Capítulo 21

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Se necesita vendedora, decía el letrero a un lado de la puerta de ingreso de la tienda. Lucía se quedó algunos segundos mirando la puerta, sin atreverse a cruzar su umbral, como si temiese oír la misma respuesta que había estado escuchando toda la mañana. Una fuerte ansiedad le hizo surgir la necesidad de salir corriendo de allí. De escapar y regresar a los únicos brazos que podían consolarla. Los brazos de su madrina. Pero no. Ella no aceptaría verla regresar vencida. No después de tanto sacrificio.

Si tan solo tuviese la ayuda de los ángeles, pensó. Hacían muchos días que no rezaba, y de seguro los ángeles estaban molestos con ella. Su soberbia la había llevado a esta situación de soledad. Era momento de reconocer lo pequeños que somos y lo imprescindible de la ayuda divina. Con ese sentimiento de arrepentimiento se puso a rezar, o mas bien rogar, implorar, la ayuda de los ángeles. Esos mismos ángeles que tantas veces habían ayudado a su madrina.

-Buenas tardes. -dijo Lucía a la primer muchacha de uniforme que encontró en la tienda. -Vengo por el anuncio de la puerta.

-Sí. Claro. -respondió la muchacha, decepcionada al darse cuenta de que Lucía no era una cliente y no venía de compras. - La administradora esta en el piso de arriba.

-Gracias. -respondió Lucía y emprendió su camino en la dirección que la muchacha le había señalado.

-Buenas tardes. Estoy buscando a la administradora. -preguntó Lucía, luego de buscar por algunos minutos en el piso superior de la tienda, a aquella mujer de mediana edad que coincidiera con la descripción que le había dado una de las vendedoras con la que se había encontrado en su búsqueda.

-Sí. Soy yo. -le respondió la mujer, confirmando la sospecha de Lucía. -¿En qué le puedo ayudar? -siguió hablando la mujer con tono de voz muy cordial.

-Disculpe. Es que vengo por el anuncio que hay en la puerta de ingreso. -respondió Lucía con el tono más humilde que pudo.

-Ah. Es por eso. -respondió la administradora quitando el tono cordial de su voz.

-Y tú. ¿Sabes vender? Porque no tengo tiempo para estar enseñando a todas las muchachas que vienen a la tienda. -preguntó la administradora, esta vez con severidad.

-Sí señora. He trabajado en tiendas desde hace dos años. -mintió Lucía tratando de mostrar seguridad en la voz.

-No sé. -respondió la administradora que la miraba detenidamente de arriba a abajo, como si no quedara convencida con la imagen que se encontraba al frente suyo. -Tu presencia deja mucho que desear.

-Sí. Lo sé. -admitió Lucía con seguridad en la voz. Sabía que eso era verdad y no valía la pena el negarlo. Si es que quería lograr obtener el empleo. -Es que recién llegue hoy en la mañana a Sao Paulo. Vengo viajando desde Maranhao. Nordeste. Y no he tenido un muy buen viaje. -mintió Lucía.

-Sí. Se te nota muy cansada. -confirmó la administradora, todavía sin mostrar mucho interés.

Lucía asintió con la cabeza, pero permaneció en silencio en espera de lo que la administradora le pudiese responder. Sentía que la entrevista no iba nada bien y que tenía que hacer algo para convencer a aquella mujer que todavía la miraba despectivamente, mostrando claramente que no le gustaba su aspecto.

-Le puedo ser de mucha utilidad. -le dijo Lucía luego de un prolongado silencio. De un pesado silencio. Un silencio que le decía que todavía la lucha no estaba perdida. Que, por alguna razón, la administradora no había pronunciado un no, de una manera irrefutable. -Puedo ayudarle a acomodar la zona de las blusas en la planta baja. Hay mucha ropa repetida. Le falta variedad. -empezó a describir Lucía cada una de las zonas de la tienda, como si la conociera de memoria. No. Como si las estuviese viendo en ese momento.

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