Capitulo 41

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-Tranquilízate por favor. -le decía Hans a una enfurecida Lucia que seguía vociferando palabrotas en contra del médico que ya había desaparecido en el interior de la clínica, varios minutos atrás. -Ya no podemos hacer nada. No nos dejarán entrar. Pero al menos lo intentamos.
-Pero algo debemos hacer. No podemos dejar a Luiscar en manos de ese desgraciado. -le respondió Lucia, todavía molesta y con todo su cuerpo temblando de rabia.
-Entiende. Ya no hay nada que hacer. No pienso enfrentarme con ese guardia. No tendría ninguna oportunidad. Debes entenderlo. Por favor.
-¿Entender qué? ¿Que te rendiste? ¿Que no harás nada para ayudar a tu amigo, a pesar de que sabes lo que está sufriendo? -respondió Lucia, cambiando el objeto de su ira, ya no hacia el médico que había desaparecido, sino hacia el amigo frente suyo -No. Claro que no sabes lo que pasa en el mundo de los sueños. Tú no sabes nada.
-Es verdad. Tienes razón. No sé nada del mundo de los sueños. Pero algo sí sé. Y es cómo funciona este mundo real. Y lo real es que ese tipo de allí, -dijo Hans notablemente molesto y señaló a la puerta de ingreso de la clínica, en donde se podía ver al enorme guardia que no dejaba de dar eventuales miradas hacia donde ellos se encontraban -no dudaría ni un segundo en darnos una golpiza. Pero la cosa no terminaría allí. Luego vendría la policía y nos llevarían detenidos. Y creo que tú sabes muy bien cómo son las celdas. Pero tampoco termina allí la historia. Pronto vendrían los abogados. Esos abogados caros y con muchas amistades. Y ellos sí que son los peores. Peor incluso que tu demonio, para que lo sepas. Por eso es que te pido por favor que te tranquilices. Que nos tranquilicemos y que nos alejemos de aquí antes de que esto suceda de verdad.
-Pero, entonces, ¿qué podemos hacer? -preguntó Lucia ya mas calmada, pero todavía muy afectada por el futuro del amigo que permanecía en esa clínica, condenado a sufrir las torturas que seguro le estaba dando el demonio.
-Ya no podemos entrar. Peor con la discusión que tuvimos con el médico.
-No podemos rendirnos. Si algo me ha enseñado esta lucha contra el demonio, es que no puedo rendirme. Esa no es la opción. Debemos buscar otras formas. Hasta encontrarla. Seguro debe haber otra puerta, o algún lugar por donde podamos entrar.
-Esta bien. Lo intentaremos. -respondió Hans ante tan fuertes palabras de esa muchachita que parecía tan débil, pero que le estaba dando clases de coraje.

Dieron vuelta a todo el largo perímetro de la clínica, mirando detenidamente cada metro de muro en busca de cualquier medio que les pudiera permitir el ingreso.
-Nada. Todo está muy bien resguardado. -dijo Hans, luego de más de una hora de caminata, cuando estuvieron de vuelta al sitio de partida. Su cara mostraba que no había más que hacer. Que se había hecho todo lo posible.
-Pero algo más puedes hacer. Tienes amigos. -le respondió Lucia con su cara mojada por las lagrimas.
-No sé. No sé quién podría convencer al medico. Estoy seguro de que el padre de Luiscar no lo permitiría. Ahora mismo debe estar enterado de que intentamos ingresar a ver a su hijo. -le respondió Hans ya resignado.
Lucia no respondió, pero se quedó mirando el muro como si deseara poder tele transportarse en su interior. Pero no. Eso no podría hacerlo aquí, en el mundo real.
Hans, conmovido por el rostro de su amiga y por no tener el mismo ímpetu que ella, empezó a tener un sentimiento de culpa y de vergüenza. Después de todo, Luis Carlos era su amigo de infancia, no de ella.
-Lo intentaré. -dijo él y sacó su teléfono móvil y empezó a mirar los contactosen su agenda.
Las llamadas se sucedían una tras otra. Algunas eran simples y de corta duración. Otras más largas y con muchas explicaciones. La mayoría de ellas transcurría con mucha cordialidad, pero algunas conversaciones estaban cargadas de mucha violencia.
-Nada. -dijo finalmente Hans, luego del prolongado silencio que había seguido a su última llamada realizada.
Lucia no respondió, pero miró con detenimiento el rostro de su amigo, como si no hubiese escuchado lo que él había dicho, o como si no quisiera aceptar la realidad que indicaba esa palabra.
-No pude conseguir alguien que nos permita entrar. Incluso mi padre no quiso, aunque eso ya lo sabes. Puedes escuchar las conversaciones telefónicas sin permiso. -intentó bromear Hans, sin mucho éxito.
Lucia siguió sin contestar y sólo miro al amigo con la misma resignación.
-Es tu turno. -le dijo Hans y le paso el teléfono. -Quizá tu tengas más suerte que yo.
-Pero yo, ¿a quién podría llamar? -preguntóLucia asustada por tomar el teléfono que se encontraba pocos centímetros de ella. -no conozco a nadie.

Hans no le respondió, pero se quedó mirándola y disfrutando de su incomodidad, con el teléfono todavía flotando en su mano.

Lucía no pudo evitar viajar a su niñez. En el colegio todos sus compañeros tenían teléfonos móviles. Algunos eran muy sencillos, y otros bastante más caros. Pero prácticamente todos tenían uno. Menos ella y su hermano. En una oportunidad su hermano le comentó a su padre que quería tener uno, como el que tenía un compañero que había ido a visitarlos a la casa, para hacer algunas tareas del colegio. El teléfono era un modelo de los más sencillos, y por eso es que su hermano se atrevió a hacer la solicitud. Pero la respuesta fue tal, que Lucía, a muchos años y kilómetros de distancia, todavía escuchaba la fuerte reprimenda que le había dado su padre su hermano. Incluso el compañero de colegio se puso a llorar por las duras palabras. Estaba segura de que, de no haber sido por la presencia de aquel muchacho en la casa, su hermano habría sufrido de un doloroso castigo. No. El teléfono era algo del demonio. En su casa nadie tendría uno. Eso no era discutible.

Por eso es que Lucía, muy a pesar de los múltiples ofrecimientos que había recibido, de su madrina, no había querido tener, y tampoco utilizar, ese demoníaco producto tecnológico. Sólo a su llegada a Sao Paulo, ya lejos de las amenazas de su padre, es que logró vencer su temor a utilizar y tener uno. Y sólo luego de múltiples exigencias de parte de Luis Carlos que le regaló uno. Era uno muy sencillo, para hablar por teléfono y nada más, fue la condición impuesta por Lucía.

-¿Vas a llamar? -le dijo Hans para sacarla de sus recuerdos.

-Sí. Claro. -respondió avergonzada Lucía y tomó el aparato que había permanecido en manos de Hans por varios minutos.

-Pero sólo conozco a pocas personas. -dijo ella y empezó a pensar a quién hablar primero.

-Entonces no te será muy difícil. -dijo él todavía disfrutando de la escena. -Terminarás muy pronto.

-Es que no sé con quien empezar. -siguió diciendo ella sin atreverse a digitar los números en el aparato.

-Si son pocos, no importa por dónde empezar. -dijo él sonriendo divertido.

-Tienes razón. -dijo ella y digitó rápidamente el número que más se sabía.

-Hola, ¿Señor Joao? Es Lucía Souza. -dijo ella a modo de saludo. Hans, a diferencia de Lucía, no podía escuchar lo que respondía Joao al otro lado de la llamada, por eso prefirió apoyarse contra el muro y esperar el resultado de la conversación. De todas maneras, sabía que ella no lograría nada, pero de todas maneras era divertido verla cómo hablaba por teléfono.

-Gracias. Te amo. -dijo Lucía y cortó la llamada telefónica. -Creo que ya podremos entrar. -dijo con una alegría contenida.

-¿Pero cómo? -respondió Hans sin entender cómo era posible que ella lograra más, y con una sola llamada.

-Es que el guardia de la noche vive en la misma favela que él, y da la casualidad que lo conoce. Esta misma tarde hablará con él para que nos juntemos. -respondió ella con orgullo.

-Excelente. -fue lo único que pudo responder Hans ante tan sencilla solución. -Vamos a necesitar algo de dinero. Eso estoy seguro. -dijo él pensando en voz alta, y ya planificando lo que tendría que decir durante esa importante reunión. -Y sólo se me ocurre una forma de conseguirla. Tendremos que hablar con Jürgen. -terminó de decir y le pidió el teléfono a Lucía. 

Ojos AbiertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora