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Resoplo. Hay tanta gente que se evapora el oxígeno. Siento que invaden mi espacio personal, a pesar de que no están ni mirándome. Escuchando Rock en mi celular, cobro las flores compradas por los desesperados clientes. «¿Puedes darte prisa?» «No tengo todo el día» «Me iré sin pagar»

¿¡Quién coño los manda a comprar los estúpidos regalos a última hora!? Respiro profundo por enésima vez y sigo cobrando las estúpidas flores. ¿Quién es tan bobo como para regalar flores en San Valentín? Ah, sí, todos ellos. Es tan cliché.

—Son cincuenta dólares, señora. —Murmuro.

—¿Tanto? —Replica.

—Debió observar el precio antes de elegir esas flores. ¿Por qué las eligió?

—Porque son bonitas y exóticas... ¡Eso no es tu problema!

—Exacto. Son exóticas y bonitas. Por eso el precio—Espeto—. Tampoco es mi problema si lo puede pagar o no.

—Lindsay —Advierte mi tía.

Pongo los ojos en blanco y le cobro a la vieja para que desaparezca rápido de mi vista.

—Qué mal educada —espeta la señora indeseable, y se va.

Le saco el dedo mayor y sigo en lo mío, cabeceando a ritmo de la música. Como detesto la gente quejumbrosa. Un hombre me grita, pero no le presto atención. Oigo música, que se valla a la mierda. Termino con el chico nerd y sigue el hombre. Sin mirarlo, cojo un ramo de flores y lo paso por el escáner de código de barras.

—Veinte dólares, señor.

—Aquí tiene, señorita —Esta última palabra la dice con sarcasmo.

Cuando lo miro para reprocharle lo del sarcasmo, y veo que tiene el dinero tendido hacia mí. Evitando mas problemas, me limito a cogerlo y lo entro en la caja registradora, para luego darle la devuelta.

—Gracias por la compra, señor.

—De nada. Y aprenda a ser más amable con los clientes. Adiós.

Bufo. Todos se empeñan en decirme mierdas hoy. Sigo cobrando flores horribles para gente horrible, la cual se las regalará a más personas horribles que forman parte de una sociedad horrible.

—¡Lindsay! —Sasha me grita.

Gruño y la miro.

—¿Qué? —Espeto, mascando chicle.

—Se acabaron los tulipanes, ve a buscar más.

Con desgana, voy y hago lo que me pide.

Mi tía Sasha es una amante de las flores. Vive de ellas. Detrás de una puerta blanca, hay un paraíso que ella misma ideó. Hizo una especie de invernadero detrás del negocio. Nadie nunca ha pasado. Grande, con toda clase de flores plantadas aquí. Bien cuidadas por ella y por mí, aunque a la fuerza.

Al principio, la idea de crear esto era para poder analizar las flores y cómo evolucionan. Para ampliar sus conocimientos sobre la fitología. Qué otras especies no ha descubierto y cual inventar. Es experta en la materia.

A mí, me aburre.

Cruzo la puerta, la cierro con seguro y camino por el largo pasillo oscuro durante dos minutos para llegar al destino, finalmente. El lugar está como siempre. Con ese olor peculiar, la luz del sol penetrando por todos lados y por los paneles del techo...

Voy hacia dónde está mi objetivo. En un espacio del invernadero, hay flores listas para vender, con los cuidados necesarios. Cojo un ramo, lo seco un poco en la parte baja —Está dentro de un jarrón con agua para su cuidado—. Y me encamino al negocio de mi pesada tía.

Always MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora