Capítulo 10: Reencuentros

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Owen me acompañó de camino hacía la muralla que dividía la ciudad, contándome por el camino todo lo que había descubierto gracias a Goran, el padre de Nolan.

Goran era un viejo soldado raso que en teoría debía de patrullar los suburbios y proteger las calles, pero que a la hora de la verdad no hacía más que beber y apostar en una taberna de mala fama situada cerca de las afueras de Someland. De joven no había sido así, sino todo lo contrario. Goran se había tomado muy en serio la protección de los suburbios para que sus habitantes pudieran avanzar y arreglar el estercolero en lo que se había convertido esa parte de la ciudad. Al final ese esfuerzo le había costado un ojo, varios dedos de su mano derecha y una cojera ostensible, pero nada en los suburbios había cambiado.
 Así pues, malhumorado consigo mismo y con los demás, decidió que dedicaría todo su tiempo a la bebida y a intentar aumentar sus escasos ingresos en la guardia con el juego, algo que de joven no soportaba ver en los soldados más ancianos.
 Por otro lado, la madre de Nolan, Lisa, era una mujer simple y campechana, algo entrada en carnes. Cuidaba de la casa y solo trabajaba en los campos en los cortos veranos Selki, recolectando trigo y otros alimentos como jornalera. El resto del año lo pasaba cuidando de la casa y de los hermanos pequeños de Nolan; Jason y Terry. Janko, el hermano más mayor, había muerto en la lucha contra los soldados en la última Purga cuando Nolan aún era un niño, por lo que su corazón se llenó de ira hacia los Caparojas. Desde entonces siempre practicaba con las armas viejas de su padre mientras éste dormía, empujado por el sueño de poder vengar a sus hermanos.
Janko fue uno de los primeros alumnos de Owen, pero cuando el maestro se enteró de la noticia aceptó a Nolan como nuevo alumno y prometió pagar el precio de la matrícula que le fuera asignada, pese a que el viejo maestro realmente no lo veía demasiado cualificado.
Así pues, pese a la actitud del viejo soldado, Owen tenía una buena relación con Goran, y los soldados rasos mantenían una buena red de información pese a que nunca le dieran demasiado uso.
El maestro fue a la taberna, le contó a Goran lo sucedido y éste, aunque de mala gana, salió a hablar con algunos de sus compañeros, puesto que se sentía agradecido con Owen por haberse ocupado de sus hijos. A la vuelta el viejo soldado le contó lo que no eran más que rumores, pero que parecían encajar con la misteriosa desaparición; al parecer un herrero enorme intentó sobornar a algunos de los soldados para que le dejaran pasar al bando norte del muro cargado con un paquete. Obviamente estos se negaron, sabedores de que si alguien los pillaba podían ser colgados, pero el herrero les enseño el interior del envoltorio; una enorme espada bastarda de color azul que pretendía vender a los armeros de ese bando.

Uno de los soldados se sorprendió y dijo haberla visto antes en manos de un chaval que había sido detenido hacía tiempo, así que pensó que si los guardias del norte pillaban a ese hombre siempre podían echar las culpas a aquel joven que los magos dejaron suelto hacía tiempo.
 El soldado sabía que no era una buena coartada, pero en realidad cualquier soldado común se hubiera arriesgado con tal de obtener unas monedas gratis. Así pues, los soldados aceptaron el soborno y colaron al herrero a la otra banda del muro durante la noche.
 Ahí se perdía el rastro, hasta hacía unos días, cuando un hombre enorme fue encarcelado.
Pero ese hombre no llevaba dinero ni la llamativa espada azul.

Cuando por fin llegamos a la muralla allí estaba Goran esperándonos para acompañarnos hasta la cárcel. Tenía la nariz enrojecida por la bebida, pero sus ojos parecían despiertos y atentos a todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
 -Vaya, tu debes de ser Balwind, uno de esos críos que estudian con mi hijo Nolan. Lamento decirte que ha habido un pequeño problema, aunque no demasiado grave. Nos acompañara un Caparoja de alto rango, puesto que los habitantes del lado norte se escandalizaron en demasié al saber que uno de los “apestados” había estado paseando por sus calles. Como ya he dicho, realmente no es un problema, pero...
 -Owen no podrá venir-dije en voz alta. Era poco probable, pero tal vez ese mago había visto a Owen en la Academia, y no podíamos arriesgarnos a que alguien lo pudiera identificar.
 -Muy bien chaval, al final me voy a creer que este viejo saco de huesos esta haciendo algo de provecho con  la juventud, cosa que yo nunca pude hacer-dijo Goran con un extraño tono.- En fin, así es. Cuanto antes vayamos mejor. ¿Traes dinero?
Inconscientemente me palpé el bolsillo donde llevaba un pequeño saco con monedas. Había cogido un puñado de dramines de hierro de los ahorros para la Academia, que bastarían para liberar a mi padre según había calculado Owen, pero aún no sabíamos si solo estaba en la cárcel por ser visto por allí o si había cometido alguna locura más.
 -Suerte Balwind, y saluda a Kurt de mi parte-dijo el viejo maestro mientras daba media vuelta- Y recuerda que solo puedes permitirte el día de hoy como vacaciones-recordó.
 Goran se puso en marcha y yo le seguí. En la puerta de la muralla había más soldados de los habitual, y por primera vez desde hacía tiempo estaba cerrada.  La mayoría de los soldados que la vigilaban ahora eran musculosos y tenían un aspecto amenazador, pero había dos soldados que tenían un tono verdoso en su cara, y se les notaba que intentaban no girar la cabeza.
 Me fijé bien en lo que estaban evitando mirar, y el estómago se me revolvió. Dos cabezas, la cual reconocí una como la de aquel soldado que me preguntó amablemente por la espada, estaban clavadas en picas colocadas al lado de una puerta que llevaba a un garito de vigilancia. Volví la mirada hacia delante, totalmente arrepentido de mi curiosidad.
Atravesamos una pequeña puerta que pertenecía a las enormes puertas dobles de madera. Como siempre, en la otra banda del muro la actividad era mucho menor; sólo unos cuantos criados iban y venían por esa parte, y un par de soldados de aspecto más amistoso mantenían una relajada conversación. La mayoría de los habitantes del lado norte evitaban a toda costa acercarse al muro, por lo que nunca había problemas por esa zona.
 El mago Caparoja de alto rango que debía acompañarnos nos esperaba impertérrito en mitad del camino asfaltado. Parecía asqueado de tener que llevar esa tarea, pero los sobornos y multas de la cárcel eran una buena fuente de ingresos para la guardia y los magos. A medida que nos acercábamos me di cuenta que esa cara también la conocía: era uno de los magos que nos había interrogado a Johan y a mi.
Tenía el pelo corto de color negro mezclado con canas y tonos grises. Debería rondar la cuarentena, pero su porte rígida, la cara constantemente fruncida y sus espesas cejas negras le hacían parecer mayor.
 -Este debe de ser el que trae el dinero, ¿no? Pues vamos, quiero acabar esto cuanto antes.-dijo el mago mientras empezaba a caminar hacía la cárcel. Parecía ser que él no me había reconocido, y aunque al principio me extrañó, luego me di cuenta de que para él yo sólo había sido uno más de los muchos ladrones que había en los suburbios.
La cárcel no estaba muy lejos, dado que estaba pegada al muro que separaba la ciudad. En cuanto llegamos, el mago entró con nosotros, demandó un 30% de lo que recaudasen de mí y se largó de allí.
 -Son la simpatía en persona-comentó Goran mientras esperábamos la llegada de uno de los celadores. Yo estaba demasiado nervioso como para decir nada, pero pensé que él noera precisamente el mejor ejemplo.
 -Hombre, ¿tu de nuevo por aquí?¿Donde esta tu amiguito? Me quede con las ganas de darle un par más de...caricias.-dijo el celador que había venido. Era el mismo que se había ocupado de Johan y de mi cuando estuvimos presos, y era obvio que él si me había reconocido.
 -Tienes amigos por todas partes. Que bien-comentó Goran en tono sarcástico.
 -Vengo a buscar a un conocido-dije ignorando sus comentarios.- Se llama Kurt.
 -¿Kurt? Creo que si hay alguien por aquí llamado así. ¿Cuanto traes?-preguntó, ahora más serio.
 -Lo suficiente para pagar.-dije con seguridad. No quería revelar cuanto llevaba por si podía ahorrarme unas monedas.
 -Bueno, eso ya lo veremos. Sígueme. Y no te acerques mucho a los barrotes, si alguno de esos malnacidos te coge no voy a ser yo quien se moleste en ayudarte.
Entré seguido por Goran, que me dedicó un guiño con su único ojo antes de empezar a andar. Imagine que mi respuesta le había parecido ingeniosa, pero giré la cara con indiferencia y seguí al celador. La cárcel me parecía más oscura, lúgubre y sobretodo mucho más maloliente que la última vez que estuve allí, pero imagine que la última vez yo era uno de los colaboradores para ese olor.
 Quería no parecer asustado, pero andaba lo máximo pegado que podía al celador, puesto que entre los gemidos de los presidarios aparecían amenazas y miles de brazos huesudos asomaban entre los barrotes intentado cogernos.
 -Maldita escoria..-murmuró el celador mientras daba alguno golpe suelto con una larga porra de madera a los brazos que nos rodeaban. Finalmente el celador se aturó delante de una celda y cogió un manojo de llaves. Oí el susurro de cadenas moverse dentro de la celda, pero estaba tan poco iluminada que no podía ver nada.
 -Dos dramines de plomo-dijo el celador mientras tendía una mano. Dos dramines de plomo era el equivalente a cinco dramines de hierro; demasiado por el momento.
 -Dos dramines de hierro-contraoferté.

Crónicas del aprendiz de Mago: El temor del hechicero oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora