Siento que mis piernas buscan por si solas la manera de salir de su aprisionamiento, que mi torso está dormido y mis pulmones se quedan sin aire. Este pelmazo está descansando sobre mí, con todo su peso en mí. Pero no es eso lo que hace que me quede muda y quieta, no. Es la absurda y asquerosa proposición que me ha hecho a cambio de dejarme en paz. No es un buen comienzo.
—Mírame la boca —murmuro, aunque ya lo hace.
Ugh.
—Habrás notado que no tengo dientes de leche, ¿Verdad? Es decir, no soy idiota. Sé que no lo harás.
Frunce el ceño.
—¿Hacer qué?
—Jesús —Resoplo—. Dejarme en paz a cambio del beso. Aunque, claro, no te voy a besar.
—¿Por qué no? Yo sé que quieres...
Pongo los ojos en blanco y lo empujo como puedo para que se quite de encima. Tan creído. Empujo y empujo hasta que tengo que darle una cachetada para que al fin se quite de mi camino.
—¡Deja ya de golpearme!
—Pues deja tú de joderme —espeto.
Sonríe.
—Es que no puedo.
—¿Qué? —digo, si dar crédito.
—Lo has oído.
Cierro los ojos y doy un largo suspiro. Dios, que me saca de quicio. Un señor canoso entra por la puerta, sorprendiéndonos a ambos. Zaid se quita de encima se pone de pie para ayudarme a pararme aun poco demasiado brusco.
Carraspea.
—Bienvenido a Sunny Flowers, señor.
—Uh... ¿Me atienden?
Zaid me mira. Le alzo una ceja, esperando su próxima jugada para molestarme.
—Claro —responde Zaid, aun mirándome—. La señorita lo ayudará con mucho gusto, yo iré a hacer otras cosas. ¿Verdad, Lindsay?
Eres un bastardo.
—Claro —sonrío con desmesurada dulzura, no le daré el gusto de ver la irritación que ha estado buscando—. Yo lo atenderé. Sígame.
—Gracias —dice el señor.
Salgo del mostrador pavoneándome, sonriendo forzosamente. Al pasar por su lado, choco «accidentalmente» con su hombro, y sigo de largo como si nada. Veo de reojo como alza una ceja y lo ignoro.
—Bueno, suéltelo.
—¿Qué? —el señor frunce el ceño.
Veo como Zaid trata de no reír mientras nos observa. Ignorándolo, miro al tipo estúpido a los ojos y le digo:
—Quiero decir que diga lo que quiere. O necesite —carraspeo.
—Uh... necesito lirios, por favor.
—Sígame.
Lo llevo hasta donde están las flores solicitadas y dejo que observe tranquilo a mi lado, mientras limpio mis uñas. Aun siento al imbécil mirándome. Giro mi cabeza hacia él, tomándolo desprevenido mientras me miraba.
—Sí, estas son... —el señor tienes unas flores en la mano.
—Venga conmigo, señor.
El viejo me sigue mansamente hasta la caja registradora, donde le cobro lo adquirido y se va.
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Always Myself
Teen FictionElla estaba vacía y triste. llena de oscuridad. El era como la luz del alba, quien andaba iluminado todo a su paso.