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—¿Qué? —exclamo—. Jesús, Zaid, ¡Muévete! ¿Qué haces ahí como idiota? ¡Hay que ir!

Él me mira y se queda en silencio, y luego susurra:

—¿Qué haré si a mi madre le pasa algo?

—Dios, creo que soy la menos indicada para contestar. Vamos, Zaid, todo saldrá bien —me vuelvo—. Sasha —le llamo.

No contesta.

—¡Sasha! —grito.

Zaid está a mi lado, como estatua. Ni siquiera parpadea, como si estuviera pensando en sus opciones si a Christine le pasa algo. Está nefelibato y taciturno, anonadado.

—¡Sasha! ¿Dónde estás, muj...?

—Ya no me grites, jovencita. ¿Dónde está el fuego?

—En el hospital. Christine está mal —ella ahora está igual que Zaid—. ¡Tía!

—S-Sí. Vamos.

Resulta que Shannon estaba hablando con Christine mientras esta le regalaba un helado. Estaban hablando en su local, cuando un hombre entró y habló con ella por casi una hora. Cuando Shannon decidió irse y dejarle espacio, ella salió de su oficina y el hombre se marchó. Christine nunca dijo nada, solo siguió hablando como si nada. Pero Shannon podía notar su nerviosismo y tembleque de manos.

Y sin previo aviso, se desmayó.

Sasha no ha parado de llorar desde que cerramos el local y corrimos al hospital. Lo que es comprensible, ya que su única y mejor amiga de la infancia está luchando por su vida en algun lugar.

En cuanto a Zaid, Nunca lo había visto tan mal, tan cabizbajo. Sus ojos ya no tienen su característico brillo ni esa sonrisita. Siempre está a punto de llorar, pero respira profundo y luego mira un punto fijo en la nada hasta que las lágrimas desaparecen de sus ojos.

El doctor dijo que si Shannon no hubiese estado ahí, probablemente, Christine ya no estaría con nosotros. Así que Zaid le abrazó hasta que a ella le faltaba respiración. Ella, algo avergonzada y aun asustada, le correspondió.

Ahora nos encontrábamos sentados, esperando por nueva información, en unos incomodos asientos llenos de agujeros, como la última vez que estuve aquí. Zaid está en el baño, quizá buscando privacidad o estar solo. Aquí no hay muchos lugares en donde estarlo. Tía está tratando de distraerse con un libro que siempre está en su bolso y Shannon está a mi lado.

—Fue horrible —murmura ella.

—¿Sí?

—No sabía qué hacer. Pero, afortunadamente, había clientes. Ellos me ayudaron y llamaron una ambulancia. Yo llamé a Zaid.

—Lo sé —murmuro.

—¿Lo sabes? ¿Estaban juntos?

—Sí—me encojo de hombros.

—¿He... interrumpido algo?

—Pues sí.

—Vaya —me da un codazo con una sonrisa compungida—. Tu siempre tan sincera.

—Pues sí.

—¿y qué hacían, Lindsay?

—Nada —le digo—. Solo intercambiando saliva casi a punto de tener sexo sobre el mostrador de la floristería.

—¡Chica! —mueve la cabeza—. Son unos pervertidos.

—Solo se nos pasó un poquito las manos —me encojo de hombros otra vez, sonriendo.

Always MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora