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—¡Zaid, mis cosas! —exclamo.

—Tranquila, yo lo tomé antes de tirarte —dice con calma, dándole un mordisco a su perrito caliente recién adquirido.

—Ah —respiro, aliviada.

–Están ahí —señala detrás de él.

–Oh. ¿Cómo es que no me di cuenta?

—No lo sé. Quizá mi tacto te distrajo.

—Ya quisieras —pongo los ojos en blanco.

Y sigo disfrutando de mi hot dog.

Zaid se soba la rodilla derecha.

—¡Oh, por favor, señor! Ayúdenos.

—¡Tranquilo, Armstrong! Oh, Dios. ¡Está muriendo! —exclamo.

—Pero si solo fue un golpe —murmura el hombre sin corazón, con calma.

—¡Es usted un descorazonado! —Zaid lo señala—. Debería ayudarme.

—¿Qué hace ahí parado, como una polla? ¡Ayúdenos! —lloriqueo.

—¿Saben qué? déjenme en paz.

El hombre se va enojado, pateando cualquier cosa que ve por delante. Zaid y yo intercambiamos miradas, y luego nos echamos a reír.

—¡Eso fue divertido! —jadea Zaid entre risas.

—¡Lo sé! ¿Viste su cara?

—¿Y qué sobre lo de la polla? ¡Jesús!

Me mira y entonces deja de reír de golpe. Yo también.

—¿Qué?

—¿No pudiste inventar un mejor nombre que Armstrong?

—Pero es tan lindo como tú —me burlo.

—Oh, por Dios.

—¡Ahí están!

Nos volvemos para ver un pequeño grupo corriendo hacia nosotros. Zaid y yo nos miramos, ceñudos. Y lo recuerdo. El robo de las bicicletas. Zaid toma mi mano.

¡Corre! —grita.

Lo hacemos, empujando a todos los tontos que estorban en nuestro camino. Puedo oír los pasos pesados y apresurados detrás de nosotros, no muy lejos. Zaid toma un atajo el cual no he visto y corremos con todo lo que podemos, entonces soy consciente de lo agotada que estoy.

Justo ahora, pienso.

Un zapato se me zafa de los pies. Intento cogerlo, pero Zaid me tira hacia él para seguir corriendo.

—¿Estás loca? —grita.

Y vuelvo a sentir esa adrenalina que tanto me gusta sentir. Persecución policial, correr, hacer lo que no se debe. Rio como histérica de repente, y Zaid me sigue poco tiempo después.

—Jesús —murmura.

—¡Woohoo!

Corremos por un callejón, ya fuera del Stearns Wharf. Ahora estamos en el West Beach. Pero ya no sentimos la persecución. Me detengo, y paro a Zaid, también. Entonces despierta de su gran concentración en escapar.

—Eso fue genial —digo, extasiada.

—Sí, lo fue —me sonríe.

—¡Ahí que volver a hacerlo!

Always MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora