capitulo 49

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Su tono de voz me hace prestar una atención mayor al grupo que hacen la amenaza. Veo a varias personas que se sujetan de un tronco para mantenerse a flote. Si bien el tronco les ayuda para ese propósito, resulta inútil en caso de un ataque de yacarés.

’Ya no hay campo aquí.’, escucho decir a alguien en el bote, pero no me volteo para ver quién habló.

‘Es verdad.’ -dice otra voz, esta vez es una voz de mujer, pero estoy segura de que no es la mujer que me rescató. La dueña del bote. La que nos está salvando a todos. -Búsquense otro bote. Este está lleno.

‘Si se acomodan mejor, pueden caber más personas.’, responde uno de los que están nadando sujetados del tronco.

‘El bote no soporta más peso.’, le responde alguien tratando de razonar con el otro grupo. ‘Ya está casi al borde. Lo pueden comprobar ustedes mismos.’

-Somos sólo nosotros. Seguro que soportará. -insiste el hombre en el agua y da una señal a sus otros compañeros para iniciar el abordaje.

No entiendo lo que pasa después. Mi tamaño me impide ver lo que sucede. Pero sí siento un brusco movimiento del bote que se empieza a meser peligrosamente. Los gritos de pánico y de furia no se hacen esperar y llenan el ambiente, aumentando aún más la confusión haciendo que el bote se mueva cada vez más fuertemente. Más pronto de lo que sabía que iba a suceder, estoy bajo el agua y veo que el bote nos cubre completamente. Nado hacia abajo escapando del resto de las personas que se estorban en su lucha por volver a flote. Me alejo del grupo buscando seguridad y, cuando siento que ya estoy lo suficientemente lejos, salgo a la superficie y dirijo mi mirada hacia donde se suponía que estaba el bote antes de que se volteara. Y lo que veo no me agrada para nada. Es una lucha sin sentido por apoderarse del bote y mantenerse a flote al mismo tiempo. Pero no es una lucha de dos bandos, uno contra otro. Es una lucha sin bandos. Es una lucha de todos contra todos. Una lucha feroz por sobrevivir. Pero si se detuvieran un momento para pensar, se darían cuenta de que esa no es la manera más adecuada de hacerlo. Que hay formas más civilizadas y fáciles de lograr poner el bote de nuevo en posición y de subirse en él de manera ordenada. Pero no puedo esperar a que se pongan de acuerdo.

El recuerdo del calambre y de los yacarés, que todavía no han hecho su aparición, me empuja a participar de la lucha, si es que así se puede decir de lo que es capaz de hacer una pequeña niña de mi tamaño. Por fin el bote está nuevamente en su posición y ya algunas personas están arriba. No puedo reconocer, en medio de la penumbra, qué personas son. Y no me importa si son las que me rescataron o si son los que estaban flotando en el tronco antes de la lucha. Lo único que me importa es subir lo más pronto posible para escapar del ataque de los yacarés que, estoy segura, muy pronto empezarán a aparecer. Nadie me ayuda y tengo que esforzarme al máximo para subir por mis propios medios y para luchar contra las otras personas que, al igual que yo, quieren subir utilizándome como escalera. Al principio no me defiendo, pero voy tantas veces al agua que siento que todos los demás son mis enemigos y que debo vencerlos si es que quiero subir a la seguridad del bote. Muerdo algunas manos en mi camino, cada vez que alguien quiere agarrarme o tan sólo tocarme.

Por fin logro estar dentro del bote. Exhausta. Sin aire. Incómoda. Pero a salvo. Y me quedo allí, hecha un ovillo y respirando con fuerza para recuperarme. Y estando en esa posición, escucho unos gritos. Pero son diferentes a los que he estado escuchando durante la lucha. Son gritos de pánico y de dolor que nos avisan que los yacarés ya están aquí. Más bien demoraron en aparecer, pienso y escucho otro grito de pánico en otro lugar. Pero es un grito que me suena familiar. Es ella. La mujer que me rescató cuando estaba en el árbol. Está afuera de su bote, en medio de las aguas, a la espera de la llegada de los yacarés. O escapando de alguno de ellos. Me levanto y extiendo mis manos hacia el agua y eso hace que el bote se empiece a mecer peligrosamente. Miro alrededor y me doy cuenta de que el bote está completamente lleno y con el agua casi al nivel del borde. Mi movimiento ha causado el ingreso de gran cantidad de agua, amenazando con hundirlo nuevamente. Por suerte soy pequeña, ya que estoy segura que si fuese mayor, el bote ya se habría volcado nuevamente. El temor de que eso ocurra me congela, además de que escucho la amenaza de todos mis vecinos exigiéndome que me siente y me quede quieta en mi lugar.

Pero siento que debo hacer algo para salvarla. Ella me ayudó. Yo debo hacer lo mismo con ella, pienso y extiendo mi mano afuera del bote, apenas pocos centímetros sobre el agua. Ella ve mi mano salvadora y nada hacia mí. Ya está a un lado mío, como pidiendo ayuda. Toma mi mano e intenta subirse y ese movimiento hace que nuevamente vuelva a ingresar una gran cantidad de agua en el interior del bote, amenazando con hacerlo zozobrar. Levanto mi mirada y veo una gran cantidad de yacarés que dan vuelta permanentemente alrededor del bote y estoy segura de que, si este se voltea, no tendrán piedad con nosotros y moriré irremediablemente. Eso hace que evalúe mi situación desde una nueva perspectiva. No puedo morir. Eso es algo que no puedo permitirlo. Veo que ella mira a los lados y ve a un yacaré que deja de dar vueltas y se dirige hacia el lugar donde ella se encuentra. Miro también que dirige su mirada de pánico y de súplica hacia mis ojos. Sé que no puedo ayudarla. Sé que si quiero sobrevivir, y debo sobrevivir, debo soltarla. Dejarla a merced de los yacarés. Intento retirar mi brazo pero ella, en su desesperación, se aferra con más fuerza todavía. Lucho desesperadamente para recuperar mi brazo y eso hace que el agua ingrese nuevamente en el bote. Tengo que liberarme. Perdóname. Nunca fue esa mi intención. Pero tengo que vivir. Mis lágrimas invaden mi rostro como nunca antes lo había hecho, pero de todas maneras busco con mi brazo libre, algo que me permita liberarme de ella. Alguien, no sé quién, me alcanza un palo y lo tomo firmemente para luego dirigirlo hacia ella. No lo pienso ni un segundo, pensar sería mi perdición, y le doy un fuerte golpe en su mano. Ella me mira asombrada, como si no pudiese creer que una niña, a quien poco tiempo antes la salvó de ser devorada por los yacarés, no solo no quiera ayudarla, sino que la entregue a las fauces de otro que está ya a pocos metros de ella. No veo pánico. No veo resentimiento. Solo asombro. Y su rostro de asombro no desaparece cuando me suelta la mano y se deja llevar por la bestia hacia las profundidades.

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