Capítulo 37: El terror de los inmortales

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"Los Khayam..."
A medida que los jinetes se acercaban, yo notaba crecer más y más el odio en mi interior. Los Khayam habían sido quien había ordenado a aquellos Monardos atacarnos en el bosque, donde murieron Ymir, Melia, Tifyn y sus tres hijos; Jack, Robert y Will.

Ellos habían atormentado las vidas de las tres hermanas a causa de su sangre, y Katie, Mia y Sharlotte habían tenido que separarse para escapar de sus garras.

Por su culpa nosotros habíamos tenido que abandonar la Academia y buscar refugio en tierras lejanas.
Incluso nuestro maestro Owen llevaba años ocultándose de ellos.
Y por culpa de todo ello, Kachess había muerto.

 -Hay que acabar con ellos-dije con serenidad. El sol aún no había hecho acto de presencia, pero los jinetes avanzaban a un ritmo muy rápido y pude fijarme mejor en ellos. A la cabeza iba un mago vestido por completo de negro, seguido por cuatro magos más. El resto de la horda estaba formada por lo que parecía ser una mezcla de mercenarios y un grupo vestido cómo salvajes que no logré identificar-. Tenemos que matarlos a todos, uno por uno.

 -Vosotros os quedareis aquí-ordenó Frederick. A la vista de los jinetes los magos parecían haber sacado fuerza de flaqueza para enfrentarse en una última batalla-. Estad preparados para huir a los pantanos rojos, siguiendo la figura de las montañas de Hierro-dijo señalando al lado izquierdo del camino.

 -¡No! Nosotros también vamos a pelear-estallé de rabia. Quería luchar y llevarme a todos cuantos pudiera conmigo, aunque eso significara mi fin-. Estamos mucho más frescos y descansados que vosotros

 -Y menos preparados. Os quedaréis aquí, y os mantendremos a salvo-insistió con espíritu inquebrantable.

Un alarido de dolor salió del centro del grupo. Jabalí se estaba esforzando por levantarse del suelo y poder luchar. La mayor parte de las quemaduras estaban cubiertas por una débil película de piel, pero su aspecto era lamentable. Y con un gran esfuerzo, y entre gritos de dolor, logró ponerse en pie y llegar hasta su montura.

 -Ayudadme...a subir-pidió con un hilo de voz.

Esperaba una respuesta negativa de sus compañeros, pero para mi sorpresa Búho y Águila cargaron con él y Jabalí logro mantenerse en su caballo. Desde allí, el mago sacó una cantimplora de las alforjas y se la bebió de un trago.

 -¡No podéis luchar sin nosotros!-insistí. Si en mi cabeza había alguna duda, la geste llena de valentía del mago la borró por completo.

 -Cállate-soltó el propio Jabalí, inclinado por el dolor en silla-. La puta brisa me está jodiendo vivo, y todo por salvarte tu puñetero culo. Así que siéntate aquí y contempla como trabaja la gran Hermandad-escupió enfadado. Las heridas y el dolor le impedían hablar con claridad, pero Jabalí era todo pasión y decisión.

 -¡Así se habla, hermano!-celebró Frandra, mostrando todos su dientes-. Hemos cruzado las montañas de Hierro en un día, y acabamos de escapar de un maldito wyvern. ¿Qué oportunidad tienen esos malnacidos?
Aquellas palabras inflamaron el corazón de la Hermandad.

 -¡Estoy contigo, hermano!-dijo Leviatán alzando con fuerza el mismo puño que apenas había podido levantar segundos antes-. Los hombres aseguran que antes del último suspiro ven el rostro de la muerte venir a por ellos. ¡Pues yo soy la Muerte, y que venga a por mi único ojo si lo que digo no es verdad!

La Hermandad alabó aquellas palabras con gritos y cánticos de guerra. Algo en el interior de esos hombres había despertado, y cuando montaron sus caballos sentí toda aquella confianza en mí interior. La increíble certeza de la muerte venidera, y la muerte por entregar. Sí, muchos de ellos morirían, o incluso todos tal vez. ¿Y qué? Su tiempo podía acabar ahí, pero pelarían con orgullo hasta el último suspiro.

Crónicas del aprendiz de Mago: El temor del hechicero oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora