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Zaid se fue a las tres de la tarde, y son las seis cuando regresa. Abro la puerta.

—Ya he regresado, bebé.

—Al fin llegas —espeto.

Frunce el ceño.

—¿Qué te pasa?

—Nada.

Le doy la espalda y me tumbo en el sofá, siguiendo con mi cerveza. Él me sigue.

—¿Debería pasar algo? —doy un sorbo.

—No, solo que estás tan rara... Ni siquiera me has dado un beso —se queja.

—¿Por qué tardaste tanto?

Él se detiene a mirarme de una manera que no puedo descifrar.

—¿Qué? —cuestiona—. Estas loca, mujer. No he tardado tanto.

—No, solo has estado toda la tarde allá.

—Solo tres horas, Lindsay.

—Lo que sea.

Veo como rueda los ojos y decidido, viene hacia mí, me coge de la muñeca y me tira hacia su cuerpo, incorporándome.

—Lindsay, no seas inmadura. Sabes que no deberías estar celosa.

—No estoy celosa—trato de zafarme de su firme agarre en mis muñecas en vano —. ¿Por qué has tardado tanto? No debías durar tres horas solo para hacerle unas preguntas.

Me da un beso rudo en la mejilla.

—Bebé —dice, zalamero—. Tuve que persuadirla. Antes de ir con ella, le compré algo para ganarme su confianza o lo que sea, ya sabes.

Lo miro espantada.

—¿Qué le has comprado?

—Solo le llevé una flor.

—¡Una flor! —Trato de zafarme de su agarre nuevamente—. Nunca me has regalado flores, Zaid.

Él me mira con cara de póker.

—Lindsay, si te regalo una flor, dirías que es la cosa más estúpida que habrías visto, que soy el cliché personificado, que no te gusta, que no eres tan cursi, que no quieres que...

—Está bien. Entendí.

—Bien.

Respiro.

—Lo siento. Mejor dime como te fue.

Se sienta en el sofá y hace que me siente yo también, halándome.

—Me ha dicho cosas interesantes...

—Suéltalo.

—Ella no dice el nombre porque le han amenazado.

—¿Qué?

—Así es. El usuario fue y le advirtió que si decía su nombre la matarían allí mismo, en la cárcel.

Mierda.

—¿Qué más?

—Solo han sido ella y el usuario. Que nunca fueron a San Francisco, era solo una fachada.

—¿No te ha dado una pista del usuario, al menos?

—Solo que es un hombre. Y que vive aquí en la ciudad, y no está muy lejos de nosotros.

—No puede ser, Zaid. Esa perra nunca hablará.

—Solo hay que tener paciencia, bebé. Ya verás.

Muero por atrapar al desgraciado que me ha hecho mi vida imposible, para matarlo a goles y después, mandarlo a la cárcel si queda con vida.

Miro a Zaid. Estuve tan cabreada con él porque había tardado tanto... confío en él, pero, jamás en la perra pasiva.

—¿A intentado algo contigo?

Rueda los ojos.

—Sí.

—Sera puta esa...

Se pone de pie, a mí también.

—Lind, te quiero a ti, nada más. Ella pudo haberse desnudado y hacer un striptease, y para mi hubiese sido una vaca ahogándose. Una perra pasiva, como dices tú. Además, no ha intentado nada, solo bromeaba.

Suspiro. Este pelmazo me volverá loca.

Sin embargo, he decidido disfrutar mi momento a solas con Zaid. A la mierda todos ellos. Me relajaré un poco.

—Pero tardaste tanto...

—Oh, bebé, sabes que soy tuyo.

—No aún...

Sin decir nada más, coge mi rostro entre sus manos y me besa. Sin dudarlo, me engancho en sus caderas y envuelvo mis piernas. Se tumba conmigo en el sofá, sin dejar de besarme. Saco su remera de nuestro camino y la tiro por ahí. Él se deshace de mi suéter, besando mi cuello, mientras aprieta mis pechos.

—Tienes una obsesión por mis tetas.

—Con toda tú.

Desabotona mis vaqueros y lo ayudo a quitármelos. Se quita los de él, dejando ver su cuerpo de nadador, y mierda, empiezo a sentir calor. Se inclina y me besa, masajeando mis nalgas. Quita mis bragas y yo su bóxer.

—Quítate tú el sujetador —susurra.

Me incorporo y me pongo a horcajadas sobre él, para darle el espectáculo que quiere. Puedo sentirlo duro debajo de mí, y no hay nada que nos impida sentirnos, estamos piel con piel.

Desabrocho el sujetador y lo tiro al montón de ropa. Con deliberada lentitud, me inclino y empiezo a besarlo por todo su torso, su boca, su cuello. Él baja su mano por mi pecho y mi vientre, más debajo de mi estómago, y no puedo evitar gemir. En un acto reflejo, muevo mis caderas sobre él, y oigo como suelta un jadeo.

Coge mis manos y las aparta de su camino para besuquear mis pechos. Besa mi boca, y luego pasa un brazo por mi cadera, me alza y se coloca debajo de mí.

Entonces, con una agonizante lentitud, se hunde en mí.

—Ah —gimo.

Él jura por lo bajo y cierra los ojos, completamente quieto debajo de mí. Yo lo observo, y me dan ganas cabalgarlo como una ninfómana, pero solo me inclino y muerdo el lóbulo de su oreja. Empieza a moverse con una deliciosa lentitud, y poco a poco, va subiendo de velocidad.

Con brusquedad, se mueve y me coloca debajo de él, sin parar de embestirme. Enredo mis piernas en su cadera y se mueve más rápido, así que le sigo la corriente.

—Tengo una vista tan jodidamente perfecta ahora —sisea.

Cierro los ojos, gimiendo, y me muevo sin control, siguiéndolo. Hasta que llego al orgasmo. Él da dos embestidas más, y se deja ir.

—Mierda... —susurra en mi oído.

Sale de mí y se tumba a mi lado, soltando respiraciones entrecortadas, abrazándome desde atrás.

Giro la cara y lo miro. Una capa de sudor lo cubre, respira pesadamente y sus ojos están muy oscuros. Su cabello esta divinamente desorganizado. Lo beso en la boca y él me lo devuelve en la frente.

—¿Ves que si soy tuyo? —musita, sonriéndome.

—Ahora sí.

Al principio, pensé que no íbamos a durar mucho estando en este tipo de relación, pero mierda, ha terminado encantándome.

Podría acostumbrarme.



F I N


Always MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora