El día transcurrió con lentitud, como un caracol que Lucía tuvo de pequeña, regalo de su hermano en un día de lluvia. El caracol avanzaba con tanta lentitud, que Lucía se aburrió de verlo caminar y se fue un momento a jugar con sus muñecas. Ven Xuxa, le dijo a su muñeca preferida, te voy a mostrar mi caracol. Y se fue al lugar donde lo había dejado algunos minutos antes. Pero no. El caracol ya no estaba allí. No puede ser, decía Lucía llorando, si lo dejé aquí mismo. No puede haberse ido muy lejos. Si él no camina rápido. Pero por más que lo buscó, no pudo encontrarlo. Su hermano, al verla llorando su pérdida, se ofreció a buscarle otro. Pero no, ese no sería su caracol. Nunca más lo recuperaría, por más que le diesen muchos otros. Y ese día que había pasado en aquella celda, también se había ido sin que ella se diese cuenta, y nunca más volvería. Se había ido con su caracol. Trató de recordar qué había sucedido en toda las horas que había estado allí, pero sólo pudo recuperar un par de escenas breves. Por ejemplo cuando entró aquella mujer de mandil azul que en este momento se encontraba sentada al lado de la reja de salida, como si quedarse en aquel lugar le hiciese sentirse un poco menos presa. O cuando un par de prostitutas salieron despidiéndose de todas las detenidas cómo si estuviesen saliendo de una fiesta muy animada. Del resto del día no tenía nada. Ni siquiera recordó cuándo les trajeron la comida al medio día, ni la vez que pidió a las guardias que la dejaran ir al baño. Nada. Sabía que esos eventos habían sucedido, pero no los recordaba. Como si les hubiese sucedido a otra persona. Supo que la noche había llegado cuando les trajeron la cena. La comida no era muy sabrosa, pero ella ya estaba acostumbrada desde niña a comer lo que había en el plato, sin reclamar y más bien agradecer que hubiese algo con qué acallar el hambre. Por eso es qué no hizo ningún gesto de desaprobación cuando le sirvieron un plato de frijoles hervidos con sal y nada más. Y es que la llegada de la cena le traía algo mucho más importante, que preocuparse por el menú. Era la llegada de la noche lo verdaderamente importante, porque la noche traía el cansancio y la irrefrenable necesidad de dormir. De dormir al lado de Cassiana. El solo pensar en lo que ella podría intentar hacerle en la mitad de la noche, le hizo estremecerse y olvidar que estaba cenando. Pero había otro peligro que también le aguardaba esa noche. El reencuentro con su demonio, a quien no había visitado durante las noches pasadas. Noches en las cuales había logrado mantenerse despierta gracias a todos los energizantes que había tenido que consumir. Y los tomaba a pesar del latente riesgo de morir de un ataque cardíaco provocado por el abuso de este tipo de bebidas. Al menos ese era el rumor que había escuchado sobre los energizantes. Pero bien valía la pena correr el riesgo, si eso significaba el poder liberarse, aunque sea por una noche, de su demonio. Pero en la celda no había ningún tipo de energizante para beber. Solo agua y nada más.
Después de la cena ya solo le quedó esperar el ataque de Cassiana y luego el reencuentro con su demonio. Por un momento pensó en pedirle a Dios que le ayude a mantenerse despierta esa noche, pero pronto desechó la idea. Muchas veces, desde la aparición del demonio, había invocado Dios, a su Ángel de la guarda, a los Santos o a cualquiera que pudiese ayudarle a liberarse de ese demonio como lo hicieron con Jürgen. Pero nada. Ninguno de los Santo o Ángeles o el propio Dios vino en su ayuda. Su pecado era demasiado grande para merecer el perdón.
El peso de sus párpados fueron la primera señal de que, ya no la noche, si no el sueño se aproximaba inminentemente. Ante esta amenaza, ella se levantó como si el piso estuviera infestado de hormigas rojas o víboras, y se puso a caminar de un lado para otro en la mitad de un profundo silencio, esquivando los cuerpos recostados de las otras detenidas que, para envidia de Lucía, dormían profundamente.
-Recuéstate por favor. -escuchó retumbar la voz de Cassiana. Lucía miró hacia el lugar de donde había venido la orden y vio una mano que señalaba un espacio libre a su lado.
Lucía sabía que tenía que ir a recostarse, o por lo menos sentarse, en el lugar que le señalaba aquella mano. No tenía otra opción. Lentamente, y cuidando de no pisar a las otras mujeres que dormían a su alrededor, llegó al lugar que se le había indicado y se sentó a esperar lo que fuera que le traería la noche.

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Ojos Abiertos
FantasíaContinuación del libro "Lúcida", de la Serie: "La Dimensión Dormida". Lucía queda atrapada bajo el poder de un demonio que, cada vez que ella queda dormida, la tortura y aterroriza hasta niveles que ella no logra soportar, haciéndole despertar en lá...