Capítulo 13

434 16 0
                                    

Lucía necesitó más que un par de vasos de agua para poder limpiar la sangre de las tres mujeres mal heridas. Y todas las veces que fue en busca del agua al bebedero, un silencio sepulcral la envolvía. Escena totalmente diferente a aquella en la que fue a buscar el primer par de vasos de agua, vasos que terminaron regados por el piso. Cuando terminó de limpiarlas y de revisar sus cuerpos en busca de heridas, Lucía se dio a la tarea de remendar las ropas rasgadas que no lograban cubrir su desnudez. Por suerte los daños no eran mayores y pudo acomodar, aunque sea parcialmente, los vestidos rasgados. La falta de agujas e hilos no le permitió lograr un resultado que ella hubiese deseado, pero si bien no logró que los vestidos recuperaran su estética inicial, por lo menos logró que recuperaran su pudor.

Su mamá le había enseñado a costurar y a remendar las ropas que a veces traía su padre del taller en el que trabajaba. Como no tenían dinero para estar comprando mamelucos nuevos cada vez que algún accidente en el trabajo dañaba el que vestía su padre, lo remendaban para que vuelva a estar casi como nuevo. Y la habilidad con la que su madre lo hacía era tan conocida en el taller de su padre, que este a veces venía con mamelucos u otras prendas para que ella las remendaran. Prendas que no eran suyas, sino de algún colega del taller con quien quería quedar bien.

El sonido de una voz fuerte pronunciando algunos nombres la hicieron salir de su ensoñación y la regresaron de aquel mundo de recuerdos en el que estaba junto a su madre costurando algunas prendas de su padre. No pudo asociar los nombres que escuchó, con las propietarias de los mismos, hasta que oyó el nombre de Cassiana. Recién en ese momento levantó el rostro para buscar con la mirada a aquella mujer y se dio cuenta que los otros nombres pronunciados anteriormente, correspondían a las mujeres que estaban a sus pies y a quienes recién las había curado y arreglado sus ropas. Las tres mujeres se levantaron rápidamente a cumplir con la convocatoria dada por el policía. Sabían que no convenía hacerlo esperar. Ni siquiera si estaban cansadas y adoloridas. Un pequeño golpe en el hombro le hizo darse cuenta que el nombre de Lucía Souza estaba siendo pronunciado por segunda vez. Se levantó tan pronto se percató de aquello y caminó presurosa detrás de una de las mujeres que ya avanzaban hacia la reja de salida. En total, cinco mujeres, además de ellas, salieron de la celda. Esta escena se había repetido varias veces durante el par de días en los que ella había estado detenida. En muchas de las ocasiones, las que salían no regresaban. Pero eso no era siempre así. Ella misma había salido, pero había tenido que volver. Pero este caso era diferente. Habían llamado a Cassiana y a las otras dos mujeres que habían participado de la pelea. Y también a Lucía. Y a dos mujeres que habían estado también pelando, pero en el bando de Catrina, de esa advenediza. 

Eso era demasiada casualidad, para ser una buena noticia, pensó Lucía. Estaba segura que las iban a castigar por los disturbios que habían protagonizado. Y también estaba segura de que el mundo, una vez más, iba a ser injusto porque del otro bando solo estaban esas dos mujeres, pero no estaba la principal protagonista. Catrina, que era quien había iniciado la pelea y que ahora, con la salida de Cassiana, quedaría de dueña de la celda.

Caminaron en silencio detrás del oficial de policía que las guió hacia algún lugar donde la castigarían, seguía pensando Lucía. En un punto del camino, uno de los guardias le hizo señas a otro para que se lleve a las dos mujeres del otro bando. Nos están separando, pensó Lucía cuando las vio desaparecer en una esquina del pasillo. El grupo de Lucía siguió avanzando hasta que llegaron a una puerta sobre la cual se podía ver una cruz roja pintada en la pared. El oficial tocó la puerta y a los pocos segundos esta se abrió para mostrar el rostro de una joven mujer vestida toda de blanco que contrastaba con su negra piel. La joven le hizo señas de que podían pasar al interior de una enfermería mucho más amplia de lo que Lucía imaginó, en base al recuerdo que tenía de la enfermería de su colegio. El oficial entró después de ellas y se quedó de pie a un lado de la puerta y con la mano sobre su arma de reglamento, creando una imagen disuasoria para que ellas no intentaran nada raro mientras estuvieran allí.

Ojos AbiertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora