Un día.
Solo faltaba un día para que se efectuara el plan de Shannon. Ayer me dijo que estaba nerviosa, pero no arrepentida. Aun quería hacerlo. Yo también.
Ahora que no hay gente en el negocio, aprovecho para hablar algunos temas muy pendientes con mi tía. Me pongo de pie rápidamente, para dirigirme a la cueva a la que mi tía llama invernadero.
Cuando la veo está sentada. Leyendo su novela barata de amores prohibido. Es raro entrar aquí y no verla juguetear con las plantas. Me acerco, despacio, no queriendo interrumpir su momento íntimo con su libro. Aunque fallo estrepitosamente.
Alza la vista y cierra su libro, sonriente.
—Tía –empiezo—. Debemos hablar... eh...
—¿Si? —me dice, al ver que no hablo.
¿Qué diablos me pasa?
Camino adelante y me apoyo en la mesa larga más cercana a ella, para estar a su altura desde la silla y hablar. Ella me mira, paciente, a la espera de que hable de una jodida vez. Tengo la sensación de que sabe de qué voy a hablarle.
No sé cómo sentirme respecto a eso.
—Hace unos días, fui a desayunar a Cinnabons, y Zaid estuvo allí por tu petición —soy directa—. Para mí, solo le habías dicho que le permitías tomar un descanso. Pero él me ha dicho que has planeado esa... cosa... cita, para nosotros. ¿Es eso mentira, tía?
—Lindsay...
—Por favor, dime que sí— interrumpo.
—Sí.
—¿En serio? —pregunto esperanzada.
—No.
—¡Sasha!
—Me dijiste que dijera que sí —se encoje de hombros.
—¡Ugh!
—Tranquila, hija —dice con mucha calma.
Eso hace que me irrite.
—¿Por qué, Sasha?
—Estas muy sola, Lindsay. Solo me tienes a mí, que vivo metida aquí —hace un gesto vago a su alrededor—. Aparte de Ansel y Shannon. Y ambos tienen su respectiva pareja. Debes salir a divertirte un poco más.
»¿Por qué no te enrollas con este chico... Zaid? Parece buen chico. Solo quiero verte feliz.
—¿Enrollarme? Oh, por Dios.
—¿Qué hay de malo con él? Es adorable —sonríe como boba—. Es muy atento y se preocupa por los demás... Imagínatelo de novio. Además, —carraspea—. Es guapo.
— ¡Oh, por favor, tía!
—Lindsay —dice severa—. No me grites.
Ni siquiera me había dado cuenta.
—Bueno, perdón, ¿De acuerdo? Es que no me puedo creer que me hallas planeado una cita a ciegas, literalmente —resoplo—. Y con qué pelmazo.
—Oh, así que es cierto.
¿Qué? Frunzo el ceño.
—Así le dices.
—¿Cómo lo sabes?
—Vi la tarjeta. Estaba en tu cómoda.
—Oh —metiche.
—Le interesas.
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Always Myself
Teen FictionElla estaba vacía y triste. llena de oscuridad. El era como la luz del alba, quien andaba iluminado todo a su paso.