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Abro la puerta de la guarida y entramos uno detrás del otro. Shannon no ha vuelto a abrir la boca después del ataque hacia Bruno, y no la culpo. No está llorando, pero tampoco está brincando en una pradera llena de flores con un arcoíris sobre su cabeza.

Ella pasa por delante de nosotros y se para al frente, lista para hablar. Chuck, Mark, JJ, Ansel, los demás están de pie, esperando. Yo estoy a su lado.

—Chicos, —dice en voz baja, pero firme—. Quiero darles las gracias por ayudarme a arruinar a Bruno a pesar de que ya no estamos con ustedes... ya saben. Los he extrañado tanto. Los quiero —con esa frase, abre sus brazos y los chicos van a corresponder el abrazo.

Yo solo miro la acción, sonriente, al lado de Ansel y en silencio. Entonces alza la vista y nos hace señas para unirnos al abrazo.

—Genial. Siempre he querido un abrazo grupal —murmura Mark.

Y todos ríen.

Ansel es el primero en apartarse y yo lo sigo y entonces se rompe. JJ vuelve con dos cajas pequeñas de cerveza y la pone en la mesa larga, esa que usa para hacer lo que le corresponde en la computadora, y todos cogemos una.

—Yo quiero decir unas palabras después de este energético reencuentro —dice Chuck.

Y aquí vamos.

—Nunca he pensado que están fuera del juego, chicos —dice—. Siempre formaron y formarán parte de Los Ángeles Oscuros. Nosotros también los hemos extrañado y los queremos mucho. Y aunque creo que es difícil que vuelvan, aquí las puertas están abiertas para ustedes —concluye.

—¡Salud! —grita JJ, alzando su cerveza.

—¡Salud!

Luego de conversaciones, risas, bromas, confesiones ebrias y otras cosas, decidimos irnos.

Cada quien fue por su lado y ahora estoy en mi habitación, en mi cama, con mi móvil encendido y con mi cajita favorita entre mis piernas.

Mis Macarons.

Desde que los tengo, no he comido más que unos pocos. Pero ahora solo me queda uno, y estoy a punto de comérmelo, cuando alguien toca mi puerta.

—¿Quién es?

—Soy yo.

—¿Quién es yo? —digo, aunque se quién es.

Oigo como resopla.

—Zaid, tonta.

Me pongo de pie y abro la puerta de golpe, y veo como parpadea un poco.

—¿Cómo has dicho?

—He dicho Zaid, tonta —sonríe.

Conecto mi puño con su estómago. Veo con gusto como se queja de dolor, aunque no creo que sea gran cosa.

—Demonios, Lindsay.

—Pelmazo.

Y me doy la vuelta, contoneándome. Oigo sus pasos, así que ha entrado. Estoy a punto de tirarme a la cama cuando siento unos brazos en mi cadera, y con mucha fuerza me tira hacia delante, cayendo en mi cama de boca.

Zaid cae sobre mí, y yo siento que me falta el aire.

—¡Zaid, me ahogas!

—¿En serio? —Ya no siento su brazo derecho—. Déjame ayudarte.

Se incorpora, pero no del todo. Me da la vuelta salvajemente y vuelve a apoyarse en mí. Otra vez no puedo respirar, pero esta vez es porque estampa sus labios con los míos. Al principio solo me quedo quieta, con los ojos abiertos, observándolo. Entonces aprovecha para introducir su lengua en mi boca.

Always MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora