Capítulo 41: Legado

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Mareado, con fiebre y un dolor de cabeza tremendo. Así desperté horas más tarde en una de las camas de Enfermerías, rodeado por dos personas que charlaban entre murmullos.

-Está medio despierto-dijo una voz familiar. Una luz me cegó por completo, que el Capaverde utilizó para revisar mis pupilas-. Tiene los ojos un poco amarillos-dijo preocupado-. Deberá pasar unos cuantos días aquí.

-Desaparece por semanas sin dejar rastro, y cuando por fin le encuentro lo veo tirado en el suelo-suspiró una voz femenina que también me resultó familiar. Mi corazón se desbocó al pensar en Je’Lad.

-No solo Balwind desapareció. Sus amigos también dejaron de verse el mismo día que él. Y de hecho, Nime también está siendo atendida por Yuri, que la obligó a venir a Enfermerías al ver el lamentable estado en que se encontraba la chica. ¿No te parece extraño?

-Muchas cosas extrañas rodean a Balwind. Una vez, en clase de alquimia básica, al maestro Alvian le dio uno de sus ataques de locura y estalló varios frascos de tónico de enfoque contra el suelo. Bien, todas las auras de energía de mis compañeros eran de colores claros y brotaban con más o menos fuerza, pero la suya…era terrible. Su aura de energía era roja, y tan densa que parecía a punto de estallar. Cuando Alvian se dio cuenta, sacó a Balwind de clase y lo mandó a su habitación.

Entonces ate cabos, y me di cuenta que en realidad se trataba de Lillian, la simpática Capaverde que asistía a las clases de alquimia básica conmigo.

-También corre el rumor que tomaba clases particulares con lord Korver. Muchos aseguran que tuvo una pelea con el maestro y éste le hecho de la Academia.

-Es cierto que entrena con lord Korver-confirmó Lillian, a la que le había contado con anterioridad mis entrenamientos con el maestro Caparoja y Gilchrist-. ¿Pero que tienen que ver los otros con el maestro? Incluso Marion ha abandonado la Academia. Y dudo que ella tenga problemas con nadie.

-Tal vez tenga que ver con todo aquello de la Generación Dorada-caviló la voz del chico. Era divertido ver cómo se preocupaban por lord Korver y la Generación Dorada, cuando en realidad todo tenía que ver con algo muy superior a todo ello. Ahora todos esos problemas eran minuciosas comparado con la que se nos venía encima.

-Tal vez simplemente nos estamos yendo por las ramas-dijo Lillian.

El silencio llenó la habitación.

-¿Y cómo es que diste con él tan rápido? Es muy tarde para ir paseando por la Academia-cambió de tema la voz del chico.

Lillian tomó su tiempo en contestar.

-Le estaba esperando-dijo al fin.

-Ah. Entiendo.

Un nuevo silencio, que quedó roto por el sonido de una puerta que se abría y el sonido de unos pasos en la sala. La puerta se cerró de nuevo.

-Manawydan, ¿cómo se encuentra Balwind?-preguntó una nueva voz de hombre.

-Tiene el clásico síndrome del aprendiz. Ha utilizado demasiada energía propia sin darse cuenta. No sería grave de no ser porqué da señales de llevar un largo tiempo sin descansar, que justo a un desgaste físico y mental llevados al extremo ha hecho que su cuerpo haya dicho “hasta aquí hemos llegado”.

-¿Y no podemos hacer una transfusión de energía?-preguntó Lillian.

-Imposible-respondió Manawydan-. Para un cuerpo tan débil sería brutal. En el mejor de los casos el cuerpo de Balwind rechazaría la energía. En el peor de ellos, la transfusión podría acabar con él. En estos casos lo mejor es simplemente dejar al paciente descansar hasta que él mismo recupere sus fuerzas.

Crónicas del aprendiz de Mago: El temor del hechicero oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora