Dejo a mi madre recostada y me levanto para dirigirme hacia la puerta, donde están los niños mirando con ojos de miedo hacia el exterior. Y lo que se muestra ante la puerta es algo que justifica esa mirada de terror que tienen y de seguro que yo también. Pero no es algo que me asombre y más bien es algo que esperaba de parte del demonio. Por eso no dedico mucho tiempo a dejarme llevar por el miedo y más bien busco cómo defendernos de esos jinetes de yacaré que se aproximan rápidamente.
'Entren', digo con firmeza y empujó suavemente a los niños para que vayan adentro. 'Vigilen esas ventanas pero sin abrirlas mucho', les digo sin cambiar el tono de voz. Permanezco en la puerta y cuento los jinetes que están cada vez más cerca. Treinta y cinco. Pero daría lo mismo que fueran cien, porque no necesitan ser muchos para generar terror. Luchó contra ese terror y trato de pensar en cómo defendernos de ellos. El recordar que yo pude subir con mucha facilidad para llegar a donde estamos a pesar de la altura en lo que se encuentra, me hace estremecer. Por eso tengo que pensar en algo que les impida subir, pero por más que me esfuerzo no se me ocurre nada. Sabía que había alguna razón para que el demonio ponga una casa en mi camino. Ahora sé cuál es. Quería tenerme en un lugar del que no podré escapar. Los jinetes ya están casi abajo de nosotros y los niños me dicen que también hay jinetes por los lados. Estamos completamente rodeados. No tenemos escapatoria. Entro en la casa y miro con desesperación buscando algo que pueda utilizar como arma. En mi búsqueda veo los rostros de miedo en los niños y el rostro de preocupación de mi madre.
-¡Mami! ¡Estás despierta! -le digo con asombro.
-Sí mi querida Lucía. Mi pobre Lucía. -me responde ella con esa voz que tanto tiempo estuve deseando escuchar.
-No te preocupes. -le digo intentando transmitir algo de tranquilidad. -Ya veremos cómo nos defendemos.
Siento un fuerte deseo de abrazarla. De sentir su calor y pedirle que me proteja. Pero ella siempre fue tan débil y tan vulnerable, que sé que no podré tener ninguna ayuda de parte de ella. Por eso descarto ese deseo y más bien continuó mi búsqueda, hasta que veo un par de remos en el fondo de la casa. Tomo uno y me voy de vuelta a la puerta para asomarme y ver lo que está sucediendo allí. Y no es nada reconfortante porque encuentro a uno de los jinetes que ya casi está por entrar a la casa. No lo pienso y le doy un fuerte golpe en la cabeza con el remo. Eso hace que quede desmayado en el acto y caiga al fondo del lago que se ha formado. Tiemblo por la adrenalina que circula por mi cuerpo y continuó mi labor de golpear a los hombres que están trepando por los troncos que sustentan la casa. La tarea no es fácil, porque tan pronto como cae uno, otro toma su lugar. No sé cuánto tiempo podré aguantar este ritmo, hasta que alguno logre alcanzar subir hasta dónde estamos. Escucho el grito de uno de los niños que me avisa que uno de los hombres están llegando a su ventana. No pierdo tiempo y voy hacia él. Utilizo el remo con la misma agilidad que en la puerta, para sacar de un solo golpe a ese jinetes que ya estaba trepando por la ventana. Escuchó el ruido pesado de su cuerpo golpeando la superficie del agua, y me doy cuenta de que el golpe ha sido efectivo. Regreso sin demora a la puerta para dar un golpe a otro de los jinetes que estaba por alcanzar la cima, aprovechando mi ausencia. Este también cae al agua y eso me da cierto respiro para poder ver hacia el interior de la casa. Los niños están llorando de terror y mi madre está tratando de consolarlos, pero sin mucho éxito.
-Mi Lucía. -dice ella con voz de mucha preocupación, la que utilizaba cuando yo había hecho algo malo, y mi padre estaba por llegar. -¿Hasta cuándo durará esto? Los niños están con mucho miedo. Piensa un poco en ellos, no sólo en ti.
El comentario me confunde un poco, pero luego de algunos segundos, logro responder.
-Si los estoy defendiendo. ¿No lo ves?
-¿A ellos? ¿Estás segura? -me responde y abraza con fuerza a los niños que esta vea lloran con más fuerza.
Eso me hace dar cuenta de que ella tiene razón. He sido todo este tiempo, demasiado egoísta. Siempre pensando sólo en mí. He matado, o hecho que muera, mucha gente para poder estar bien, sin siquiera pensar en ellos. Quizá eso es lo que el demonio quiere. Convertirme en su igual. Una persona cruel y sin piedad. Sin sentimientos.
'¡Lucía!', escuchó decir allá afuera. No necesito salir para saber quién es el que me está llamando. Esa voz, y sobre todo ese tono, me ha aterrorizado más que todas las otras cosas durante toda mi vida.
-Si papi. -le respondo gritando para que mi pequeña voz llegue a sus oídos.
-Ya deja de comportarte así. No me hagas enfadar. -me dice y tiemblo de miedo como todas las veces que había escuchado antes esta mismas palabras.
Sé que él es el demonio, que ha venido personalmente a terminar la tarea de matarme. Elevo la mirada y contempló los cientos. No. Miles de jinetes de yacaré, montados sobre sus bestias. Sé que esta es la última escena del sueño. Al parecer el demonio se cansó del juego y quiere terminado con sus propias manos.
-Voy a subir. No quiero que te muevas. -dice él con su misma voz severa, y guía su yacaré hacia uno de los troncos, el que trepa con mucha facilidad hasta alcanzar la puerta.
Retrocedo hasta el lugar donde están los niños con mi madre.
-Ven conmigo. -dice él y trata de tomarme del brazo.
-No te acerques, maldito. -le digo y le doy un fuerte golpe con el remo, que no dejo de sostenerlo amenazadoramente.
Él me libera y grita de dolor, soltando alguna de sus maldiciones acostumbradas.
-No me obligues a castigarlos mucho más fuerte. -dice él, al recuperarse del golpe, y se acerca dónde están los niños y mi madre.
Intenta tomar uno de los niños y yo vuelvo a dar un fuerte golpe en la espalda, que le obliga a retroceder.
-Lucía. -dice mi madre llorando. -¿No ves lo que estás haciendo? ¿No te das cuenta que, por tu egoísmo, hará sufrir a los niños? Si no lo haces por mí, al menos hazlo por ellos.
-Tú no entiendes mami. No puedo permitir que me hagan daño. Me cansé de dejar que la gente abuse de mi. -respondo con lágrimas corriendo por mis mejillas.
-Pero a qué precio. Mira en lo que te has convertido. -me dice ella y deja a los niños para acercarse a mí. -No te pareces en nada a mi hija. A mi Lucía.
Sus palabras me hieren al tener que reconocer que tiene razón. Siempre lo supe. Yo soy el demonio. Ahora no tengo ningún sentimiento bueno. Sólo egoísmo. Sólo luchar por mí, sin importar lo que le suceda a los demás. Ella tiene razón. Merezco ir con él. Ahogar con mi muerte este monstruo que soy. Morir. Ya no suena tan mal ahora que lo pienso.
Mi padre me toman del brazo con violencia, aprovechando mi quietud y mi resignación. Esta acción imprevista me hace instintivamente gritar por ayuda. Pero nadie viene por mí. Veo a los niños que lloran desconsolados e intentan venir a ayudarme. Pero mi madre se los impide. Pero no es eso lo que me desconcierta. Es su rostro de complacencia, como si dijera que debo rendirme, que debo dejarme matar sin luchar, lo que me asombra. Como si mi muerte, porque eso justamente es lo que hará mi padre una vez esté allá abajo junto a esos miles de yacaré, fuera lo que ella estuviera esperando. Y en ese momento me doy cuenta de todo y por fin comprendo el plan. Por eso me defiendo con todas mis fuerzas y cierro los ojos y me imagino que soy mucho más fuerte. Más fuerte que mi padre. Ese movimiento inesperado y esa violencia repentina, lo toma desprevenido y logró soltarme para dirigirme hacia mi madre. Abro los ojos el tiempo suficiente para saber con precisión dónde está ella, y los vuelvo a cerrar para luego darle un golpe en la cabeza con toda mi fuerza. Continuó golpeándola una y otra vez, hasta que algo dentro de mí me hace saber que ya todo ha pasado. Que ya está muerta. Abro los ojos y sólo veo a los niños al fondo que me miran confundidos, pero ya sin miedo. Mi madre ya no está, y tampoco mi padre. Voy hacia la puerta y miró al exterior. De los miles de jinete de yacaré, no queda ni uno. Pero otra cosa más ha cambiado, y es que ya no llueve. Arriba se ve un cielo estrellado sin señales de nubes. Y allá al fondo, se ve que la aurora prepara su llegada. Estoy segura que hoy será un día soleado.
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Ojos Abiertos
FantasyContinuación del libro "Lúcida", de la Serie: "La Dimensión Dormida". Lucía queda atrapada bajo el poder de un demonio que, cada vez que ella queda dormida, la tortura y aterroriza hasta niveles que ella no logra soportar, haciéndole despertar en lá...