Capítulo 18

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-¿Y cómo está él? -preguntó Hans luego de que el padre de su amigo terminara de sentarse. Había estado sentado allí, con el menú en la mano, por un buen rato sin decidirse a pedir. Más preocupado por el estado de su compañero, que del tipo de comida que iba a comer en el almuerzo, a pesar del hambre que ya empezaba a afectar en su humor. Y es que el recuerdo de la visita a Luis Carlos quien, a pesar de estar fuertemente sedado, todavía temblaba y movía enloquecido sus ojos cerrados, no le permitían concentrarse en las ofertas que se mostraban en el menú.

-Está muy mal. Ya lo viste. -le respondió el padre del amigo. -Según el doctor, su adicción es bastante fuerte. Pero estoy seguro de que hará todo lo posible para recuperarlo. Él es el mejor médico del Brasil en este tipo de situaciones.

-Pero. Es que temblaba mucho. -dijo Hans sin poderse sacar de la mente la imagen temblorosa del amigo, que se sacudía y temblaba con insistencia. Sin tregua.

-Es por la falta de la droga. Su cuerpo la necesita y por eso es que la exige de esa manera. Con esos temblores.

-Pero ya van varios días que está sedado.

-Sí. Y el doctor dice que será peor. Mientras más tiempo esté sin la droga, su cuerpo se resentirá mucho más aún, y sus temblores empeorarán. Pero luego, poco a poco, el alivio regresará. Aunque nunca podrá decirse que está curado. Nunca más estará libre de caer en las drogas. Nunca.

La dureza de estas palabras, pronunciadas con la firmeza y seguridad con la que él hablaba, dejaron sin palabras a Hans.

-¿Los señores ya tienen su pedido? -dijo el mesero algunos minutos después, expulsando al silencio que se había apoderado de esa mesa.

-Sí, por favor. -respondió el padre de Luis Carlos e hizo su pedido sin mucho interés en lo que había escogido del menú -Y una cerveza, por favor.

-Para mí, también. -respondió Hans después de algunos segundos de indecisión. En realidad pensaba pedir lo primero que se vio en el menú, y es que la firme mirada del padre de su amigo, más que la silenciosa espera del mesero, le hicieron sentir una incomodidad que lo obligó a tomar esa decisión. Cualquier decisión. De todas maneras, todos los platos que servían en ese elegante hotel, eran muy sabrosos.

-¿Y para beber?

-Una cerveza, por favor. -respondió Hans, esta vez con seguridad sobre lo que quería.

El mesero tomó su orden y se retiró del lugar a cumplir los pedidos solicitados. Por su lado, los huéspedes esperaron que este se retirara lo suficiente para poder retomar su conversación con la tranquilidad de no ser molestados. El padre de Luis Carlos volvió a hablar con su voz tranquila, y Hans volvió a tomar mucha atención a sus palabras.

-Conversando con el doctor, me dijo que este no es el único caso. Ni uno de los pocos. Existen muchos jóvenes que están sufriendo de esta plaga. Y eso que no podemos estar peor. Uno de los mayores países productores de cocaína está aquí a lado, y nuestro gobierno no hace nada para exigirles a las autoridades de ese país que dejen de enviarnos esa porquería, sólo por que ambos gobernantes son miembros del maldito foro de Sao Paulo. Eso sí es irónico. Ponerle el nombre de esta ciudad, la ciudad más trabajadora del continente, a ese club de delincuentes y chupa sangre, que nunca en vida han trabajado. Pero ese es otro tema muchacho. -terminó de decir y tomó un largo trago de su cerveza. -No te metas esa mierda. Ya ves lo que le pasó a tu amigo. Y nunca más será el mismo. Nunca más.

Hans asintió con la cabeza con convicción. No. Él nunca se metería en las drogas. No, después de lo que había visto.

-¿Y sabes que es aún peor? Que la policía tampoco hace nada para combatir ese mal en este país. Por ejemplo, allí está esa muchacha. Lucía Souza. Ella lo metió a ese mundo de las drogas. Ella le vendía ese veneno de mierda. Ella es la culpable de que mi hijo esté en ese hospital, hundido en el infierno. Y yo gastando todo ese dinero para salvarlo. Pero la policía, en lugar de castigarla. De fundirla en la cárcel donde merece estar, decide liberarla. Sin culpa. Sin castigo. Ella se pasea feliz por las calles de Sao Paulo, mientras tu amigo sufre en un hospital. No. No me parece justo. Algo esta mal, muy mal, con nuestro sistema judicial. Pero no podemos hacer nada. En cambio ellos, compran jueces y policías. ¿Por qué crees que dejaron libre a esa Lucía? Porque ellos, sus socios, seguro le pagaron a los policías para que la suelten. Eso es más que claro.

Hans no pudo más que asentir ante esta gran verdad. La verdad de que su amigo era una victima más de este flagelo que golpeaba a su país con cada vez más fuerza. La verdad de que los ciudadanos comunes estaban indefensos, sin una justicia que los defienda. Solos.

El mesero llegó más pronto de lo esperado. Y cuando sucedió, cada uno se dedicó a comer en silencio. No había más qué decir. Solo esperar que Luis Carlos pudiese salir, lo más pronto posible, del infierno de las drogas en el que estaba metido.

-Disculpa muchacho. -interrumpió el padre de Luis Carlos los pensamientos de Hans y se levantó de su silla para darse una última pasada con la servilleta, para asegurarse de que estaba completamente limpio. -Te tengo que dejar. Tengo que hacer algunas cosas de la oficina y luego tengo una cita con el médico al final de la tarde. Ojalá me de buenas noticias. Te agradezco que hayas venido. En serio. Veo que eres un buen muchacho. Pero no hay mucho que puedas hacer. Si deseas, te puedes ir a Florianópolis. No te preocupes. Si sucede algo te llamo.

-No tenga cuidado. Me quedo. -respondió Hans conmovido por las palabras que había escuchado. Más aún considerando que provenía de una persona 'sin sentimientos', tal como lo habían catalogado desde siempre sus padres, colegas y amigos de toda la vida. Y es que a Luis Carlos y a su padre, era una de las pocas personas que conocía de toda la vida.

-Gracias. Sabes que te puedes quedar el tiempo que quieras. Si necesitas algo, cualquier cosa, lo cargas a tu habitación. Yo después lo pago. -le dijo el padre de su amigo, dejó la servilleta sobre la mesa y se alejó por la puerta de salida del restaurante.

Con la partida del padre de su amigo, Hans se quedó un tiempo más, sumido en sus pensamientos. No era justo que las personas buenas tengan que sufrir, mientras los delincuentes se paseaban felices por las calles. Y con esa policía corrupta que no hacía nada, una policía en la que ya no se podía confiar, no quedaba más que defenderse por su propia cuenta. No. Esa injusticia no podía quedar así, impune. Y no era por Luis Carlos, quien en definitiva no era un gran amigo, a pesar de que siempre se habían juntado desde casi sus primeros días de vida. Era por la injusticia de saber que ellos, los delincuentes, podían dañar al quienes les viniera en gana y luego salir como si nada hubiese pasado. No. Él atraparía a esa Lucía Souza. Él haría todo lo posible para demostrar que sí era una delincuente. La atraparía con las manos en la masa. La grabaría con su celular y luego subiría a Internet ese video, para que así esa policía corrupta no tuviese más opción que detenerla, procesarla y llevarla de una vez a la cárcel, donde merecía estar.

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