Tras tres jornadas de camino por fin divisamos el límite de los pantanos rojos. Seguir el perfil de las montañas y llegar hasta allí había sido tarea fácil, pues los monstruos y diablillos no se atrevían a salir de su entorno en las montañas, y las bestias de las llanuras los temían tanto que eran incapaces de acercarse más allá de su alargada sombra. Ni una dificultad, ni un simple contratiempo ni nada por lo que preocuparnos, pero nuestros ánimos estaban por los suelos. Tal vez incluso nos habría ido bien algo más de acción.
Los últimos días habían sido un golpe muy duro, pasando por la trágica perdida de Kachess hasta la muerte de los miembros de la Hermandad, a los que yo empezaba a considerar cómo a mis amigos. Dyson contaba además con la masacre de su clan, y era claramente quién peor lo estaba llevando. Apagado, taciturno y alejado de todos nosotros, el espíritu luchador del Lanson se había extinguido.
Reks, consciente de la situación, intentó animarnos con todo tipo de historias y anécdotas. Reconozco que no presté mucha atención a su charla, aunque también era cierto que más de una vez me descubrí a mí mismo escuchando varias de sus historias, lo que ayudaba a olvidarme de las desgracias que inundaban mi cabeza. O al menos lo lograba durante un rato. Con todo, hubo dos historias que escuché con máxima atención; cómo había llegado a salvarnos y cómo conoció a Frederick.
Al parecer Glen era un estigmatizado, o cómo eran conocidos antes, un “comerciante de espíritus”. Según nos contó Reks, Glen era capaz de separar su consciencia y parte de su energía para moverse con mayor rapidez y sin tomar riesgos. Días atrás, y aprovechando esa maravillosa habilidad, Glen tenía un ojo puesto en el clan Ikari mientras el resto del grupo esperaba nuestra llegada. Así fue como divisó el peligro que se cernía sobre el clan y avisó a sus compañeros. La decisión fue tomada de inmediato; tenían que intentar salvar el clan. Y eso fue todo, y aunque ya había escuchado antes algo sobre esos estigmatizados aquella vez me di cuenta de que probablemente Haar y Reks también eran unos de esos estigmatizados, pero el mago tenía un extraño gusto por el misterio y fue imposible sacarle nada más.
Por otra parte, esa misma noche nos habló de cómo conoció a Frederick. Habíamos traído un caballo de más, cargado con comida y un par de tiendas de lona marrón para descansar por las noches, aunque aún ni siquiera las habíamos abierto. Los caballos también agradecieron el descanso, ya que a pesar de llevar un ritmo tranquilo estaban agotados por el paso de las montañas y la batalla en los llanos.
Reks habló sobre Frederick con un tono de profunda admiración, pero en ningún momento habló como si le doliera o estuviera frustrado por su muerte. Simplemente hablaba de él como si fuera una vieja historia, uno de esos magníficos héroes de los cuentos infantiles.
-Conocí a Frederick en mi época en la Academia. Él había sido maestro superior Caparoja en la Academia, cuando los Khayam aún seguían en las montañas (o al menos eso creíamos) y la Hermandad no tenía demasiado trabajo-empezó Reks sentado junto al fuego de la hoguera. El juego de luces y sombras de las llamas le daban un aspecto más maduro, dándole un ligero aire de guerrero veterano-. Era un enfermo del trabajo duro y el espíritu de sacrificio. Por alguna razón que aún desconozco me eligió para entrar en su exquisito Círculo de alumnos, dónde m hizo entrenar día y noche, mucho más y más duro que a los otros para poder alcanzar mi máximo nivel. Debo confesar que los resultados dieron un buen resultado –dijo sin nada de humildad en sus palabras-. Pero Frederick nunca me dirigió un gesto amable, ni una sola cálida palabra. En mi último año, con la confianza que solo la juventud otorga, reté a Frederick en un duelo. Por supuesto él se negó, alegando que era un combate desigual, pero todas sus virtudes quedaban enterradas bajo el peso de su mayor defecto; su enorme orgullo. No hizo falta insistir mucho. Frederick aceptó el duelo tras unas pocas puyas y luchó contra mí, arrogante y orgulloso, sin dejar de hablar y hacer payasadas. Tal vez ese exceso de confianza fue la razón por la que gané, pero el caso es que lo conseguí. La derrota le dolió tanto que abandonó su puesto cómo maestro para dedicarse en cuerpo y alma a la Hermandad. En uno de sus viajes conoció el amor, y por fin pareció calmarse un poco, dejando atrás el mote de Frederick la Tormenta que se había ganado a pulso gracias a sus constantes ataques de ira.
>>Esta arma-dijo descolgándose la alabarda de su espalda- fue un regalo de Millie Leigh-Reks volteó el arma por encima de su cabeza, que soltó varias chispas de color azulado- Capaazul de alto nivel, compañera de generación...y mi primer amor. Ella conocía nuestra relación de amor-odio, así que fabricó esta arma como regalo para que se relajara un poco conmigo. No sirvió de nada, por supuesto-añadió con una carcajada- pero hay que reconocer que es una obra siderúrgica inigualable, y más teniendo en cuenta su corta edad.
-¿Y dónde está ella ahora?-pregunté con cautela.
-Debe estar destinada en Belhaven o Mara con su inseparable amiga Raem’Lekan. Cada vez hay menos magos que quieren ir allí, y por eso los Khayam empiezan a corretear con cierta facilidad por los campos de Someland. Pero Millie es una excelente armera gracias a sus conocimientos de siderurgia, y Raem es una excelente luchadora, así que cada una de ellas vale como una decena de magos. Sí, Raem es una Caparoja-añadió con una sonrisa al ver la expresión de asombro de Nime-. Te caería bien, seguro. Terca como un dragón, fuerte como un bégimo y ágil como un cuervo. Me odiará toda mi vida por ganarle todo los duelos que tuvimos, pero aun así es una luchadora increíble.
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Crónicas del aprendiz de Mago: El temor del hechicero oscuro
FantasyBalwind es un joven y astuto aprendiz de mago que deberá enfrentar junto a sus amigos a extraños y misterios poderes mágicos mientras lucha contra otros terribles enemigos: los Khayam, el resto de la humanidad y él mismo.