Capítulo 8: Ciudad fronteriza

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Caminamos en silencio por el bosque, cada uno hundido en sus pensamientos. Johan no dejaba de mirar de reojo a Owen, que iba por delante de todos nosotros y nos guiaba bajo la débil luz de la luna. Nime iba al lado de Kachess, cogiendo a este ultimo  por los hombros, puesto que desde que salimos de Dorh no había dejado de temblar. Nolan andaba con paso firme y la cabeza alta, como si al final todo hubiera salido según lo planeado.
Salimos de la frondosa arboleda y nos internamos por un amplio y polvoriento camino rodeado de enormes pastos verdes. La oscuridad impedía asegurarlo, pero se intuían pequeñas granjas y casas a lo lejos desperdigadas sin ningún orden aparente. En el horizonte, por encima de las montañas, se veía una pequeña linea de luz azulada que indicaba que el sol estaba apunto de salir. Finalmente llegamos a la ciudad fronteriza de Dreya, una ciudad enorme dedicada especialmente al comercio, dado que ahí es donde se cerraban la mayoría de los tratos entre los Eorian y los Selki, amén de un par de comerciantes importantes del desierto. La ciudad estaba pegada a una enorme muralla de piedra que hacía de frontera entre Lotz y los demás países, similar a la muralla que dividía Someland, solo que esta era mucho más alta e imponente, además de tener otra pequeña muralla exterior mucho más modesta.
A medida que nos acercábamos a las puertas nos encontramos con algo de movimiento pese a lo temprano que era. Un par de carromatos Selkis se dirigían de vuelta a Someland para evitar una posible emboscada en los bosques al atardecer, mientras que unos cuantos campesinos se unían a nosotros para vender sus productos y poder volver cuanto antes a trabajar sus campos.
 Entramos sin ningún problema en la ciudad pese a ir armados, ya que la mayoría de los controles se realizaban solo para pasar a Lotz. Nos despedimos de los simpáticos campesinos y fuimos a alquilar un par de habitaciones en una posada pequeña pero de buena apariencia, lejos del núcleo de la ciudad.
 -Imagino que tenéis hambre-dijo Owen. Habíamos dejado a las tres chicas en las camas y ahora nos encontrábamos todos sentados en una mesa de madera. El local a esas horas estaba completamente vacío- Supongo que la cocina estará cerrada, pero veré que puedo hacer.
 -¿Cómo te encuentras Balwind?- preguntó Johan en cuanto Owen se fue. Era la primera vez que uno de nosotros decía nada desde que habíamos salido de Dorh.
 -Cansado. Todo esto no ha sido más que una estupidez, y todo ha sido por mi culpa.
 -Desde luego culpa nuestra no ha sido-puntualizó Nolan.
 -Ni de Balwind. Todos habríamos reaccionado igual en su situación. Su padre estaba en peligro-dijo Nime, matando con la mirada a Nolan.
 -Lo extraño es que no encontráramos a Kurt allí-dijo Kachess con el ceño fruncido.-Tal vez consiguió escapar antes de nuestra llegada.
Sentí una pequeña punzada de dolor. Ahora que sabia que mi padre no había estado en Dorh imaginaba que se encontraba a salvo, pero olvidaba que ellos aún no sabían toda la verdad.
 -Mi padre...Owen dice que nunca estuvo allí.
 -¡¿Cómo?! ¿Y entonces por que diablos hemos arriesgado nuestras vidas?-dijo Nolan, furioso.- Maldita seas Balwind, deberías haberte asegurado antes de..
 -Lo sé, lo sé-conteste abatido.- No hago más que pensar en eso. Fui un estúpido.
Nolan se quedó callado y se tranquilizó. Aunque el resto no decía nada, se notaba que se sentían confusos, dado que por un lado compartían la rabia de Nolan, pero sabían que decirlo en voz alta no iba a solucionar nada.
 -Bien chicos, espero que con esto tengamos suficiente-dijo Owen  al volver, dejando una enorme hogaza de pan duro en la mesa junto a un pote de mermelada y una jarra de leche aguada. La presencia de Owen nos hacía sentir a todos algo incómodos, por lo que comimos en silencio.
 -Imagino que queréis escuchar mi historia-continuó Owen, extrañamente animado.- Bien, pues  ahí va. En cuanto salí de mi taberna fui al establo de un viejo amigo y pedí prestado un caballo, cosa que ahora me saldrá muy caro, por cierto. Al igual que vosotros, al llegar a Dorh até mi caballo lejos del pueblo y estuve vigilando oculto durante un par de horas, esperando ver a Kurt. No había prácticamente movimiento, y no había señales de que Kurt hubiera estado por allí, por lo que ya me había dado la media vuelta decidido a volver a Someland cuando un par de pequeños carromatos se acercaron al poblado. El jefe de los Monardos y unos cuantos de sus hombres salieron a recibirlos y por lo que puede oír, la pareja alquilaba a sus hijas a cambio de un par de monedas de cobre por noche, a lo que el jefe Monardo respondió con una sonora carcajada. Inmediatamente ordenó matar a esos hombres y que trajeran a sus hijas a sus aposentos, pero las chicas intentaron escapar. Los Monardos mataron a la pareja de adultos y capturaron a las más jóvenes, pero la hija más grande consiguió apuñalar a uno de ellos con una daga oculta y huir unos metros antes de que uno de los Monardos se abalanzara sobre ella, dispuesto a cobrar venganza. Entonces salí de mi escondrijo e hice arder a ese hombre. El resto huyó al ver un mago, pero el jefe los obligó a venir a por mi. Maté a una docena de ellos, pero eran demasiados y uno de ellos, por suerte o habilidad, lanzó una piedra y consiguió darme por la espalda, dejándome inconsciente. En cuanto me desperté ya estaba maniatado en ese poste y los Monardos ya estaban preparando la fiesta en mi honor. El resto de la historia ya la conocéis, por supuesto-concluyó Owen.
El resto de mis compañeros parecían estar impresionados por su poder, y ahora miraban al viejo maestro con otros ojos, pero toda esa historia no hacía más que hacerme sentir aún más miserable.
 -¿Pero de verdad era necesario toda esa carnicería?Es decir, entiendo que quemaras a los adultos, pero los niños y las mujeres...-preguntó Kachess.
 -No es algo de lo que me enorgullezca-aseguró Owen.- Pero la mayoría de los Monardos están organizados por grandes líneas familiares. Incluso el más pequeño de ellos hubiera podido conseguir que un pequeño ejercito de los suyos se pusiera en nuestra búsqueda y captura. Y esconder nuestra identidad era lo prioritario, por supuesto.
Kachess asintió un par de veces con la cabeza, cómo diciéndose a sí mismo que eso era suficiente motivo para quemar a un pueblo entero. Y sobretodo, suficiente como para no juzgar los actos del maestro.
 -Creo que yo me voy a la cama-dijo Nime, con un cansancio evidente.
 -Voy contigo-dijo Kachess mientras se levantaba.
 -Yo también voy-añadió Nolan.
 -Creo que voy con ellos. Cualquier cosa ven a verme Balwind. De verdad-añadió Johan mirándome fijamente a los ojos. No puede más que apartar la mirada y dar una pequeña cabezada.
Mientras los otros se iban a sus habitaciones vi cómo el viejo maestro me miraba de reojo, esperando a ver que hacía. Me encontraba realmente cansado y sentía mi cuerpo diez veces más pesado de lo habitual, pero no me atrevía a irme aún.
 -Owen...-empecé. Pero no sabía que decir. ¿Que lo sentía? ¿Que ojalá nada de esto hubiera pasado? Era ridículo.
 -Balwind, tu también deberías irte a la cama-cortó Owen.- Sobre todo lo ocurrido hoy, no te preocupes. Imagino que aún piensas en todo lo que me contasteis sobre lo sucedido en el bosque hace ya tiempo. No es fácil olvidar esas cosas. De hecho, en tus ojos he visto el mismo odio y miedo que debió sufrir en su día Johan. Pero por suerte, esta vez no vamos a tener que lamentarlo.
Tras esas palabras o me sentía mejor ni peor, pero sabía que no había nada más que decir, así que en silencio me alejé de la mesa, entré en mi habitación, me tumbé en mi cama y me dispuse a dormirme lo antes posible.
Y pese al cansancio por lo sucedido y por pasar toda la noche en vela, no fue hasta pasadas horas que pude conseguir dormir.



 -Despierta-susurró Johan mientras me zarandeaba y corría las cortinas- Tenemos que irnos, rápido.
 -¿Que ha pasado?-conteste intentando levantarme. Había dormido pocas horas y me sentía terriblemente cansado. Por la ventana se veía un cielo claro y soleado de casi media mañana, más o menos.
 -Al parecer estamos en problemas. Mientras dormíamos Owen a dado una vuelta por la ciudad para ver como estaba la situación, y parece ser que la noticia sobre el incendio de Dorh se esta escampando demasiado deprisa, llegando a oídos de los más ricos. Un importante comerciante Monardo que esta en la ciudad se ha enterado de la matanza y ha reclamado al alcalde de Dreya que sus soldados busquen a los culpables de la masacre, amenazado con romper todo tipo de relaciones con Lotz, por lo que los soldados de Dreya nos están buscando desesperadamente.
Me levanté y cogí mi espada. Estaba tan cansado que me había dormido con la ropa puesta, así que bajé sin perder tiempo con Johan al vestíbulo, donde estaban todos los demás.
 -¿Estamos todos? Vamos, tenemos que irnos. No hay tiempo que perder-dijo Owen con voz apremiante.
 -¿Donde esta la posadera?-pregunté mientras salíamos. Owen rápidamente nos empujó a todos de vuelta y cerró la puerta.
 -Al parecer nos ha vendido. ¡Coged las mesas y atrancad la puertas!
Entre todos colocamos las tres enormes y pesadas mesas tratando de bloquear la puerta, e hicimos presión con nuestros cuerpos para que no pudieran abrir. Alguien intentó abrirla y empezaron a aporrearla.
 -Somos los soldados de Dreya. ¡Dejadnos pasar, tenemos permiso Real!
 -Mierda, lo olvidaba. Balwind, ve y atranca la puerta trasera-susurró Owen- ¿Y que es lo que queréis?-exclamó hacía los soldados.
 -Buscamos a los asesinos de Dorh, y sabemos que esta mañana temprano a llegado gente armada a esta posada-gritó de nuevo el soldado.
Mientras hablaban atranqué la pequeña puerta trasera de madera, que llevaba a un patio lleno de animales y excrementos. De momento los soldados no habían pensado en entrar por ahí, por lo que volví corriendo al salón y me uní al grupo, que seguía presionando las mesas contra la puerta de la posada. Los soldados estaban intentando echarla abajo, pero no parecían contar con ningún instrumento para conseguirlo.
 -¿Que hacemos?¡No hay escapatoria!-dijo Kachess, sudoroso por el esfuerzo y el pánico.
 -Maldita sea Owen, eres un mago y nosotros jóvenes, ¿por qué no luchamos?-dijo Nolan.
 -¿Y porque no te quemo y te uso para asustarlos?-replicó el maestro-Un mago no puede ir quemando a todo aquél que se cruce en su camino, estúpido. De momento piensan que todo ha sido una matanza seguido de un incendio para “limpiar” el pueblo. Si pudieran imaginar remotamente que hay un mago detrás de todo esto desde luego no nos seguirían este puñado de soldados inútiles. 
 -¿Que diablos esta pasando?
Todos nos giramos hacía la escalera, asustados. Habían aparecido dos tipos, uno enorme y gordo armado con un hacha gigante y el otro bajito y escuálido con cara de rata y una arma que no había visto jamás. Era una especie de ballesta blanca enganchada a lamuñeca, pero no parecía tener ningún dispositivo, sino que más bien que se disparaba como un arco. Pese a su armamento, iban harapientos y parecían estas algo mareados, seguramente a causa de alguna terrible resaca.
 -Eh, vosotros, ¿que está pasando?-repitió el de la hacha.
 -Un puñado de soldados están intentando entrar-explicó Nolan ante la mirada atónita de Owen.
 -¡¿Como?! ¿Soldados? ¡Maldita sea Gheb, van a por nosotros, tenemos que huir! -exclamó el de la ballesta.
 -¿Que..? pero si ellos no...-empezó Nolan.
 -¡Ah!¡Así que vienen a por vosotros!-dijo Owen en alto, acallando a Nolan- ¿Entonces a que estamos jugando? Dejad de presionar chicos, tenemos que dejar a los soldados entrar-dijo mientras fingía dejar de hacer fuerza.
 -¡No, no! ¡Alto por favor!-El hombre con cara de rata bajó las escaleras y se arrodilló delante nuestro con gesto suplicante- Mi nombre es Puzon y él es Gheb.-dijo señalando a su enorme compañero- Somos unos pobres bandidos de un pequeño pueblo de alrededor, pero solo hacemos esto porque últimamente el tiempo ha sido malo y ha sido imposible alimentar a nuestras familias. Solo hemos atracado a un par de campesinos esta mañana...¡pero nunca pensamos que los soldados nos buscarían! ¡Tenéis que ayudarnos, por favor!
 -Vaya, que historia más triste-dijo Owen en tono lastimoso. Luego cerró los ojos durante unos segundos, pensativo. Negó con la cabeza y miró a Puzon con decisión- Desde luego no podemos dejaros así. Esta bien, os ayudaremos.
 -¿De verdad?¡ Mil gracias señor!-dijo el bandido mientras se lanzaba a los pies de Owen.
 -Muy bien, acercaos los dos, os contare el plan....



 -¿Esta todo claro?
 -Entendido-dijo Puzon, mientras Gheb asentía con la cabeza.
 -No quiero fallos. Repite lo que vamos a hacer-ordenó Owen para asegurarse.
 -Vosotros hablareis con los soldados, asegurando que os habéis rendido y que saldréis desarmados. En cuanto dejéis de presionar la puerta, Gheb y yo saldremos corriendo y seguidamente vosotros saldréis para entorpecer su persecución apropósito. Como sois inocentes podréis iros y nosotros conseguimos escapar. ¿Todo correcto?
 -Todo correcto- afirmó Owen.
Me quedé de piedra. ¿Como podían creerse algo así?
Un fuerte golpe empezó a sonar contra la gruesa puerta de la posada. Al parecer los soldados se habían hecho con un pequeño ariete y estaban tratando de derribar la puerta, por lo que ese era el momento perfecto.
 -¡Nos rendimos!-exclamó Owen mientras guiñaba un ojo a Puzon, el cuál respondió con una enorme sonrisa llena de ilusión.- Vamos a salir, dejad de aporrear la puerta.
 -Dejad las armas donde podamos verlas-exclamó el soldado. Puzon puso cara de pánico, pero Owen levantó una mano en gesto de calma.
 -Tranquilos, solo hará falta que lancéis el hacha. Así podréis asustar a los soldados y ganar unos segundos de más, pero esa arma... si no queréis que os persigan no es buena idea llevarla encima, todo el mundo os esta buscando y la gente de la calle os delatará.
 -No había pensado en ello, pero es cierto¿Que hago?
 -Bueno, puedes dársela a uno de mis muchachos. Diremos que nos la dejaste para culparnos.
 -¿De verdad haríais eso?-dijo mirándonos. Todos sentimos en silencio, impertérritos.- Vaya, sois unos muchachos muy valientes-continuó Puzon, ahora con lagrimas en los ojos- Toma, tu pareces el más adecuado.
Puzon entregó su arma y un carcaj lleno de flechas a Kachess.

Crónicas del aprendiz de Mago: El temor del hechicero oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora