Capitulo 40

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-¿Te encontraste con alguien en el camino? -preguntó Lucía ya en la calle a un par de cuadras de la residencia. No podía dejar de pensar lo que pensarían las muchachas de la residencia si supieran que un hombre había dormido en su habitación. No había pasado lo que ellas pensarían, pero eso no importaba, porque nadie se lo creería.

-No. Los pasillos estaban vacíos. -mintió él y sonrió mientras recordaba que, justo al dar la vuelta por una de las esquinas de los pasillos, se encontró con dos muchachas que charlaban animadamente frente a la puerta de lo que parecía ser la habitación de una de ellas. Estaban cubiertas con toallas, lo que le hizo saber que acababan de salir de la ducha. Sus cabellos húmedos le confirmaban la sospecha. Al verlo aparecer en el pasillo, dejaron de conversar y lo miraron asombradas con la boca abierta. Él las saludó al pasar y no pudo evitar mirarlas detenidamente de arriba hacia abajo, tratando de imaginar lo que había debajo de esas toallas que apenas cubrían lo indispensable. Ellas le devolvieron el saludo y él también supo que estaba siendo minuciosamente observado por las dos muchachas que no mostraban pudor al mirarlo de esa manera. Por momentos pensó en quedarse a conversar. Estaba seguro de que muy rápidamente se convertirían en sus amigas. Pero desechó pronto esos pensamientos y siguió caminando hacia el final del pasillo y de allí a la salida. Quizá vuelva a visitarlas, se dijo ya caminando por la calle. La fuerte intensidad de la luz le hizo saber que era un hermoso día.

-¿Seguro? No me mientas. -volvió a decir Lucía, incrédula al ver el rostro sonriente de su amigo.

-Te lo prometo. No había nadie. Aunque hubiese sido muy interesante conocer a las personas con quienes vives. -dijo él con una sonrisa más amplia todavía.

-No me parece gracioso. -le dijo ella molesta -No las conoces. Hay chicas muy buenas, pero también hay muchas que son insoportables. Además que no estaría bien que sepan que dormiste en mi cuarto.

-Está bien. No te molestes. Vamos a desayunar más bien. Todavía tengo algo de dinero. -dijo y sacó las pocas monedas que le sobraron de la cena del día anterior.

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-Es terrible eso de dormir todo el tiempo con un demonio. -dijo Hans luego de escuchar el largo relato de la pesadilla lúcida de su amiga. -No me imagino lo que estará sufriendo Luiscar en este momento.

-Sí. Pero ahora sé cómo derrotar al demonio. Necesito hablar con Luiscar para decírselo. Para enseñarle cómo hacerlo. -respondió Lucía, orgullosa por su logro de aquella noche. Su primer victoria en mucho tiempo.

-Tenemos que ir al Hospital y hablar con él. -pensó Hans en voz alta. -El problema es que no está muy cerca y ya no tengo dinero.

-Puedo pedirle prestado a alguna de las chicas, o a la Señora Tainah. -dijo ella, también pensando en voz alta, porque era algo que nunca se le hubiese ocurrido; pedir ayuda.

-Entonces vamos. -dijo él y se levantó para luego ofrecerle la mano para ayudarla a levantarse.

-Pero, no sé si estarán. Ya es muy tarde. -dijo ella ya en el camino de regreso ala residencia estudiantil, pero sin muchas ganas de dar aquellos pasos que la acercaban al lugar.

-Si no quieres pedir dinero, no hay problema. -le dijo Hans al darse cuenta de la vergüenza que ella mostraba por hacer aquello.

-No te preocupes. No les pediré mucho. -le dijo ella incómoda al saber que Hans se había dado cuenta de que ella tenía vergüenza de pedir ayuda. -Es solo lo suficiente para ir a la tienda donde trabajaba. Pensaba regalarles lo que me debían por los días que había trabajado en este mes, pero no. No les voy a dar ese gusto.

-Hola Lucía. Buenos días. -dijo una muchacha con la que se encontraron caminando en la acera y que miraba detenidamente a Hans. Se notaba que los buenos días habían sido dirigidos hacia él y no hacia Lucía. -¡Qué bueno que regresaste! -Esto último también no se sabía a quién se lo decía, dado que la mirada permanecía fija en Hans.

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