Capítulo 26: Magia

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Los tres siguientes meses tras la partida de Johan fueron una auténtica locura.
No había día en el que no nevara, desde pequeños pero continuos copos hasta verdaderas tempestades heladas. Nada de aquello hizo cambiar nada en la Academia, pues aquello era algo de lo más habitual en aquella zona de Someland. Obviamente la Academia estaba preparada, y todas las aulas y salas tenían sistemas de calefacción que mejoraban nuestras horas de estudio. Los únicos que realmente sufrían de las duras condiciones meteorológicas eran los Caparoja, los estudiantes para Garu y nuestras clases con Darrin. Algunos alumnos se quejaron enérgicamente, pero creedme; si sois capaces de ofrecer resistencia con un frío helador y con casi medio metro entorpecedor de nieve en los pies entonces eres capaz de enfrentarte a todo. Y hay que decir que Darrin nos enseñó formas increíbles de usar aquel fenómeno a nuestro favor. Endurecer la nieve de alrededor de nuestro enemigo o hacerla más resbaladiza, o utilizar las confusas tormentas de nieve con juegos básicos de luz para despistar a nuestro enemigo eran trucos verdaderamente simples y sencillos de realizar, pero que podían cambiar el curso de una batalla. O cortar de cuajo la lucha, puestos que todas las técnicas de Darrin servían tanto como para un ataque sorpresa como para poder huir rápidamente.

Por supuesto a esas alturas todos teníamos cierto dominio de la magia. Tras mi primer contacto con la magia ya no volví a perderla de vista, siempre y cuando estuviera lo suficientemente descansado. Encender una vela me parecía ahora algo tan básico que me avergonzaba; la energía necesaria era ínfima, y ni siquiera había que cambiar las propiedades naturales de la energía. En cuanto toda la clase logró aquel hito tan básico empezamos de verdad a utilizar la magia; mover objetos, derribarlos, hacerlos levitar, cambiar las propiedades de la energía… Todo requería un dominio excelso de las energías, por lo que era fácil destrozar una taza en vez de elevarla, o reunir más calor de la cuenta en un mismo lugar y crear una pequeña explosión de fuego, cuando en realidad lo único que querías era calentarte un poco los pies. Estos ejercicios pueden parecer muy triviales, e incluso algo tontos, pero cualquier mago de verdad sabe de la importancia del control en el mundo de la magia. Y empezar a aprender todo aquello si que cambió el resto de las clases.

Con los Capaazules por fin empezamos a aplicar runas y símbolos. Era un trabajo muy minucioso, que requería de mucha capacidad de concentración. Activar una runa una centésima de segunda más tarde que otra podía arruinar todo el trabajo previo realizado durante horas, o imbuir una runa con demasiada energía podía quebrar fácilmente el material en el que estuvieras trabajando. Yo adoraba aquello. Era como una competición personal. Sesión tras sesión me aplicaba al máximo, y las cuatro horas de clase me pasaban voladas, como si apenas hubiéramos estado unos minutos trabajando. Tanto Travis como Holen estaban encantados conmigo, y es que muchos alumnos pasaban del tema, o se esforzaban lo más mínimo, solo lo suficiente como para no sufrir las regañinas de Holen. Solo Je’Lad y Wallace eran capaces de seguir mi ritmo, y poco a poco entre nosotros empezó a nacer una rivalidad sana. Y es que el tiempo cura las heridas, y mi amistad con Je’Lad había vuelto a la normalidad. No se que le había dicho ella a Fe’Nam, pero por fin decidió dejarme en paz. ¡Incluso las clases de alquimia básica empezaban a ser divertidas! Aunque tengo que confesar que fuimos un poco desagradecidos, pero por otro lado tengo que confesar que no me arrepiento en absoluto.

Todos estábamos ilusionadísimos por nuestros primeros pasos con la magia. Hasta que llegaban las clases con Datzo’Len y sus eternas horas de lectura. Aquello era siempre un jarrón de agua fría para todos nosotros, jóvenes almas hambrientas por aprender. Leer la aburridísima e inútil historia de inventor de todos los tipos hubiera sido algo soportable si hubiera sido algo casual, pero siendo la tónica de cada clase pronto se convirtió en un infierno. Tanto es así que, sin saber muy bien como, todos decidimos dejar de asistir a sus clases. Aquello enfurísmo muchísimo a Datzo’Len, que no tardó en estallar, llamándonos desagradecidos y quejándose del esfuerzo que había tenido que hacer como maestro superior para tener tiempo para nosotros.  Así que como forma de castigo decidió delegar nuestras clases a Alvian y el retomar las clases con los alumnos de cursos superiores.
¡Bendito castigo! El loco y anciano maestro era un apasionado de la alquimia. Le chiflaba cualquier reacción, experimentar y dejarnos probar. Nadie se salvó de perder las cejas, y Alvian era siempre el primero en reír, y el primero en arriesgar sus cejas, solo por pura diversión. En apenas unas semanas ya habíamos aprendido todo lo necesario para saber que reacciones eran locura, cuales interesantes y cuales eran inútiles. Si alguno de nosotros le proponía añadir aquello o lo otro Alvian aceptaba siempre encantado, aunque él ya sabía de antemano lo que iba a ocurrir. Lo importante era que nosotros tomáramos nuestras propias decisiones a través de unas ciertas directrices, siempre con ganas de probar más y más. Pero Alvian estaba loco, loco de verdad.

Crónicas del aprendiz de Mago: El temor del hechicero oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora