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Después que se han llevado a Gretta, Ansel y Shannon se dirigen al auto por petición de esta última. Así que gracias a Shannon ahora estoy sola con Zaid, e inexplicablemente cohibida.

—¿Estás bien? —me pregunta.

—No lo sé. Es confuso, ¿Sabes? Me sentí tan bien cuando al fin la vi vencida, mientras los oficiales se la llevaban, diciendo que necesitaba atención médica.

—¿Quieres hablar sobre eso? ¿Qué tal si lo celebramos? —me guiña un ojo.

—Bien —asiento, riendo suavemente.

—Ven, vamos a subir...

Las palabras se quedan dentro de sus labios al darse cuenta de que su carro no está. Estamos en un barrio al que solo hemos venido dos veces, solos y a pie. Una ola de enojo me recorre. Sé cuál es la razón. Vi a Zaid darle sus llaves a Ansel. Shannon y él me las pagarán.

—¿Qué demonios...? —exclama.

—Shannon es idiota —niego con la cabeza.

—Y Ansel —concuerda.

Resopla, algo molesto, pero sin previo aviso coge mi mano y nos ponemos en marcha. Lo miro.

—Hay que irnos de aquí, ¿No?

—Pero... ¿Y si nos perdemos?

—Tranquila, nena. Estás conmigo —me mira y mueve las cejas.

—Ugh —ruedo los ojos—. Mejor dime adónde vamos.

—Vamos a hablar.

Cuando llegamos, me siento agradecida. El viento me relaja, no hay nadie. La arena se filtra entre mis dedos y el sonido de las olas son música para mis oídos.

—...y debería estar satisfecha, pero... ugh, no lo sé.

Luego de que haya pasado todo, pensé que me sentiría tranquila. Estoy confundida. No me arrepiento de lo que le hice a Gretta, pero cuando lo pienso, no me siento del todo bien. Ella es solo una ficha en el juego, pero el pez gordo está por ahí.

—Bueno, ya. Tranquila —me abraza—. Todo está bien, ¿Vale?

Asiento como puedo, ya que me sostiene la cabeza en su pecho con fuerza. Estamos los dos sentados en la arena, frente al mar. Y de pronto el silencio se hace presente. El agua juega con mis dedos, tratando de alcanzarlos y mojarlos, pero no dejo que los alcance. Mi cabello debe estar lleno de sal y enredado, con tanta brisa que hay. Zaid tira todo lo que está a su alcance hacia el agua infinita del mar, y yo mido mi limerencia etérea con la lejanía con la que caen las piedras.

—¿Te gusta?

—Sí. Es muy agradable y tranquilizador.

—He pensado en traerte aquí, ya que te gusta el mar.

—Gracias —asiento.

Y luego recapacito.

—¿Cómo sabes que me gusta el mar?

—Es algo que no quiero compartir —se hace el enigmático.

—Zaid...

—Lindsay.

—¿Has estado investigándome? —no sé cómo sentirme.

—Oh, no. Eso no —niega, divertido.

—Si no me dices ahora mismo, te ahogaré, Zaid. No me provoques. Te haré comer arena.

—¿Me estas amenazando, chiquilla?

Always MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora