Capitulo 51

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Sé que no podré escapar más de las manos de los jinetes. Mi única opción es esconderme. ¿Pero dónde? En el único lugar posible. Afuera del bote. En el agua. Empiezo a hacer movimientos oscilantes con el bote con la intención de voltearlo. Sé que eso significará que las dos personas que están conmigo caerán al agua y, por lo tanto, en las manos de los jinetes. Y yo también caeré en sus manos, o en sus enormes bocas, para ser más exacta, si no logro hacer algo justo después de caer en el agua. Pero esa es mi ventaja, ya que estoy seguro no esperan un movimiento como este. Continúo meciendo el bote, esta vez con más fuerza y más convicción por lo que estoy haciendo. Escucho los gritos de terror de las dos personas, dos hombres ya mayores, que me dicen que me detenga. Pero no lo hago y más bien intensifico mi movimiento hasta que finalmente el bote se da la vuelta y yo me sumerjo lo más profundo que puedo, con la esperanza de que los yacarés y sus jinetes ocupen su tiempo en atacarlos a ellos dos y me den tiempo para escapar. Sé que este es un sueño y por eso sé que puedo estar un poco más de tiempo de lo normal sin respirar, pero también sé que no podré estar mucho tiempo antes de que necesite forzosamente subir a respirar, aunque sea un sueño. Y es que este no es mi sueño. Es su sueño y tengo que jugar con sus reglas. Nado bajo el agua, sumida en la obscuridad, lo más que puedo hasta que siento que mis pulmones no resisten más. Subo a la superficie tratando de no hacer mucho ruido, para no llamar su atención, pero con miedo de que alguno de ellos estuviera al acecho para encontrarme. Me seco los ojos y dirijo mi mirada hacia el ruido allá a lo lejos y veo cómo los yacarés terminan de tragarse los trozos humanos que todavía tienen en sus fauces. Ya no escucho los gritos de dolor y pánico que me pareció escuchar mientras estaba sumergida en las profundidades. Eso es un alivio para mis oídos, pero no para mi pecho, donde siento una fuerte presión por lo que he hecho. El calor en mi mejilla me hace notar que estoy llorando. Pero son lágrimas de yaceré, porque yo los maté. Yo los envié para ser devorados. Para salvarme, egoístamente. Pero eso no es totalmente cierto. Ellos igualmente iban a morir. Solamente adelanté su muerte. Y salvé la mía en el proceso. La única diferencia es que, si me hubiese quedado allí sentada, estoy segura que ellos y yo, ya estaría dentro del estómago de uno de esos enormes animales. Y no sé en qué estado estaría en el mundo real. ¿En coma? ¿Loca? No lo sé. Por eso es que no puedo morir aquí. Eso me hace dar cuenta de que todavía no estoy salvada y que, si no logro escapar, la muerte de esos hombres habrá sido en vano. Me vuelvo a sumergir profundo y nado con todas mis fuerzas lo más lejos que puedo, en medio de la obscuridad, hasta que nuevamente siento una urgencia en mis pulmones para ascender a la superficie. Levanto la cabeza y dirijo mi cabeza hacia el lugar donde todavía están los jinetes de yacarés, pero esta vez ellos ya no están buscando nada alrededor del bote, y más bien lo dejan flotando en posición invertida, satisfechos de su tarea. Al parecer creen que han acabado con todos los pasajeros, porque se empiezan a alejar del lugar, sin ninguna prisa y con toda la calma, como si nada terrible hubiese ocurrido, apenas algunos minutos atrás.

Por suerte, la dirección que toman los jinetes, los aleja del lugar en el que me encuentro, pero aún así evito hacer ruido para no llamar su atención. Me vuelvo a sumergir y a nadar para alejarme de ellos, pero esta vez lo hago con más tranquilidad y no tan profundo dentro del agua. 

* * *

No sé cuánto tiempo he estado nadando, pero ya no siento mis brazos ni mis piernas, y hace ya rato que mis pulmones me piden que me detenga. Pero no tengo dónde detenerme. No en medio del agua que no termina. Por momentos pienso en dejarme llevar, hundirme en las profundidades del agua, dejar que esto de una vez acabe. Que suceda lo que tenga que suceder. Este sueño se ha prolongado demasiado tiempo. Tanto que estoy segura que ya han pasado al menos un par de día en este y en el otro mundo. Pero sé que no puedo rendirme. No después de tanto sufrimiento. No después de tantas muertes innecesarias. O mejor dicho, muertes utilizadas para mantenerme con vida. Por lo menos lo haré por ellos, ya que no tengo el valor de hacerlo por mí. Veo algo allá adelante. Algo diferente a la monotonía en la que he estado no sé cuánto tiempo. Cambio de dirección y me dirijo hacia aquello, aunque lo hago con cautela. Todo tengo que hacerlo con el temor de que el demonio invente algo para atacarme. Pero igual me acerco y voy mirando con mucha atención mientras eso está cada vez más cerca. Finalmente está lo suficientemente cercano como para darme cuenta de que es un tronco sobre el que alguien se encuentra flotando. No puedo saber si es hombre o mujer, pero sí que está muy débil, ya que apenas se mueve sobre el tronco. Al menos no es algo que tenga que preocuparme, digo y nado un poco más rápido para llegar al lugar. No necesito llegar hasta el tronco para darme cuenta de quién es. Es mi madre. Mi madre que está flotando sobre un tronco en el medio de este mar. Y rodeada, como yo, de tanto peligro.

-¡Mamí! ¡Mamí! ¡Soy yo! ¡Lucía! -le digo para despertarla de su letargo y me abrazo a ella para calentar su frío cuerpo.

-¿Lucía? ¿Eres tú? -dice ella con una voz demasiado suave. Exhausta.

-Sí mami. Soy yo. -le digo temblando por el frío que me contagia. -¿Cómo llegaste aquí?

-No lo sé.  -me responde ella con preocupación. 

No le digo nada, ni insisto con la pregunta.  Este es un sueño. Por supuesto que no recuerda de dónde viene.  No viene de ninguna parte. Pero sí sé a dónde iremos si no encontramos algún lugar a dónde ir antes de congelarnos. Al fondo del agua. A la nada de donde ella vino.

Empiezo a nadar con fuerzas sobre el tronco que la sostiene. No nado hacia algún lugar en particular. Lo hago más por hábito que por interés en llegar a un destino inexistente. Ella no hace la intensión de ayudarme. El cansancio, o quizá la pena, la tiene en ese estado. Pero yo sí nado con fuerza. Al menos así me siento viva. No sé cuánto tiempo nado con ese peso muerto a mi lado, el tiempo tiene un raro comportamiento en este mundo de sueño, pero mi esfuerzo tiene un resultado porque veo a lo lejos algo diferente a la interminable agua y esa constante lluvia que, como cortina infinita, cubre todo el espacio.

Ojos AbiertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora