Capítulo 7: El corazón del hombre puro

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A la mañana siguiente me sentía tremendamente mareado.

Tenía un vago recuerdo de lo sucedido anoche, pero la verdad es que no recordaba nada demasiado nítido. Solo sabía que tenía buenas sensaciones, y recordaba lo más esencial de lo que había pasado con Sonia. Además podía recordar que debía estar enfadado con Johan por algo, pero no recordaba el qué.
Me levanté de la cama y corrí la cortina de la habitación, dejando paso a lo que a mi me pareció la mañana más soleada de la historia de Someland dado el dolor de cabeza que eso me produjo. Me lavé la cara con un poco de agua fría de una jarra que había encima de una mesita, lo que me despejó bastante.
Lo suficiente para recordar que debía de ir a clase con Owen.
Maldije por lo bajo por no haber ido a casa anoche, prometiendome a mi mismo que nunca más bebería hasta ese punto. Cogí mi ropa desperdigada por el cuarto y salí de allí.
Como siempre por las mañanas, en la taberna solo habían un par de chicas barriendo y limpiando la planta baja. Reconocí a una de ellas, puesto que el pelirrojo de Melanie era inconfundible, pero no conocía a las demás. Busqué disimuladamente con la mirada a Sonia, pero no parecía andar por ahí. Extrañamente me sentí algo desilusionado.
Salí y me quede en la calle quieto varios segundos, pensando qué alternativas tenía para librarme de ir a clase.
De hecho, ya me había convencido a mi mismo que lo mejor era no ir ese día,y ya estaba pensando una excusa para tratar de aplacar la ira de Owen. Decidí que había cogido una extraña enfermedad y que era conveniente quedarme en casa el resto del día. Una excusa que me ahora me avergonzar decir, me pareció brillante, allí, en mitad de la calle. Pobre iluso.
Así que me encamine pesadamente hacia mi casa, dispuesto a seguir durmiendo en mi cama hasta que mi cuerpo dijera basta. Sabía que vería a mi padre en el horno al entrar, pero también sabía que no me reprocharía nada. El nunca se metía en mis cosas.
Pero extrañamente cuando llegué no había nadie. El horno parecía estar apagado desde hacía horas, algo muy poco habitual. Y entonces me di cuenta.
La espada de mitrilo no estaba.
Eso me despejó completamente. La busqué por lugares inverosímiles en casa, sabiendo que no la encontraría, pero con la esperanza de equivocarme. Pero no cabía duda, la espada no es encontraba allí.
Lo primero que pensé fue que el jefe de los bandidos Monardos de Dorh había venido con un par de sus subordinados hasta aquí reclamando la espada, pero la casa no presentaba signos de batalla, y estaba seguro de que alguien del vecindario me habría contado algo nada más verme. Entonces pensé en otra posibilidad, más aterradora, pero por desgracia mucho más probable: padre la había cogido y la había llevado a Dorh con tal de evitarse cualquier problema después.
En parte tenía su lógica, pero si esos tipos realmente tenían algo que ver con la emboscada del bosque y el Khayam, viajar hasta allí era un auténtico suicidio.
Pensé en ir a ayudarlo, pero sabía lo estúpida que era esa idea. Incluso podría llegar a ser un estorbo, más que una ayuda. Si realmente debía enfrentarme a un grupo de Monardos necesitaba soldados de mi parte. O lo que era mejor, un mago.
Salí corriendo de casa y enfilé las calles de Someland. Ya ni siquiera recordaba que me dolía la cabeza.
Cuando por fin llegué respiraba entrecortadamente, pero no perdí ni un segundo y piqué fuertemente la puerta.
-Balwind, pensábamos que hoy ya no vendrías. Owen esta realmente furioso-dijo Sara en cuanto abrí la puerta de la taberna.
-Que? ¡Ah, claro! Si, no me encontraba demasiado bien-Mentía, pero era una mentira a medias- ¿Están donde siempre, verdad?
Antes de que pudiera siquiera contestar ya me dirigía hacía la pequeña sala donde dábamos clase. Abrí la puerta y me encontré con una escena familiar; Nolan medio dormido, Johan aburrido, Kachess en una esquina escuchando atentamente, Nime respondiendo nerviosa un par de preguntas y Owen en el centro, como siempre, moviéndose enérgicamente y haciendo grandes gestos. Al abrir la puerta todos se giraron hacía a mi. Pude ver una pequeña sonrisa burlona en los labios de Johan.
-¿Donde cojones te habías metido?-espetó el viejo maestro- ¡Hace horas que hemos empezado las clases!
-L-lo siento maestro Owen-dije algo turbado ante tanta energía- Pero necesito tu ayuda, mi padre...mi padre esta en peligro.
-¿Kurt? Bah, tonterías. Tu padre no estaría en peligro ni aunque tuviera que enfrentarse a un Raekdol.
-A ido a Dorh, maestro Owen. Tenía miedo de una posible represalia del Monardo que le encargó la espada y ha ido a entregarla.
-¿Estas seguro?- dijo Owen, frunciendo el ceño- ¿De que represalia me hablas?
Entonces caí en la cuenta de que Owen aún no sabía todo lo sucedido aquel día en el camino hacia Dorh. El viejo maestro estaba preocupado por los bandidos Monardos como lo estaría cualquier persona con algo de sentido común, pero aún no era consciente del peligro real que había. Así pues le conté toda la historia con la ayuda de Johan.

Crónicas del aprendiz de Mago: El temor del hechicero oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora