Capítulo 29: Círculos

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Dicen que nunca hay mal que por bien no venga, y aunque no sabría decir cuánta verdad hay en ello, el día trás el intento de asesinato de Nolan vino acompañado por tres grandes noticias.

La primera de ellas era que tanto Etzio Kosta como Tyreke Belard habían abandonado la Academia. Todo había ido tan rápido que nadie sabía mucho sobre el tema, aunque los alumnos no tardaron en relacionar esos nombres con lo ocurrido la noche anterior en los pasillos de Alojamientos. La inesperada marcha de ambos sorprendió muchísimo a todo el mundo, puesto que la Academia, pese a su fama de ser global siempre había hecho la vista gorda a los nobles de más alta alcurnia. Habría sospechado que Knox había metido mano en todo el asunto si no fuera porque el Capanegra no se encontraba allí; aunque por otra parte la ausencia del mago podía haber sido una simple mentira de lord Korver. Por contra, el pequeño sir Dalach sí continuó en la Academia. Ni su nombre ni el de ningún otro miembro de la ya extinguida Generación Dorada había salido a la luz, pero el pequeño mago era consciente de lo que había hecho, por lo que siempre andaba de un lado a otro totalmente aterrorizado. Cada vez que nos lo cruzabamos el chico bajaba la mirada al suelo y hacía como que no nos veía. Pero Nolan siempre se encargaba de recordarle su presencia a base de empujones y zancadillas. Era una reprimenda un poco infantil, pero agradecí que aquella fuera toda la reacción de mi amigo. Cualquier otra cosa hubiera podido significar el seguir los pasos de Kosta y Belard.

Y es que Marion me pidió y repitió cientos de veces que estuviera atento los impulsos de Nolan, puesto que cualquier cruce en su mente podía ser su perdición. Me sabía mal ver la preocupación de Marion cada vez que me preguntaba por él, pero por otra parte entendía perfectamente el odio frío e irracional de Nolan. Era un odio absurdo, sí, del modo en el que solo el odio es capaz de ser. Cómo Nolan no quería ver ni rastro de ella, Marion pasaba más tiempo con Roshe, la chica Capaverde que tachaban de suelta y que nunca me dejaba en paz. Casi podía escucharla decir que todos los hombres éramos igual de cerdos y asquerosos, y que no valía la pena aguantar ninguna de nuestras tonterías. Lo cuál era irónico teniendo en cuenta su afición. Los rumores aseguraban que Roshe se había acostado ya con varios alumnos de últimos años y con algunos de nuestra misma generación. Si era cierto o no, yo lo ignoraba.

La segunda noticia era la vuelta de Nime. Los aprendices de Garu habían vuelto de la larga acampada en las montañas Vert que el maestro superior Caparoja Daeros había organizado junto a la joven maestra Capaverde Natasha y el veterano maestro Caparoja Florence. Los Garu eran los magos cazadores de bestias, pero el grupo de estudiantes que había viajado era demasiado jóven.

Por eso dedicaron la mayor parte del tiempo a cosas como levantar un campamento, mantener el fuego siempre encendido, seguir rastros, preparar trampas y todo ese tipo de cosas que hasta el cazador más negado de Someland sabía hacer. Esa experiencia podía sonar tediosa y aburrida, pero Nime aseguró que había sido divertidísimo, y muy emocionante. Yo hubiera apostado todos mis dramines a que esa sensación era causa de su nueva amiga, una chica Leridian “increíblemente guapa y valiente” según sus propias palabras. No sabía mucho sobre los tejemanejes de la chica sobre cuestiones amorosos, pero lo cierto es que Yuri, que era la chica Eorian con la estaba nunca había preguntado por ella. Y la tercera sorpresa vino justo después.

-Si hoy no acabamos con estos ahuyentagarras no me dejáis más remedio que dimitir y dejar mi puesto libre-se quejó el maestro Capaazul Holen mientras rondaba por nuestras espaldas. Algunos alumnos miraron con frialdad al exigente maestro, cavilando sobre cuán malo sería en realidad esa destitución.

Lo cierto era que yo también empezaba a estar harto del tema. Llevábamos un par de semanas en Hornos dedicadas por completo a esos malditos aparatos. Los ahuyentagarras eran unas esferas conectadas entre sí mediante un ingenioso sistema de vibraciones que emitía un pitido agudo e inaudible para los humanos que alejaba a la mayoría de aves o bestias depredadoras menores. Podía parecer una tontería, y sin duda podían usarse otro métodos para repeler a algunas de esas criaturas molestas, pero para los campesinos aquél invento era poco menos que una bendición, e incluso muchos de los pueblos y villas contaban con varios de ellos repartidos por el perímetro de sus casas y vallas. Incluso algunos viajeros precavidos suelen llevar alguno encima, si bien muchas veces lo que conseguían era el efecto contrario al llamar la atención de otras bestias más peligrosas con aquel molesto sonido.  Lo complicado de todo aquello era que los ahuyentagarras requerían de materiales caros, necesitaban de runas inscritas en ellos y no eran objetos de una sola pieza, por lo que su fabricación no era sencilla, aunque con un práctica y experiencia cualquier Capaazul debería ser capaz de fabricar cerca de una veintena al día, o incluso más. El aparato en sí estaba formado por una silbadora de plata en su interior, un objeto que al moverse provocaba aquel sonido.

Crónicas del aprendiz de Mago: El temor del hechicero oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora