Capitulo 34

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Corro lo más rápido que puedo, con el sonido de disparos a mis espaldas. Llego a la puerta de salida y la cruzo a toda velocidad con una sensación de alivio. Una vez en la calle, sigo corriendo por un par de cuadras más. Me detengo detrás de un enorme árbol que crece más allá de la vereda, invadiendo la calle. Recuerdo que ese era uno de los lugares favoritos de mi hermano, por lo sabroso de los frutos que daba ese árbol, pero también porque podía esconderse allí toda la tarde sin que nadie pudiese molestarlo. Ni encontrarlo. 'Allí arriba se lee muy bien. Hay unas ramas que forman un cómo sillón. Deberías subir alguna vez', me decía. Pero nunca me animé. Es muy alto. Eso siempre me dio miedo. Quizá hoy sea una buena ocasión para subir y esperar a que mi sueño termine. Quizá por eso mi subconsciente lo ha creado aquí. En este lugar. Porque bien recuerdo que este árbol estaba cerca de nuestra casa, no de la casa de mi madrina. El sonido de unos pasos me alertan de la presencia de uno de esos hombres que me está buscando. Mi única salida es trepar al árbol, como mi hermano hacía. Pero no me atrevo. El miedo a subir, a caer de allá arriba, es mucho más fuerte. Y me quedo abajo, agachada entre el tronco y el muro de la casa. No es muy buen escondite si es que alguien decide acercarse al lugar, pero me tapa lo suficiente para que no puedan verme de lejos. No me puedo mover para espiar si se acercan o no. Tengo que confiar en mis oídos. Y ellos dicen que están conversando. Diciendo que me están buscando. Y que el jefe está muy molesto. Que se dejen de tonterías y disparen a matar. Un escalofríos me recorre el cuerpo. Nunca entendí que alguien fuese capaz de matar sin ninguna dificultad. Eliminar una persona y quitarle la posibilidad de disfrutar del milagro de la vida. De quitarle con un solo disparo todas las alegrías y tristezas que podría haber disfrutado hubiese quedado con vida. Pero, en mi caso, por suerte, la muerte sólo significaría despertar. Pero un despertar tan débil, que en muy poco se diferenciaría de la muerte. Por eso debo vivir. Tengo que impedir que me maten. Sé que el muchacho del autobús tiene algo importante que decirme. Si logro sobrevivir. Si logro vencer a este demonio. Los pasos suenan muy lejanos ya, señal de que se están alejando. 

Miro el árbol pero sigo si animarme, y decido más bien buscar dónde escapar lejos de allí. Pero no sé hacia dónde, y simplemente avanzo. con cautela. No sólo el temor me hace mantenerme escondida, sino la sensación de vergüenza por mi casi desnudez, ya que en mi rápida escapada de la casa de mi madrina, no tuve ni la remota oportunidad de recuperar mi pantalón. No con esos disparos silbando a mis espaldas. Por eso es que,s in importar si son o no enviados para matarme, igual voy avanzando con cautela, calle tras calle, hasta que sin saber cómo, llego hasta los límites de la ciudad.  Hasta el rio que nos separa del verde bosque que crece en la otra orilla. Tanto tiempo alejada de esta mi pequeña ciudad, hace que vuelvan todos mis recuerdos de niñez. Como las veces que habíamos nadado en este río. En eso sí soy buena. Siempre me gustó nadar. Incluso sé que soy mejor que mi hermano, pero no por mucho. A él le gustaba cruzar nadando hasta el otro lado del río, y meterse entre la densa vegetación y los altos árboles que crecían desde la orilla. Yo nunca me animé. Por los animales salvajes, por las enormes víboras venenosas que imaginaba que avanzaban por miles en el piso, en las ramas de los árboles, en todos lados. Eso me hacía ponerme nerviosa y le gritaba que regrese. Que era peligroso que se meta en ese monte. Pero él sólo se reía. Me decía que no tenga miedo. Que vaya con él. Que no iba a pasar nada. En una ocasión se internó en el monte, por mucho tiempo. Demasiado tiempo. Y eso me puso tan nerviosa que no pude esperar más y me lancé al agua con la intención de llegar a la otra orilla y rescatarlo. Pero no llegué a pisar la tierra. Me quedé congelada a pocos metros de la orilla, sin animarme a completar esa corta distancia que me separaba con la tierra. Desde el agua, la densa vegetación y esos enormes árboles que seguro escondían todo tipo de amenazas, se veía todo aterrador. No sé por cuánto tiempo estuve así, pero un fuerte grito me despertó de mi terror. Era mi hermano que se había lanzado al agua desde una de esas ramas que sobresalían sobre una parte profunda del río. Estaba segura de que me había visto, aterrorizada en la orilla y sin atreverme a avanzar, pero no dijo nada para no avergonzarme. Nunca logré llegar a la otra orilla. Y por eso me doy vuelta y camino de regreso hacia el interior de la ciudad.

'¡Allá está!', escucho decir y levanto la mirada hacia la fuente de ese grito. Un hombre no muy fornido pero con un arma en la mano me señala. Pero no está solo. Un grupo de cuatro... cinco hombres armados vienen hacia mí desde diferentes lados. Me descuidé mucho, al ponerme a recordar mi niñez, y ahora estoy atrapada. Ellos avanzan amenazadoramente, y no me dan más opción que correr hacia el rio. Me lanzo sin pensar y nado con todas mis fuerzas. El sonido de múltiples disparos me hace traer aún más fuerza. Los veo impactar en el agua alrededor mío. No me atrevo a darme la vuelta a mirar dónde se encuentran. Eso significaría reducir mi avance y ponerme a su merced. Sigo nadando y llego muy rápidamente a la otra orilla. Me detengo a un par de metros de un claro que se formó en la orilla. Miro al otro lado del río y los veo dispararme. Esta vez, con un blanco detenido, los silbidos de las balas suenan mucho más cerca. Debo vencer mi miedo a ese bosque. Eso eso o morir aquí en la orilla. Una bala hace que el agua me salpique la cara. Ya están mejorando la puntería. Mejor me muevo. Sin darme tiempo a pensar, me levanto y corro hacia el claro y luego hacia un lado entre la maleza. Allí me tiro al suelo y busco la manera de mirar hacia la otra orilla. Los veo lanzarse al agua con el arma muy alta en sus manos. Avanzan hacia mí. Eso me hacer levantarme y correr hacia el interior del monte. 

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