Prólogo

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Ella resopla, y algo irritada, va a hacer los deberes que su madre le ha encargado.

Caminando, analizaba como hará para poder andar con todas las bolsas con las que volvería a casa, pues eran un poco más de cinco paquetes con los que debía lidiar al volver, a juzgar por la cantidad de artículos a comprar, ya que era la compra básica del mes.

Por más que le pidió a Mike, su hermano mayor, una mano, la ignoró y se fue con su amigo a hacer sabrá Dios qué cosas. Es un desastre y un muy mal hermano. Algo alcohólico con solo quince años. Su madre tenía la culpa de ello, ya que siempre lo justificaba y defendía. Ella odiaba la forma de ser de su madre. Siempre tan mandona, incompresible, orgullosa, vanidosa, una mala persona...

Pero estaba enferma. Debía cuidarla.

Por suerte era una niña independiente y autosuficiente con solo 11 años. Así que fue a la pequeña tienda de Don Joshua y compró todo lo que había en la lista, para luego, coger las ocho bolsas y caminar con el sol de Bradford.

Una bolsa se le cayó. Con poca paciencia, puso las demás a un lado, para así poder recoger las cosas que habían rodado hacia afuera de la bolsa. Unos pasos lentos y pesados le pusieron alerta. Se irguió y se volvió para ver a un hombre de algunos treinta años acercándose. Ella, cautelosa, lo ignoró y siguió recogiendo las frutas para su madre.

Pero entonces pasó. El hombre se acercó, y sin previo aviso, la tocó. La tocó en la parte baja de la espalda, para seguir bajando a una zona prohibida. Ella, espantada, se irguió nuevamente y se giró de golpe para encararlo. La esencia del alcohol invadió sus fosas nasales tan pronto lo hizo, y algo más, pero no sabía qué. Ella gritó, pero nadie iba para ayudarla. La calle estaba desierta al medio día.

Él le cubrió la boca con su gran mano y, dejando las bolsas en el mismo lugar, el hombre se fue con ella, echada al hombro, mientras ella ponía resistencia, pataleando, gritando, golpeándolo por la espalda... nada sirvió.

Caminó calle abajo con ella al hombro, sollozando. Ella no podía creer que esto le estuviera pasando. Pero no me daré por vencida, pensó. De alguna manera la astuta niña se las ingeniaría para huir.

Siguió golpeando al hombre por la espalda con todas sus fuerzas, que era poca. Lo aruñó, le clavó las uñas. Él gruñó y le palmeó el trasero, fuerte.

Ella chilló. Gritó todo nombre que se sabía, le rogaba a Dios que le ayudara. Pero nada pasaba.

Como si fuera su casa, el hombre entró a un callejón estrecho con construcciones abandonadas. La depositó en el suelo con parsimonia, arrastrándola por su cuerpo sudoroso. Ella tembló del asco, repulsión y temor. ¿Quién era él? ¿Qué me haría? ¿Por qué a mí? Se preguntaba ella.

Sin dejar de mirarla, sacó un pote plateado y chato del bolsillo. Quitó la tapa y empezó a beber como si la vida le fuese en ello.

Un escalofrío pasó por su espina dorsal.

Él era un borracho empedernido y ni siquiera lo disimulaba. Ella, con cuidado, miro a su alrededor, analizando un plan. El sitio estaba lleno de escombros, basura, piedras y varillas.

Ella tenía la solución.

—¿Te sientes cómoda? —Preguntó él, arrastrando las palabras.

Ella se quedó en silencio, observándolo. Fingiendo temblar de miedo. Su voz era áspera y raspada, escalofriante. Él sonrió y ella casi sale corriendo, pero se contuvo.

Tenía una mirada tan diabólica, tan psicópata...

Él se acercaba a ella con paso firme, lento. Ella dio un profundo suspiro y, ansiosa, hizo lo que debía.

Justo cuando él se abalanzaba a ella, se inclinó y cogió una varilla. Sin pensarlo ni una vez, la enterró en el muslo de él. Un sonido gutural y de angustia salió de sus labios resecos. Cojeando, trataba de acercarse a ella, pero ella daba pasos asustados hacia atrás hasta que chocó con la pared.

Él, con el rostro contraído de dolor, se sacó la varilla de su muslo. Ella observaba con horror como se dirigía a ella cojeando, con la rabia borboteando de sus ojos. Antes que la alcanzara nuevamente, con rapidez, lo empujó, haciendo que cayera al suelo, y con la ayuda del dolor por la herida que a él le impedía caminar, pudo salir corriendo.

Una lágrima solitaria corría por su mejilla derecha, sin ninguna expresión en su angelical rostro. Con desmesurada lentitud, la secó, con un poco de rabia. Al subir nuevamente, paso por el lugar del suceso. Ahí se encontraban las bolsas.

Como si nada, las recogió, dejando atrás las frutas dañadas, junto con lo ocurrido hace segundos...

Al llegar a su casa, cierra la puerta chirriante detrás de ella y pone las bolsas en la mesa coja de la cocina.

—¡Mamá! —La llama.

Silencio.

Al ver que no responde, va a su cuarto. Sube las escaleras rotas con cuidado. Camina por el pasillo hasta la segunda puerta. Entra y ahí está su madre, acostada en la cama.

—Mama, ya estoy aquí. ¿Quieres que te prepare algo ya de comer?

No hay respuesta. Ella suspira, irritada por como su madre la ignora.

—Traje brócoli, sé que te gusta.

Ahora, más triste que otra cosa va hacia ella, con paso desganado. Y entonces lo ve.

Está con los ojos abiertos, fría y tiesa.



Always MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora