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Cuando subimos todos están más calmados. Ansel está mirando a la nada, pero ha dejado de llorar. Cuando siente mis pasos alza la vista y me mira, tratando de sonreír, pero parece una mueca. Tía está a su lado, leyendo uno de esos libritos de bolsillos, y Cecilia esta con el doctor Morgan. ¿Se habrá despertado?

—Hey, Enana, ¿Te sientes bien?

—Al menos luzco mejor que tú —trato de bromear.

—No me molestes, fiera —replica, pero su voz suena sin vida.

Antes que diga otra tontería, voy hacia mi tía para acompañarla. Zaid se queda con Ansel.

Cecilia viene hacia nosotras con una cara tan iluminada que podría alumbrar todo el frio y estéril hospital. Eso es buena señal.

—¿Qué ha pasado? —pregunto.

—Ella ha despertado. Ha respondido muy bien a los tratamientos. Tiene hambre y pregunta por Ansel y por ti.

—¡Qué milagro! —exclama Sasha.

Los chicos, que estaban hablando de espaldas, se vuelven por la exclamación de mi tía y vienen hacia acá, sonrientes. Sasha se pone de pie con ojos brillantes y le da un gran abrazo a Cecilia. Yo solo sonrío. Una débil, no como la de ellos, recargadas con pilas y real. Obvio, me alegro muchísimo por la recuperación de Shannon. Pero estoy decepcionada.

Aun así, no le diré nada. Por ahora.

—Quiero verla —dice Ansel.

—Sí, cariño —responde Cecilia—. El doctor dirá cuando esté lista. La van a trasladar a una habitación dentro de media hora, antes de que se vuelva a dormir. Está débil.

Miro a Ansel de reojo mientras habla con Zaid de Shannon, cómo están inclinados uno del otro, sus expresiones y la confianza que emana de ellos. De verdad son amigos. ¿Pero hasta que nivel? ¿Le habrá contado él más sobre mí? Esa sería la gota que derramó el vaso.

—Cecilia, ve a descansar, cariño —mi tía le acaricia la espalda—. Ve descansa. Nos quedaremos aquí.

—No me iré hasta ver a mi hija —su voz nunca había sonado tan vacía.

—Está bien —dice mi tía, asintiendo—. Entonces vamos abajo a comer algo. ¿Bien?

—De acuerdo.

Sasha sostiene por el brazo a Cecilia, como si se fuera a caer en cualquier momento y caminan a paso de tortuga.

Yo me siento en uno de los asientos en los que tanta gente se ha sentado y saco el móvil de mi bolso para pasar el tiempo... ¡Bruno! Hay más de quince llamadas perdidas de él. Dios, lo había olvidado por completo. Marco a su número rápidamente.

—¡Dios mío, Lindsay! —su voz es ansiosa.

—¡Bruno! Lo siento mucho. Es que ha habido tanto movimiento... todo fue de repente y...

—Tranquila, Lind —ríe—. ¿Por qué tan agitada? Y, ¿Por qué hay tanto movimiento? Nunca te había oído tan... agitada.

Claro, aun no lo sabe. Le explico todo resumidamente, sintiéndome como mierda.

—...lo siento.

Oigo como absorbe por la nariz.

—Debiste llamarme, pero entiendo a lo que te refieres. ¿Cómo está?

—Estable —no sé por qué, pero mi voz tiembla ante la mención de la palabra.

Ella no debería estar estable. Debería estar bien.

Always MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora