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Mientras vamos en un taxi, ella me envía un mensaje y sé que está en problemas.

«Otra vez... yo no quería»

Rápidamente busco el nombre de Ansel.

—¿Hola?

—Fiera, acabo de salir de la clase de natación...

—No es hora de bromas —digo fría—. Shannon necesita nuestra ayuda.

Oigo como exhala pesadamente.

—Está bien, ya voy saliendo.

Cuelga.

Llegamos en diez minutos a casa de Shannon. Ansel ya ha llegado. Lo veo bajar del auto y dirigirse a nosotros con un asentimiento como saludo y Zaid le responde.

Tocamos el timbre. Nadie responde.

Un escalofrío me recorre la espalda. Ese silencio no me trae buenos recuerdos. Suspiro y le doy mi asentimiento a Zaid, que me mira, esperando mi aprobación. Y él cabecea una vez en respuesta.

Entonces, con una patada, derrumba la puerta.

No sé qué explicación le dará él a Cecilia. Yo no tengo nada que ver. Solo di mi asentimiento y ya, ¿Verdad? Estoy segura de que ella nos lo agradecerá después. La casa está silenciosa y vacía. No hay vida. Sin preámbulos, Ansel entra bruscamente y sube las escaleras, preocupación marcando su apuesta cara. Lo sigo sin dudar y mi corazón galopea fuerte en mi pecho. En mis oídos se oyen como una manada de caballos corriendo en un campo lleno de baches.

Estoy muy nerviosa de lo que pueda encontrar. Ya no estamos en las andanzas de antes, luego de que estuviéramos en la cárcel. Pero, al parecer, a Shannon le cuesta superarlo.

Para mí fue tan fácil como lo fue dejar de comer chocolate por dos meses, porque estaba empezando a subir de peso. No es que sea vanidosa, pero me gusta mantener la figura.

Cuando llego a la puerta del cuarto de Shannon, respiramos hondo y entramos.

La imagen me golpea fuerte en el pecho, en el fondo de mis oxidados y martirizantes recuerdos. Ella está tirada en forma recta en el piso, pálida. Mira hacia la nada, ida. Sus labios están resecos y parece casi muerta.

Como esa mujer.

A su lado, un sobre trasparente muy familiar para nosotros tres descansa tranquilamente. Está abierto y con todas las píldoras esparcidas por el suelo, por su vientre, e incluso su cara y manos.

Drogas.

A mi lado, Ansel deja escapar un ruido estrangulado. Yo me mantengo estática. No lloro. Tengo rabia, mucha rabia con Shannon. Zaid va corriendo hacia ella, él la coge en brazos y la acuesta con suma delicadeza en la cama para luego ponerla de costado ¿Para qué? Él me dice algo apresuradamente, pero no oigo. No me muevo. Todo se vuelve borroso y rígido. Todo a mi alrededor se mueve en cámara lenta. Todo se revuelve y se descompone dentro de mí. Cada viejo y perturbador recuerdo se reproduce como un video, a blanco y negro y en cámara lenta. Son como flashes de cada pedazo de mi asquerosa vida.

Esto yo lo he vivido. Gracias al dolor que otros causaron. Ellos. Mis padres. Veo como Ansel, con manos temblorosas, toma su pulso en el cuello. Luego lo hace en su muñeca con la mandíbula apretada. Al parecer no sintió sus latidos en el cuello.

Ansel cierra los ojos fuertemente e inhala profundo.

—Llama al hospital, vive —me dice con voz áspera—. Sobre dosis.

Con esas palabras se derrumba todo. Después de la muerte de mi... de esa mujer, nunca más he llorado. Me he caído de mi bicicleta con ruedas, me he cortado, trataron de violarme, he tenido rupturas intensas con chicos que supieron cómo ganarme, he reprobado exámenes en la preparatoria, he estado en la cárcel. Pero nunca he llorado.

Always MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora