Capitulo 50

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No entiendo cómo es posible que pueda llover tanto tiempo y con esta intensidad y me doy cuenta de que no necesito hacer ninguna prueba de realidad para saber que estoy en medio de un sueño. Esta lluvia es la prueba suficiente de que estoy sumida en una pesadilla. Ya no se ve nada alrededor. Estamos en medio de un mar sin límites que no cesa de subir su nivel. Sólo se ve agua en toda su extensión. Agua arriba y agua abajo. Es de noche pero los resplandores de los rayos, que tampoco cesan de caer, me permiten ver en todas direcciones para darme cuenta de que todos los lugares son iguales. Que no importa hacia dónde me dirija, allí estará él, mi demonio, para atacarme. 

Vuelvo a dirigir la mirada en todas direcciones y logro ver algo a lo lejos. No sé lo que es, pero se está acercando lentamente. Recién luego de varios minutos me doy cuenta de que es otro grupo de personas que, como nosotros, flota a la deriva en esta intensa lluvia. Ya no siento mis brazos y piernas por el frío intenso que me provoca el contacto con el agua, y me cuesta moverme para poder buscar una nueva posición que me permita ver, de una manera más cómoda, a esas personas que se dirigen hacia nosotros. Recién cuando están a poca distancia logro ver aquello sobre lo que flotan. Y me cuesta todavía un par de segundos y ver con mucho detenimiento, para aceptar lo que se muestra ante mis ojos. ¡Están montados sobre yacarés! Miro a las personas que están conmigo en el bote para estar segura de que ellos también están viendo lo mismo que yo. Para ver en sus rostros, algún rastro del asombro e incredulidad que seguro estoy mostrando. Pero no. Sus rostros no reflejan lo absurdo de la imagen, sino más bien el pánico y la rabia. Es como si ya hubiesen visto antes a estos jinetes del agua. Cómo si supieran a qué vienen. Vienen por nosotros. Estoy segura. Esta es otra prueba de no realidad, pienso al darme cuenta que soy la única que siente que esto no sería posible en la vida real, allá afuera. Pero debo admitir que no estoy en el mundo real. Estoy aquí. Sumida en la pesadilla que el demonio me ha puesto para hacerme sufrir. Y lo está haciendo muy bien, porque no he parado de hacerlo desde que aparecí en este sueño. Y estoy segura de que esta nueva escena, con estos domadores de yacarés, no será nada agradable para ninguno de nosotros. Sé que no vienen por el bote, porque no lo necesitan. Pero, ¿para qué vienen? ¿Qué quieren de nosotros, si están salvados? Pero mi pregunta, no pronunciada, muy pronto será respondida. Estoy segura. 

Y sucede antes de que termine de crear estos pensamientos. Un grito me saca de mi mente y me obliga a ver lo que está sucediendo a mi alrededor. No quiero ver, pero me obligo a hacerlo para saber a qué me tengo que atener. De qué me tendré que defender. Si es que el demonio me deja alguna oportunidad. Giro rápidamente para saber cuántos son los jinetes que nos están atacando, y la luz de un rayo que cae muy cerca de nosotros me muestra claramente toda al escena que se desarrolla a mi alrededor. Son cinco u seis... No, seis jinetes los que nos están atacando. Y veo que cinco ya tienen una victima que está ya a su merced, listas para ser devoradas por esas bestias. Giro mi vista hacia otro lado para escapar de esas imágenes de muerte y miro a mi alrededor buscando algo con qué defenderme, pero no encuentro nada. El palo que utilicé para golpear a aquella mujer, ya no está a la vista. Además que de poco serviría contra esos feroces jinetes y menos para esos enormes animales con esas bocas que estoy segura, me tragarían de un solo bocado. 

Uno de los jinetes se acerca hacia el lugar donde estamos y todas las personas, incluyéndome, empezamos a gritar con desesperación. La mano del jinete empieza a buscar entre nosotros, a su siguiente víctima. Siento que su mano toma mi brazo y vuelvo a gritar, esta vez con mucha más fuerza. No sé si fue mi grito o el hecho de que soy apenas una niña, pero siento que una mujer que está a mi lado se atreve a defenderme, y empieza a luchar con lo que tiene, uñas y dientes, contra ese jinete que todavía tiene mi brazo aprisionado. Pero eso no ocurre durante mucho tiempo y la fiereza con la que lucha aquella mujer para liberarme, hace que el jinete cambie de parecer y de víctima. Siento que ya no está aquella prisión alrededor de mi brazo, pero ahora percibo algo diferente, y es que el jinete está arrastrando a aquella mujer hacia el agua. Intento agarrarla para impedir que se la lleven, pero las fuerzas que empleo son insignificantes, son nada. Finalmente la lucha culmina y veo que aquella mujer que me ayudó, ahora está nadando sobre el agua y lista para ser devorada por el enorme yacaré. Recién me doy cuenta de lo grande que son. Mucho más grandes de los que había visto antes. Pero soy la única que mira. Y veo un último atisbo de esperanza en el rostro de esa mujer, que estira su mano para que yo la salve, o al menos intente hacerlo. Pero no me atrevo. No con ese enorme animal a pocos centímetros de mi mano. No con la todavía presente sensación de la mano del jinete alrededor de mi brazo. Sólo miro su cara de asombro y la mano extendida al vacío antes de que el jinete le de la orden a la bestia, para girar e irse a devorar su presa en otro lugar.

Pero la lucha no termina, porque allí viene otro yacaré. No sé si es el tamaño de las bestias lo que ha aumentado, o es mi terror el que me hace verlos así, pero ese que viene hacia nosotros, es enorme. Intento alejarme del borde del bote pero algunas personas, con la misma intensión que yo, intentan retroceder. Pero el movimiento desesperación hace que el bote empiece a mecerse peligrosamente, dejando ingresar grandes cantidades de agua. Eso aumenta mi terror, porque si el bote se da la vuelta, ya no habrá nada que hacer. Estaremos todos a la merced de esos animales. Al parecer no soy la única que tiene ese pensamiento, porque el bote vuelve a calmar su movimiento. Pero el jinete, que no ha cesado su intensión de atrapar su próxima victima, sigue acercándose hacia nosotros . Yo soy la que está más cercana a él. Quizá vienen a mí porque soy presa fácil, porque soy todavía una niña. Pero no quiero morir y empiezo a luchar para alejarme de la mano del jinete, sin importar que en mi camino empuje hacia él al resto de las personas. Ya no me importan para nada. Solo sobrevivir. El jinete no logra atraparme pero agarra a otra persona, un joven que intenta vanamente luchar contra ellos. Al principio lo logra, pero la insistencia del acosador le hace volver con más fuerza. La lucha es feroz. El joven sabe que en eso se le va su vida. Pero los jinetes tienen una fuerza descomunal, y una paciencia infinita, porque vuelven a atacar una y otra vez. Y no tenemos dónde escapar. Estamos presos en nuestro bote. Finalmente la lucha culmina y el joven desaparece en el agua. El bote se está vaciando rápidamente y ya quedamos muy pocas persona en él. Ya hay más jinetes que víctimas y los pocos que quedamos nos esforzamos por impedir que nos agarren. Veo dos jinetes que vienen hacia mí, y corro. Ahora el bote está casi vacío y puedo hacerlo con mediana comodidad. Pero no tengo a dónde escapar. Por eso corro hacia una pareja de señoras que están llorando en el medio del bote, impotentes ante el ataque de los jinetes. Pero no voy a su encuentro para que me defiendan. No puedo mentir. Voy para que el jinete las prefiera a ella. Voy a intercambiar mi vida por la de ellas. Por eso es que, una vez estoy junto a ellas, paso por el medio y las empujo hacia mis atacantes. Ellos no desprecian la presa y las toman inmediatamente. Giro brevemente mi cabeza para ver lo que está sucediendo, y veo cómo esas dos mujeres son agarradas por los jinetes. Vuelvo a girar la cabeza para no ver lo que sucederá a continuación. Aunque ya sé lo que sucederá. No necesito verlo. Lo estoy escuchando. Hago un conteo rápido de víctimas y sé que ya somos dos o tres. No más. Y no voy a poder seguir haciendo el intercambio de víctimas que me ha permitido permanecer con vida hasta este momento. Cuando esté yo sola, nada podrá salvarme. 

Ojos AbiertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora