos la puerta. Nolan me tumbó en una mesa y se dejó caer en una silla al lado de Kachess, que había dejado la espada a un lado y ahora me miraba las heridas con mirada asustada.
-Contadme que ha pasado -dijo Owen. Desde el primer momento había analizado las heridas desde un punto de vista clínico. Nime empezó a contar la parte de historia que habían vivido mientras que Owen se dedicaba a encender unas brasas y a preparar una infusión.
-Decidimos que lo mejor que podríamos hacer era traerlo aquí-concluyó Nime.
-Bien hecho, habéis actuado con rapidez -elogió el maestro- Toma esto Balwind, te calmara el dolor.
Owen me acercó una taza a los labios y di un sorbo. Sentí una oleada de calor en el cuerpo junto al suave sabor de la miel en mi boca.
-Toma, dáselo poco a poco- dijo el maestro mientras le entregaba la taza a Nime.
Owen colocó las manos en mis costillas y de nuevo sentí una nueva fuente calor, solo que ahora se localizaba en esa parte del cuerpo. Owen estuvo así un largo tiempo, y noté como mágicamente las heridas se cerraban y mis costillas se recuperaban.
-Muy bien, creo que esto ya esta-dijo al fin- Solo tienes que descansar. Mañana te dolerá todo el cuerpo, pero no tendrás ningún tipo de secuela. Ayúdame con él, Nolan.
Nolan se levantó de su asiento y entre él y Owen me llevaron a la segunda planta y me dejaron en una cama que había en una pequeña habitación. Sé que me dijeron unas palabras, pero mentiría si dijera que las recuerdo.


Desperté y me quedé tendido en la cama unos minutos, escuchando el piar  de unos pájaros que provenía seguramente de algún nido que habían hecho en el tejado de la posada. Me levanté lentamente, sintiendo punzadas de dolor en mil sitios distintos a cada movimiento. Conseguí ponerme de pie y bajé las escaleras.
En una gran mesa estaban mis amigos desayunando algo de pan con mermelada, acompañado de una gran jarra con leche. Me explicaron que Owen y su mujer habían ido al mercado a por unas cosas y que ellos eran los encargados de vigilarme.
Tenía el estómago revuelto por la paliza de anoche, así que no tenía ganas de comer absolutamente nada. Tampoco esta de muy buen humor, lo que sin duda ayudaba a mi falta de apetito.
Kachess se cogía la cabeza con las dos manos, seguramente adolorida por la resaca, y Nolan se frotaba los brazos, que le dolían a causa de las agujetas por el esfuerzo de ayer. Nime parecía contenta y desayunaba con total normalidad.
-Ya que no vas a comer nada...-dijo Nime, cogiendo mi rebanada de pan.
-Oye, ya se que tal vez creas que no es de nuestra inconveniencia, pero somos tus amigos y tenemos derecho a saber la verdad -dijo Nolan, mirándome fijamente a los ojos- ¿Que os pasó a ti y a Johan?
-La verdad, no creo que deba contarlo -me excusé- No es algo que os gustaría oír.
-Ya esta bien Balwind -dijo Kachess enfadado. Era raro verle alzar la voz y todos lo miramos sorprendidos- Sabes que vosotros cuatro sois mis únicos amigos. Yo os confiaría la vida a cada uno de vosotros. Me duele que creas que no puedes confiarnos nada.
Suspiré.
Kachees tenía razón. Ellos eran mis amigos. Habían estado siempre a mi lado, y aunque no me gustara, merecían una explicación.
Así pues le conté toda la historia. Todos se asustaron ante el ataque de los Monardos, y Kachess lloró débilmente al enterarse de la muerte del padre de Johan. Nolan se mostró fascinado ante la aparición del Caparoja que nos salvó del Khayam.
Nime estaba en silencio, escuchando la historia con expresión sombría. Al acabar les expliqué mi temor sobre como explicar todo eso a Kurt, mi padre, y me prometieron que a la vuelta de Owen me acompañarían hasta mi casa para darme apoyo.
Negué e intenté irme, pero como protectores nombrados por Owen se negaron por completo a dejarme ir solo. Finalmente el maestro llegó y me hizo una revisión. Tal como él había previsto, las heridas y los huesos habían sanado bien, pero el dolor tardaría en aparecer.
-Deberías darte un baño antes de irte-aconsejó Sara, la mujer de Owen. Acepté con gusto y me bañe en el patio trasero de la taberna con agua tibia que Owen había calentado previamente con magia. El baño fue más reconfortante de lo que esperaba, aunque al estirarme para tirar el agua de los cubos por encima de mi cabeza sentí un dolor terrible en la zona de las costillas.

Al acabar Owen me entregó una camisa negra con detalles azules y unos pantalones oscuros sin apenas ornamentación. Habían comprado ambas prendas en el mercado junto a una bonita y gruesa chaqueta de piel de color marrón oscuro. Al principio pensé en negarme, puesto que era todo un lujo para ellos gastarse ese dinero, pero al ver mi ropa mugrienta y ensangrentada a causa del viaje decidí aceptar sin pensármelo dos veces.
-¡Estás guapísimo Balwind!-exclamó Nime.- Pareces otra persona.
-No se si debería tomármelo como un cumplido o un insulto -bromeé.
-¿De donde has sacado esta espada? -preguntó Owen. El filo de la hoja brillaba bajo la luz de la chimenea de la taberna. Gracias al material al que estaba hecha la sangre seca había resbalado hasta el suelo, manteniendo así la hoja de forma impecable.
 -Es un trabajo de mi padre. Debía de entregarla en Dorh, pero creo que no hará falta-dije. No era la verdad del todo, pero tampoco era mentira. Cada vez que imaginaba uno de aquellos bandidos Monardos con esa espada sentía arder mi sangre.
-Vaya, pues la verdad es que todo un malgasto utilizar mitrilo para algo tan trivial como una espada -suspiró Owen.-Como mínimo si no a sido tratada luego por un Capaazul, claro. Por cierto, ¿donde esta Johan?
-Estaba cansado-respondió de inmediato Nime. Kachess bajó la mirada ante la mentira. Owen no parecía nada convencido.

-No es nada normal en él-respondió extrañado-. Aunque tal vez este en aquel otro lugar que tanto le gusta.
-Es posible-mentí-. Iremos a buscarlo.
Envolví la espada con trapos de cuero, le agradecí al maestro y a su mujer todo lo que habían hecho por mi y salí acompañado por mis amigos a las frías calles de Someland. Mientras andábamos hacia mi casa me contaron como la noche anterior Kachess se había emborrachado a causa de una bonita Eorian que había actuado en la taberna tocando el arpa, y que había rechazado amablemente la petición del tímido Kachess para dar una vuelta y tomar algo en algún lugar más íntimo. Reí ante la historia, claro que Kachess río a gusto al verme doblado rápidamente por la cintura a causa del dolor que sentí en las costillas.
Al llegar ante mi puerta inspiré hondo y entré acompañado de mis amigos.
Abrí los ojos, sorprendido.
Kurt estaba llorando a  pleno pulmón, tapándose la cara con sus gigantescas manos. con Johan, sentado a su lado, nos miró a todos con expresión serena y lagrimas en sus ojos.
-Me alegro de veros-dijo Johan, con una débil sonrisa en su cara.
Kurt se levantó torpemente de la silla al verme y me abrazó fuertemente. Sentí mi espalda crujir bajo sus músculos.
-Balwind, mi hijo.. -dijo entrecortadamente- Me alegro tanto de que no te haya pasado nada...
Le devolví el abrazo y unas lágrimas asomaron en mi ojos.
No había palabras que decir.

Crónicas del aprendiz de Mago: El temor del hechicero oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora